Romance del silencio

 

Con evidente influencia de Lope de Vega («A mis soledades voy»), este poema esperó cerca de 40 años a que yo lo continuara para ser la primera parte de algo tan extenso como su referencia, pero eso nunca sucedió y, para ser sincero, siempre me gustó así.

Desde hace años, cuando vuelvo a leer el romance de Lope de Vega, las tres primeras estrofas me gustan más que todo lo demás.

* * *

El silencio de la noche
me hace ver en el recuerdo
todo aquello que no tuve,
todo aquello que no tengo.

El silencio de la noche
y el pensar en otro tiempo
me hacen ver mi realidad,
realidad que vivo y muero.

Pero a veces me pregunto
si la vida no es un sueño,
que si no estamos soñando
y al morir despertaremos.

Porque yo, como cualquiera,
sé que aquí nada es eterno,
que lo tenido es prestado
y en la muerte lo perdemos.

La noche me hace pensar
que la vida es un misterio
y es que, cuanto más pregunto,
muchas más preguntas tengo.

FIN

 


El mejor cancionero del mundo

 

(Más que un homenaje a Joaquín Sabina, esta letra es mi propia versión de La canción más hermosa del mundo, en extenso… cántese con la música de esa canción y valórese la diferencia)

* * *

Yo tenía una guía nocturna en la ruta del viento,
me dejaba llevar desde un bar hasta el último aliento
por impulsos y estímulos ebrios en pos del camino,
o escanciaba las noches de insomnio con música y vino.

Y pasaba de la soledad entre cuatro paredes
al abismo de la depresión sin cordones ni redes;
mi activismo dio frutos que muchos echaron por tierra:
campamentos civiles de paz en la zona de guerra.

Caminé hasta la boca del lobo en el norte de Chiapas
y bajé a la frontera del sur, corrigiendo los mapas,
guardias blancas, paramilitares, salté sus asaltos,
recorrí las cañadas a pie de la selva y Los Altos.

Tuve que atravesar la ciudad en la búsqueda intensa
de un refugio de roja humedad que valiera la ofensa,
y escalar la escarpada pendiente del monte Calvario,
pesadilla, castigo sin madre, torturas a diario.

Una década y más, atrapado en la gélida muerte,
y una vida lidiando con todo y con pésima suerte;
siempre supe que la primavera duraba un segundo
y hoy quisiera escribir el mejor cancionero del mundo,
hoy quisiera escribir el mejor…

* * *

Conocí a Monsiváis, al buen Gilly, a Rosario y su estampa,
a don Félix Cerdán, a Benita Galeana y al Campa,
regalía de charlas cercanas, lejanas y amenas
entrevistas, bebimos café, coincidieron las venas.

Con mi eterno retorno a Macondo en la saga de Gabo
y al Comala de Rulfo, me libro de ser un esclavo,
con Machado y Hernández, la trágica pluma de Lorca,
Patxi Andión escribió que su pueblo cantando se ahorca.

Del amor a la envidia y el odio, querido Bob Dylan,
la verdad es que no es para tanto el fervor que destilan
por Sabina sus fans, yo me quedo con Aute y aplaudo
que trasciendan al paso del tiempo más pródigo y raudo:

Fleetwood Mac y Pat Benatar, Báez y Chapman, celebro
que no vaya con Dios Madredeus, seguirá en mi cerebro
Freddie Mercury (Queen) con McCartney y Lennon (The Beatles),
Aznavour, Silvio y toda la trova cubana, big littles.

Hoy quisiera escribir de una vez
la belleza de un verso final, musical y profundo,
la tristeza que me haga llorar junto algún vagabundo,
la emoción puesta en una canción, pide al tiempo que vuelva
el vaivén de las olas del mar, el rumor de la selva…
hoy quisiera escribir el mejor cancionero del mundo.

* * *

Yo tenía una gran obsesión con los simios de Boulle,
aunque hablaran inglés o francés en un mundo calpul,
y tenía una gran colección de historietas y cromos
que vendieron por kilo en su casa los duendes y gnomos.

Yo quería ser historietista y narrar con dibujos
las hazañas de Trotsky, una historia de brujas y brujos,
con vampiros de toda ralea, una fábula oscura,
que las horas trocaran por arte mi sana ruptura.

Tengo ahora sumando a granel chocolates amargos,
no soporto el fanático extremo ni extremos letargos,
ya no fumo ni bebo y no asisto a las fiestas del pueblo,
me repliego y habita mi cuerpo el vacío que amueblo.

Tengo en cajas mis libros y discos de negro acetato,
mi arsenal, gabinete de réplicas, otro arrebato,
mis diplomas, llegué a cinta púrpura en blanca desidia
de adherir el dragón al karate-gi, cómo fastidia.

En cajones acopio millares de copias piratas
de películas y otras legales a cambio de ratas,
visioné dos al día por años que ahora confundo,
y quisiera escribir el mejor cancionero del mundo,
hoy quisiera escribir el mejor…

* * *

Tuve a Marx, a Serrat, a Bruce Lee en una mente obsesiva,
Charlton Heston por Ben-Hur y el mundo primate de arriba,
la película Julia, de Zinnemann, Redgrave y Fonda,
Pentimento, de Hellman, su fuente no menos redonda.

La mejor actuación de Jane Fonda no es Lillian en Julia,
sino Gloria ilusoria en el baile de ruina y abulia,
ser maestra de improvisación tan genial que resuelve
ser la diosa del cine y la vida jovial y rebelde.

Tuve y tengo afición a Polanski, Fellini, Yimou,
Kurosawa, Coppola, Blade Runner y Mulholland Drive,
Luis Buñuel, Alejandro Galindo y Emilio Fernández,
Gavaldón que llamaban «El Ogro», sus obras más grandes.

A Tin Tan, los hermanos Soler del que nunca fue joven,
«el amigo» Armendáriz, Infante, que no te lo roben,
el «misántropo» Córdova, Stella de la Soledad,
su rebozo, familia de tantas, la pura verdad…

No he podido escribir de una vez
un vergel de lenguaje florido en terreno fecundo,
ni la declaración de una guerra con odio rotundo,
melodramas que mojen de lágrimas viejas butacas,
la provincia de México en épocas de vacas flacas…
no he podido escribir el mejor cancionero del mundo.

FIN

 



Repulsiones

 

Los imbéciles con ínfulas
de filósofos y sabios
me hacen optar por las nínfulas
y el mutismo de sus labios.

La religión me repugna,
llámese como se llame,
vivo en eviterna pugna
con su carácter infame.

Y en la masa rebañega
suelen ser más bien mamones
los pendejos que navegan
con bandera de chingones.

Deplorables hasta el queque,
las costumbres que deploro,
cuando el mundo las defeque,
se irán por el inodoro.

La humanidad que pervierte
su involución sin decoro:
la turba que se divierte
con la tortura de un toro.

Anodinia que se agrava,
salvo que duela una carie,
la llamada fiesta brava,
más que bravura, es barbarie.

Todo maltrato bestial,
desde peleas de gallos
hasta usanza de caballos
por el tirano animal,

no menos irracional
en su animal tiranía
y el “deporte” nacional
mal llamado charrería.

Imbecilidad ingente
de la gente que no es gente
ni es humana,
sino gentuza infrahumana.

Burros, marranos y bueyes
son víctimas de sus leyes,
estén escritas o no;
maltrato por todos lados
con pájaros enjaulados,
perros, gatos y hasta yo.

Aunque me avergüenza México,
la ignorancia de su léxico,
su vulgar idiosincrasia,
su mediocridad sin gracia,
su pasión por el futbol,
lo que me transmita y vibre,
prefiero su lucha libre,
tan “nacional” como un gol.

Entre lo más prescindible
de la estupidez humana
pienso en la televisión
y el arte de lo imposible,
como abrir otra ventana
y hacer la revolución.

FIN

 


Casi un soneto

 

Desenvuelta, instintiva redacción
de unos versos con música del viento,
compuesta para vítores de aliento
masivo al terminar cada función.

El arreglo floral de una canción,
los caireles barrocos del poema,
la cadencia marina que lo rema
con la rima de su navegación,

como un pequeño bote a la deriva
del tiempo musical en perspectiva,
rumores del vaivén y su estación,

desde la mente acuática del genio
que aladina su ingenio primigenio
y el aplauso al final de la función.

* * *

Los peces de los sueños y el silencio
que respira la bóveda celeste,
naufragio de la noche, viento agreste,
bucean sin dormir y diferencio
cada estación del año y las del tren;

el invierno turnó a la primavera
su anticipo al verano en la riviera
y el otoño despierta en el andén.

FIN

 


Síndrome de abstinencia

 

Un gorila uniformado
que se arranca el uniforme
y un pelafustán deforme
que defeca en el estrado.

Un colorido aguacero
que se cuela entre las tejas
y una piedra con sombrero,
pelo blanco y blancas cejas.

Un castillo en el espacio
de una galaxia lejana
y un acuático palacio
dentro de una palangana.

Una vecina mutante
con perros en miniatura
y una cabeza gigante
sin cerebro por natura.

Un paquidermo con alas
en su viaje sin escalas
al país de los secuestros
y un pasajero miedoso
cada vez más lacrimoso
mientras reza padres nuestros.

* * *

Son escenas en la mente
del que deja de beber
y es entonces un demente
que nunca mira por ver

el síndrome de abstinencia,
la demencia del abstemio
ni sociable ni bohemio,
sino en brutal penitencia.

Más quimeras demenciales
concurren en su delirio,
pesadillas potenciales,
perpetuación del martirio.

* * *

Un payaso que no deja
de llorar como la lluvia
y una prostituta rubia
que le ha mordido una oreja.

Un político borracho
que se considera indemne
por cantar al populacho
durante sesión solemne.

Una víbora con patas
que no quiere caminar
y un millón de garrapatas
que desangran su pinar.

Un dinosaurio sin ojos
y con collar de mascota
que se rasca por los piojos
y juega con su pelota.

Un Santa Clos marihuano
sin regalos ni disfraz,
que parece un rey peruano,
rey inca… pero inca-paz
(incapaz de ser tehuano).

* * *

Más escenas demenciales
concurren en el delirio
del que deja de beber,
todas quimeras mentales,
perpetuación del martirio
que nunca mira por ver

el síndrome de abstinencia,
la demencia del abstemio,
cerebral incontinencia
sin estímulo ni premio.

FIN

 


El escritor de ripios

 

El escritor de ripios
nunca se rinde,
no vende sus principios
ni vuelve al kínder.

Se retuerce la lengua
con alegría
para que todo tenga
cacofonía.

Le obsesiona la forma,
no el contenido,
con nada se conforma
si no hay sonido.

* * *

Minuto en ceros,
dicen al mundo
los minuteros
meditabundos
que los primeros
no son segundos.

Minuto en pos
del uno al dos,
termina el luto,
nace la aurora,
cada minuto
muere una hora.

Pasan los coches
por anchas vías,
todas las noches
duermen los días.

* * *

Con métrica mediante
cuadran los versos,
la rima consonante,
lados anversos.

No requiere de musas
la gaya ciencia,
bastan rimas profusas
con elocuencia.

Metáforas aparte,
símbolos menos,
el ripioso comparte
ripios amenos.

* * *

Todos los lunes
quedan impunes
cuando los martes
unen sus partes,

pero los miércoles
con sus estiércoles
dan a los jueves
ochos y nueves,

mas nunca un diez
porque los viernes
suenan en ciernes
pasos de pies.

Sábados libres
de altos calibres
por los domingos
y sus flamingos.

* * *

El escritor de ripios
no es un poeta,
confunde participios
con la cubeta.

No escapa del cliché
si ajusta el texto
dentro de su corsé
y algún contexto.

No importa lo que diga
si es musical
y una labor de hormiga
le pone sal.

* * *

Vamos al grano:
la primavera,
como el verano,
quiere a cualquiera
y, aunque no quiera,
¡muerte al tirano!

A su retoño
pena de baño
que le haga daño
como el otoño
viejo y gazmoño
que dura un año.

Y en el invierno
de turno helado
salto al infierno
del otro lado.

* * *

Así pasa las horas
que suman días
y semanas sonoras
sin melodías.

Así pasa los meses
que suman años,
multiplicando a veces
costos y daños.

Así atraca el autor
de puerto en puerto,
ripioso descriptor
de tiempo muerto.

* * *

Las flores rojas
pierden a diario
las blancas hojas
del calendario.

Las hojas verdes
nunca se pierden,
una vez muertas
se tornan pardas,
si las despiertas
hacen que ardas.

Vuela Cupido,
rueda la noria,
no me despido,
si la memoria
vence al olvido
gana la Historia.

FIN

 


Los dueños de la casa

 

Quieren «hacer las paces»
en la lucha de clases,
que nos asimilemos
al sistema social,
que arrojemos los remos
al agua y nos dejemos
llevar por la corriente,
que todo criminal
archive su expediente
como punto final.

Quieren que te acostumbres
a ver siempre sus cumbres
desde abajo y de lejos,
con tu clase al nivel
de las alcantarillas,
la clase de pendejos
que acuñan en troquel
y vive de rodillas.

Quieren que te adocenes
con rutinas perennes
de la mediocridad,
para que te conformes
y te creas a gusto
con el reparto injusto
de la desigualdad,
las fortunas enormes
y los falsos informes
de vuestra majestad.

Quieren que siempre pierdas,
que vivas de sus mierdas,
miasmas y porquerías,
si acaso eso es vivir
y no es más bien morir
todos los pinches días
y sus noches tardías
como un triste faquir.

Los dueños de la casa
quieren que seas masa,
pero no cerebral,
sino turba en el radio
más allá del estadio
y el fanático umbral
en torno del futbol,
masa consumidora
de la televisora
que transmita su gol.

Quieren que te acostumbres
a confundir herrumbres
con diamantes en bruto,
como si fueras tú
su bruto y diminuto
minero más herrero
que por miedo y dinero
los trata de tabú.

Quieren que te declares
un esclavo contento
como tus similares,
que influyas en tus pares,
en su discernimiento,
contagiando la risa,
tu alegre menoscabo
y el agradecimiento
con actitud sumisa
por el trabajo esclavo.

Quieren aborregarte,
que vuelvas al rebaño,
que sigas al pastor,
castrarte parte a parte,
que aceptes el regaño
luego de trasquilarte,
que bajes un peldaño,
ganar con tu sudor.

Quieren que te resignes
al dominio de insignes
figuras en tu vida,
seres que no conoces
ni siquiera por voces
dentro de su guarida,
pero deciden todo,
vida y muerte del mundo
que ordenan a su modo
y en secreto profundo.

Quieren que te acostumbres
a ver siempre sus cumbres
desde abajo y de lejos,
con las alcantarillas
al nivel de tu clase,
la clase de pendejos
que vive de rodillas,
si acaso vive y hace.

Quieren que te persignes
en vez de que te indignes
y optes por rebelarte
contra la inequidad
y erijas en baluarte,
bandera y estandarte
la propia dignidad,
pues la guerra es un arte,
podrías enterarte
y hacerlo realidad.

FIN

 


Canto inconcluso

 

I

San Cristóbal de Las Casas
en tiempos de Bernabé,
cuando, al calor de las brasas
y una tasa de café,
platicábamos la vida,
la vivíamos allí,
como un cometa suicida
que renace colibrí.

Los Altos fríos de Chiapas,
viejo valle de Jovel,
donde las mentes más guapas
son almas de piel a piel
que abrazan la soledad
y le dan calor humano,
tienden y extienden la mano
a la sensibilidad.

Un levantamiento armado
me llevó hasta las entrañas
y el dédalo marginal
de la ciudad lado a lado
con sus múltiples calañas,
su legado colonial.

Sus años de paranoia,
sus «auténticos coletos»,
auto denominación
también auténtica joya
por la falta de respetos
y la discriminación
de los nietos y bisnietos,
los racistas y xenófobos,
los misóginos y homófobos
ladinos-mestizos-prietos.

La Venecia mexicana,
Coyoacán en el exilio
con su memorable idilio
de la noche a la mañana
que acudí presto al auxilio
de mi amiga la chicana.

En el barrio del Cerrillo
pisé La Cola del Diablo
con hamaca en el pasillo,
Pablo sabrá de qué hablo,
la cocina con su hornillo
y un patio trasero establo.

La ciudad cosmopolita
nunca perdió una batalla;
todo se llamaba Maya,
desde la noche infinita,
su ruta de bar en bar,
hasta una que dio la talla
y antes de la última cita,
sin excepción a la norma,
fue mi amiga en tiempo y forma,
sustantivo y singular.

La llamada Ruta Maya,
para morir en la raya,
comenzaba en Galerías,
no te rías ni sonrías,
pasaba por Madre Tierra,
procedente de Inglaterra,
dos o tres opciones más,
alguna escala quizás,

y terminaba en el hórrido
Las Velas «Escuincles Bar»,
un lugar bastante sórdido
y el de mayor desprestigio,
del que no queda vestigio,
salvo acaso en ultramar.

La división de los gremios
en respectivos hoteles
(nosotros somos bohemios
y dormimos en burdeles):

periodistas, Casa Vieja,
maridaje de conseja,
Ciudad Real, militares,
matrimonio y sus altares,
y en medio la policía;
se decía
que el museo Na Bolom
era cuartel de la CIA;

en Diego de Mazariegos
primera sala de prensa
y en una ciudad de ciegos
el tuerto es la recompensa.

Avendaño y Villafuerte
con su periódico El Tiempo,
respetable y digno ejemplo
de lucha contra la muerte.

San Cristóbal de Las Casas
en tiempos de Bernabé,
cuando, al pie de sus terrazas,
con la esperanza de pie,
contemplábamos la historia
y el insistente periglo,
hoy despierta en la memoria
después de un cuarto de siglo.

II

Tejados y chimeneas
de sus casas centenarias,
por donde suben y bajan
las calles y callejuelas
empedradas,
los barrios de callejones
con gatos y escalinatas.

Plaza de Santo Domingo,
la comunidad chamula
de familias protestantes,
expulsada de Chamula,
vende allí su artesanía,
y en convento dominico,
museo de ámbar y jade.

El mirador del Cerrito:
la iglesia de Guadalupe.

En las calles,
niños tzotziles que venden
tzotziles en miniatura,
también periódico y chicles.

En la curia diocesana,
sus conferencias de prensa,
«FrayBa Derechos Humanos».

Tatic Samuel Ruiz García,
trascendental personaje
de San Cristóbal en tiempos
de Bernabé y sus andanzas
por territorios que abarca
la diócesis respectiva
y «la zona de conflicto»,
coincidentes.

El duende Javier Molina,
su espíritu chocarrero,
Pancho Álvarez y familia
más entrañable que trágica,
bonito par de borrachos…

Cazagringas, jipitecos,
artzánganos y drogas,
anzuelo para mujeres
que buscan «amores» fuertes.

(Continuará…)

 


Mi vecina casquivana

 

Vuelve arrastrando los pasos
con la noche a sus espaldas,
vencida por los fracasos
de sus minúsculas faldas.

Vuelve con la noche a cuestas
y la moral por los suelos
cuando pierde las apuestas,
los altos y bajos vuelos.

Son cada vez más frustrantes:
algo falta en asaz horas
de miradas incitantes
y posturas seductoras.

Durante largas jornadas
fuma, como si fumar
atrajera las miradas
masculinas en un bar.

Fuma, como si creyera
que fumar es elegancia,
disposición a la espera
con un toque de arrogancia.

Los estragos que acumula
por asaz noches de tragos
no le quitan lo gandula;
vive acumulando estragos.

Cada vez más maquillaje,
cada vez menos silueta
de guitarra en un ropaje
que implora ejercicio y dieta.

La brevedad de sus prendas
suele ser proporcional
a lo que duran las riendas
de una relación carnal.

Vuelve arrastrando los pasos,
vencida por los fracasos,
y al entrar por la ventana
la luz del sol matinal,
mi vecina casquivana
sufre un paro emocional.

En la soledad del piso
donde revive al cadáver,
un Homo sapiens remiso
se transforma en Homo faber.

Los demás del edificio
la llaman aventurera,
vieja flor del precipicio,
sola por dentro y por fuera.

Y hablan de libertinaje,
moralidad y decencia,
con el típico lenguaje
de los juicios en ausencia:

¡A esa puta que no cobra
le gusta la mala vida,
no le provoca zozobra
su callejón sin salida!

De samaritana tiene
huéspedes ocasionales
que hacen pedazos la higiene
por estímulos bestiales.

Huéspedes de pisa y corre
que siempre le roban algo,
terminado el despiporre
«que no se lo salta un galgo».

Si buscas desde que naces
amor y felicidad,
en los encuentros fugaces
encuentras fugacidad.

Vencida por los fracasos,
vuelve arrastrando los pasos;
de la noche a la mañana
se agolpa el tiempo en su edad;
mi vecina casquivana
padece de soledad.

Con el alma demacrada
y el cuerpo en franco declive,
la vida tiende a ser nada,
si acaso la nada vive.

Su promiscuidad conlleva
desvelo, alcohol y cigarro,
como inmadurez longeva
que se revuelca en el barro.

De la salud al olvido,
la degradación incluye
que todo pierda sentido
mientras ella se destruye.

En el mejor de los casos,
nunca pasa de un romance,
como quien corre a los brazos
de los hombres a su alcance.

Pasa del coche al verano,
del verano al adulterio
y de la búsqueda en vano
a la perdición en serio.

Duele más el desengaño
si coinciden con su herida
la primavera del año
y el otoño de la vida.

El invierno tiene atajos
al infierno temporal
de los instintos más bajos
si lo humano es animal.

Vuelve arrastrando los pasos
y el peso de los fracasos
esa que llaman fulana
y es una tal para cual,
mi vecina casquivana,
que alguna vez fue fatal.

FIN

 


El señor de las mentiras

 

Ese por el que suspiras
dice más de cien mentiras:
su heterosexualidad
es la más grande de todas
y ha trascendido las modas,
pues no cambia con la edad.

Los hombres más mujeriegos
suelen ser homosexuales,
desde los antiguos griegos
hasta los gringos actuales,
que dicen: «lo niego todo»
cuando tienen doble vida,
reconocen a su modo
la de las noches perdidas.

Y la del pirata cojo,
vaya mentira más grande
del que se decía rojo;
merece que lo demande
por fraude y difamación,
si es que veneras y admiras
al señor de las mentiras,
una por cada canción.

La de purísima y oro,
cómo asesinar a un toro
con «artística» tortura
durante la dictadura
que también es muy «artística»,
mientras vivo en Inglaterra;
la madre patria me aterra
con su praxis apriorística.

Se parece a la de Borges
tu ambigüedad religiosa,
pero con lo que te forjes
podrás decir cualquier cosa,
como a tus cuarenta y diez
que parecerán cincuenta,
y ni quién se dará cuenta
del ocurrente revés.

—Yo quiero ser una chica—
dirá el «genial» impostor,
mas no una chica Almodóvar,
sino la que multiplica
su belleza y esplendor
por un dólar.

En los diecinueve días
con sus respectivas noches
que suman esas quinientas
de otras tantas melodías,
los fanáticos fantoches
las caminarán a tientas.

Y contra todo pronóstico,
pero sintiéndolo mucho
por el reciente diagnóstico,
le dirá la trucha al trucho:
no eres lo que has pregonado,
ni tan joven ni tan viejo,
nomás un pobre pendejo,
pero sobrevalorado.

Y el bodrio de Leningrado,
un himno a la falsedad;
hay que ver hasta qué grado
puede la mendacidad
adulterar a su antojo
la sustancia de un filón;
el que se decía rojo,
ni siquiera «de salón».

De rojo tiene un carajo,
de mujeriego, la farsa,
de compositor, muy poco:
se adorna con el trabajo
de sus cuates y comparsas,
él con faldas y a lo loco.

Alguien pegó a sus espaldas
un pedazo de papel
con Dieguitos y Mafaldas
dibujados en tropel.

Qué suerte tienes, cochino:
tú cincuenta y ella veinte;
de vez en cuando el camino
le viene bien al que miente.

Implacable veredicto
del mi juicio impopular:
alcohólico y drogadicto
que no deja de fumar,
si boicotea el boicot
cultural contra Israel,
hay que inventar un argot
con sus letras de oropel.

Más farsante y derechista
que anarquista y comunista
renegado,
nunca estuvo en Leningrado
ni es autor de la canción
que no compuso jamás;
la más hermosa del mundo
dormirá un sueño profundo
para despertar quizás
cuando acabe la función.

Miente al cantar cuanto canta
su decrépita garganta,
las arrugas de su voz
y la voz de la vejez;
miente lo que no ha vivido
ni donde habita el olvido
y que nos dieron las diez
a ninguno de los dos.

Aunque muchos y muy grandes,
algo así como Los Andes,
sus errores de sintaxis
por escribir en los taxis
o en el caos de las drogas,
es posible perdonarlos
por sus lágrimas de mármol
si al final te desahogas.

Le perdono la gramática,
pero no la misoginia
ni el sionismo ni la plática
de una identidad errática,
su anodinia,
que no le duela una carie
para vivir la ignominia
con gusto por la barbarie.

Miente cuanto canta, miente
como todos los boleros,
un pacto entre caballeros
y hasta su propia simiente.

Pongamos que hablo de un padre
que se burla de sus hijas
con ausencia que le cuadre
debajo de las cobijas,
encima de un escenario
y uno que otro comentario,
como si fuera una gracia
la falacia,
la falta de voluntad
autocrítica
y esa falsa identidad
ideológica y política.

La sexualidad de clóset
en el clóset está bien,
aunque sea de cristal;
maintenant changer de crochet
y haz bien sin mirar a quién,
pues aquí llegó el final.

FIN


Canciones aludidas o parafraseadas

  1. Más de cien mentiras
  2. Lo niego todo (título y un verso)
  3. La canción de las noches perdidas (título y un verso)
  4. La del pirata cojo
  5. De purísima y oro
  6. A mis cuarenta y diez
  7. Yo quiero ser una chica Almodóvar (título y un verso)
  8. 19 días y 500 noches
  9. Contra todo pronóstico
  10. Sintiéndolo mucho (título y un dicho)
  11. Tan joven y tan viejo
  12. Leningrado (título 2 veces)
  13. Dieguitos y Mafaldas
  14. La canción más hermosa del mundo
  15. Donde habita el olvido
  16. Y nos dieron las diez
  17. Lágrimas de mármol
  18. Pacto entre caballeros
  19. Pongamos que hablo de Madrid

Versos aludidos o parafraseados

  1. Ni rojo de salón: Lo niego todo
  2. Miente como mienten todos los boleros (homenaje a Tom Waits): La canción de las noches perdidas
  3. Con faldas y a lo loco : Yo quiero ser una chica Almodóvar
  4. Qué suerte tienes, cochino: Tío Alberto (excepción serratiana, por razones obvias)

Dicho robado

  1. Le dijo la trucha al trucho (verso eliminado, según anécdota falsa): Sintiéndolo mucho

 


Al socaire del insomnio

 

(O cuando la gana gana)

Al socaire del insomnio
también despierta el demonio
de las urgencias carnales
a falta de una mujer
tiene impulsos hormonales
y sale a buscar placer

En la soledad etílica
su búsqueda es hemofílica

Al amparo de la noche
los solitarios en coche
recorren el viejo barrio
de la esclavitud sexual
con víctima y victimario
por el género real

La penumbra de las calles
suele ocultar los detalles

A la luz de las estrellas
siempre jóvenes y bellas
se consuma el lenocinio
y el dominio patriarcal
bajo un tímido escrutinio
de su «autoridad moral»

Moralina, hipocresía
complicidad y falsía

Entre copas y botellas
quiero escribir mi reproche
para dejar testimonio
a la luz de las estrellas
al amparo de la noche
y al socaire del insomnio

Que cuando la gana llega
nada gana en esta brega

Al socaire del insomnio
que parece un manicomio
de apetencia sin control
por hallar lo que desea
lo buscará donde sea
con la exidia del alcohol

Y hallará más bien penuria
menos lujo que lujuria

Al amparo de la noche
no sabrá lo que derroche
la cartera y la salud
ya borracho el andariego
sin reposo ni sosiego
de vuelta en la juventud

También «hombres de familia»
tienen esta parafilia

A la luz de las estrellas
como rayos y centellas
por evadir el burdel
hacer fila es regalarme
la exhibición de la carne
y de la calle al hotel

previo pago al alcahuete
que regenta este banquete
(de putas en la banqueta)

Luego de bogar en ellas
no queda más que un reproche
de insatisfecho demonio
a la luz de las estrellas
al amparo de la noche
y al socaire del insomnio

Que cuando pega la gana
pierde más de lo que gana

FIN

 


Ella y él (asimetrías)

 

Ella vive los días y las noches
lidiando con el tedio y la oquedad;
cuando le sobran fámulos y coches,
le falta humanidad.

Él tiene más proyectos en la mente
que posibilidades en la vida;
vive tensando al máximo el presente
que se aleja enseguida.

Heredero de lastres familiares,
también con más pasado que futuro,
lo agobia una conciencia de pesares,
su edad es un apuro.

Ella joven y bella en su palacio
se aburre con rutinas de gimnasio,
de cocina y aseo general,
más bien supervisión,
viendo televisión
y revistas de chismes a la moda;
vivir cómodamente le incomoda:
vacío existencial.

Un mensaje de voz
perdido en el abismo de las voces
les decía con lacerante afán:
Lo peor de los dos
es que no se conocen
ni se conocerán.

Ella tiene un marido millonario
y él no cuenta con nadie que lo apoye,
navega contra el viento en solitario
para que no lo arrolle.

Esclavo de una casa defectuosa
como su propio cuerpo y un cerebro
con trastornos del sueño y peligrosa
dependencia de fármacos, celebro
su enorme voluntad…

Con más males que bienes,
él requiere de tiempo que no tiene,
pero se lo dará la eternidad,
mientras ella, incapaz de concebir
ni siquiera la idea de adoptar
un mejor porvenir,
vive como inmortal sus tonterías,
a falta de hijos propios o adoptados
para seguir el paso de los días
menos satisfactorios y aceptados
que la maternidad.

«Así lo quiso Dios»,
dirán quienes endilgan a sus dioses
el arbitrio confeso en el diván:
Lo peor de los dos
es que no se conocen
ni se conocerán.

La niña, por ser hija de papá,
disfrutó de abundancia material,
clases particulares y colegios
privados, todo cuanto le brindara
la mejor nutrición y ropa cara,
lujos y privilegios,
como costosos viajes por el mundo,
todo para encontrarse cara a cara
de un tiempo en adelante
con lo único profundo
en la superficialidad reinante:
su vacío total.

Con más enfermedades que recursos,
él pervive atrapado en un pueblucho,
luchando por cambiar su realidad
para ser escritor y dibujante
mucho antes de llegar a la posdata,
sin mirar hacia atrás, siempre adelante,
caminar con los perros que rescata,
vivir en libertad.

Hasta el último adiós,
como el más visceral de los adioses,
ellos nunca jamás se lo dirán:
Lo peor de los dos
es que no se conocen
ni se conocerán.

FIN

 


El personaje

 

(La vida es una canción)

«El rojillo comemierda»
lo llamaba la reacción
por su izquierda
—la vida es una canción—
cuando comenzó el artista
comunista y anarquista
«de protesta» y marginal
con su denuncia social
y su crítica política
de la era paleolítica,
como estilan
antes de alcanzar el éxito
diletantes de su léxico
los émulos de Bob Dylan.

Comenzó como un autor
que interpretaba sus obras
con menos obras que sobras,
más ínfulas que talento
de sagaz compositor
y más contactos que mente
creadora.

Desde su exilio en París
combatió a la dictadura
del tirano capital…

La crónica periodística
de su actividad artística
siempre lo despedazó,
tentado por el tentáculo
del mundo del espectáculo
que finalmente lo asió.

Su izquierda se transformó
poco a poco en izquierdismo
y de allí hacia la derecha
como flecha
que pasó del ateísmo a la doctrina religiosa
cuando el ictus le dio un susto.

Con sus oídos de tísico,
menos talento que físico
y uno que otro valimiento,
consiguió fama y fortuna,
colándose al firmamento
bajo la luz de la luna.

Y acabó siendo aristócrata
republicano y demócrata,
rancio como la República,
su intimidad se hizo pública
—la vida es una canción.

Entre la prostitución
y la esclavitud artística,
más servidumbre que mística,
dejó de ser trovador
para ser superstar,
rockstar
del estrellato mayor,
un produto elaborado
por lógica del mercado
para consumo masivo,
todo un divo.

También cambió la guitarra
por un grupo electroacústico…

Como Judas,
traicionó su tradición
—la vida es una canción—
y a su compañera cósmica,
por fin un alma desnuda,
contrayendo matrimonio
cual sorpresivo demonio
y en secreto con su fan,
conejita de PlayBoy
retirada
para ser su fiel esposa.

El éxito comercial
resultó un raudal indómito
y, embriagándolo hasta el vómito,
desbordó hasta su moral.

Todo le ha saliendo mal:
terminó haciendo el ridículo
al vomitar frente al público,
dejando ver un testículo
carente de vello púbico.

Llegó a tener en verdad
una peligrosa tisis
por su habitual sobredosis
para paliar la neurosis
y una turbulenta crisis
física y emocional.

Biografía de película
más ficticia que real,
trasnochada y demencial,
si es verdad una partícula
tiene su propia versión
—la vida es una canción—
pero bastante ridícula,
maestro del autoengaño,
su comportamiento huraño
no es fatídico,
sino lo único verídico
en su declive y no vende
ni sorprende.

Pero entre polvos y lodos,
para sorpresa de todos,
una noticia sarcástica:
a la otrora estrella joven
le fue concedido el Nobel
cuando su autobiografía
fue considerada un día
literatura fantástica.
¡Y el fulano lo aceptó,
cómo no!
¡Venga de ahí,
qué caray!

Solitario,
su glamour octogenario
se reduce a la familia
y una que otra parafilia
sin salir de su mansión
—la vida es una canción—
como estilan
a su edad
los émulos de Bob Dylan,
engañando a la memoria
con su pretérita gloria,
más mentira que verdad.

FIN

 


En esta soledad…

 

(Guiños y homenaje a Dylan, Benedetti y Buñuel)

En esta soledad a cielo abierto,
valle de los espejos que no reflejan nada,
mi poema es un barco de madera
perdido en el desierto
como un reloj de arena en la mirada
y efímera quimera.

En esta sucesión de irrealidades
que suele suceder a mis edades
acaso más que ayer,
sucede que un espejo es un abismo,
a veces el desierto un espejismo
y el oasis un cuerpo de mujer.

Con esta soledad a la deriva
naufraga en la tiniebla una piragua
por una tempestad intempestiva,
la ensangrentada luna es una fragua,
la música un pïano bajo el agua
y el rumor de las olas
un eco en caracola sucesiva.

En esta soledad amurallada
por el tiempo de piedra que se nutre
del insaciable olvido, todo es cutre,
tedio y encrucijada,
la memoria se cae hecha pedazos,
al final es un cúmulo de ocasos
y el silencio una estrella disecada.

En esta soledad sin sol ni edad
se divorcian del húmero los músculos,
alternan desamparo y orfandad,
y se tiñen de rojo los crepúsculos.

En esta soledad a campo abierto
que la gente hace un campo de batalla
mora un dragón detrás de la muralla
y es la disolución del desconcierto.

Por esta soledad el mal de Aurora
contiene fuegos fatuos en sus fauces,
con la muerte del día un cielo llora
y anega la tristeza de los sauces.

Otro cielo se rompe contra un risco
y el viento calla en busca de socaire
que, por no despertar al basilisco,
se hacen polvo las aves en el aire
de la noche glacial, polvo de estrellas,
las aves de los sueños con la brisa
que borra de los médanos las huellas
de su paso al olvido y la sonrisa.

En esta soledad de cuerpo inerte
se divorcian los músculos y el húmero,
la vida es anticipo de la muerte,
pues «negro es su color, cero su número».

En esta soledad por la que subes
al cielo imaginario de los muertos
se desangra su luz, arden sus nubes
y nacen flores negras en sus huertos.

Las cigarras son ínfimas estelas
de otro cielo estelar, cielo estrellado
contra un planeta muerto y enterrado
por esta soledad y sus secuelas.

En esta soledad a flor de piel
los árboles arañan el invierno,
los demonios regresan del averno
y el silencio parece de papel.

En esta desolada pesadilla
se divorcian del húmero los músculos,
dormita una pasión de pacotilla
y oscurecen de pronto los crepúsculos.

En esta soledad una costumbre
de crucifijo en llamas, de fogata,
la corona de espinas en su lumbre,
conjura otra costumbre y la retrata
como valor más próximo a la herrumbre
que sus pobres adornos de oro y plata.

En esta soledad con esclerosis
los cielos precipitan su caída,
lastre de un largo vuelo el equipaje,
la muerte forma parte del paisaje
que se funde y confunde con la vida,
todo en pequeñas dosis,
dualidad, maridaje,
sinalefa y simbiosis.

Requiero en esta fría soledad
un hogar que me abrigue, me arrope y me cobije,
dejar al Underground en libertad
y hacer del basilisco un alebrije.

FIN

El poema tiene 16 estrofas, 84 versos… sin contar el título, dice 13 veces la palabra “soledad”… se roba un verso de Bob Dylan, una idea de Mario Benedetti y otra de Luis Buñuel:

«Negro es su color, cero su número», dice un verso de la canción A Hard Rain’s a-Gonna Fall (Una fuerte lluvia va a caer), de Dylan

«En ciertos oasis el desierto es sólo un espejismo», dice originalmente Benedetti (creo que la frase pretende ser un haikú)

La corona de espinas en llamas es una escena de la película Viridiana, de Buñuel

Surrealismo y simbolismo onírico

Misantropía y pesimismo

 

 

 



Insomnio gótico

 

(Guiños y homenaje a Luis Eduardo Aute)

Mis noches de insomnio son noches en blanco:
busco en la memoria rastros de los sueños
y encuentro neblina dentro de un barranco
penumbra que nubla su acumulación
busco el plenilunio de la inspiración
y encuentro rencores, cúmulos amargos
llantos de azoteas bajo la tormenta
polvo de murciélagos

Mis noches en blanco se visten de negro
como luto alado por el tiempo muerto
sus alas sin vuelo tiemblan, languidecen
en mi casa enferma de abulias y miasmas
donde los fantasmas se aburren de miedo
y enredan el aire con su enredadera
de desesperanza

Todo en blanco y negro, luego en tono sepia
lleno de vacío y oquedad eterna
despierta las voces de un gran aquelarre
las brujas que danzan en torno a la hoguera
de mi sepultura vienen del insomnio
y una cría cuervos para ser su dueña
cuando el viento duerme no sabe que sueña
con otro demonio

La lluvia renueva la melancolía
de calles que incendian sus vetustos árboles
amainan los odios cuando el llanto escampa
cantos de sirenas suenan a lo lejos
los perros aúllan al cielo sin luna
los gatos maúllan en la soledad
al hondo silencio de la madrugada
lo rasgan, rasguñan, lo arañan, lo rompen

Gárgolas insomnes confunden el paso
de las horas muertas con el de las nubes
y el rumor del viento que musita el alba
sombras a la sombra de otra oscuridad
rechinan las puertas desde sus bisagras
urden las arañas un presagio grave
cuando el viento duerme sueña que no sabe
que la luna sangra

Las horas de piedra parecen cansarse
y el tiempo se peina con gesto de amante
de alguna manera tendré que olvidarte

FIN

 


Mal de Aurora

 

(Cántese con la música de Joan Manuel Serrat en la segunda parte de la canción Para la libertad, pero en tono pesimista)

El mundo estaba en llamas y yo, más que perdido,
me buscaba en las ruinas de los sueños que tuve
y en pos de una utopía que arrasara el olvido
con su rabo de nube.

Me buscaba en las ruinas y los restos mortales
de un país habitado por el odio y la muerte,
vaivén de las ausencias de plantas y animales
en su cultura inerte.

El mundo era un desastre y el desastre una meta,
como causa y efecto de la perversidad;
los males del planeta no los causó el planeta,
sino la humanidad.

El mundo agonizaba, cayéndose a pedazos,
por un lento suicidio de la virtud y el vicio,
cuya ciega codicia guiaba los ciegos pasos
hacia su precipicio.

La destrucción mermaba nuestras últimas fuerzas
sin dejar nada intacto, salvo acaso la escoria,
ganancias materiales en las cuentas perversas
y el final de la Historia.

Convertía los mares en mares de basura,
los aires y sus vientos en nubes de veneno,
la tierra en cementerio, demencial sepultura
del hábitat en pleno.

A pesar del otoño con su oscuro presagio,
seguía vivo el sueño de un cielo menos gris,
teníamos en mente los restos del naufragio
para el final feliz.

Pero todo era inútil, un pendejo espejismo;
la humanidad enferma prendió fuego a su casa,
y el paso de la muerte sigue siendo el abismo
de la vida que pasa.

El mundo estaba en llamas y yo, desesperado,
confundía memoria con imaginación:
la pretérita gloria del futuro legado
por la Revolución.

Hubo grandes proyectos con ideas desnudas;
creímos en el cuento del cielo por asalto
y ahora nos asaltan, además de las dudas,
las ratas del asfalto.

Aun después de las armas, vivíamos al día;
nos quedaban los dientes para escarbar la tierra,
y el mundo era una fosa común que me pedía
seguir en pie de guerra.

La estupidez humana colmaba mis asombros
y yo me preguntaba para qué seguir vivo,
si es que seguía vivo, reptando en los escombros,
hasta siempre cautivo.

Para escarbar en busca de más sobrevivientes,
debía buscar antes, entre objetos sin vida,
los restos de mi cuerpo, nuestras almas y mentes,
la Esperanza perdida…

Me buscaba en las ruinas y los restos mortales
de un país habitado por la rabia y el odio,
que habían perpetuado, con actos criminales,
este negro episodio.

El mundo estaba en llamas y yo bajo sus fuegos,
resistiendo el asedio de la imbecilidad,
cuya ciega codicia guiaba los pasos ciegos
hacia la mortandad.

El mundo agonizaba y era también mi vida,
presenciar el ocaso precoz del pensamiento,
cavar mi propia tumba, su entrada sin salida,
morir a fuego lento.

El mundo era un desastre y el desastre una meta;
la barbarie barría con la fertilidad
y borraba la savia de la faz del planeta
para la eternidad.

Ni siquiera intentamos detener la matanza;
la caja de Pandora guardaba el mal de Aurora,
luz de todos los males, junto con la Esperanza,
nuestra fuerza motora.

La caja de Pandora, también cajón de sastre
por sus contradicciones, era muy superior
a la especie causante de su propio desastre
por un monstruo interior.

La bestia fue creciendo como cada mordisco
y, además de incubarse, la enfermedad ignora
que ahora es un engendro, grotesco basilisco
llamado mal de Aurora.

¿Y en dónde habrá quedado lo que fue construcción?
¿Qué fue de lo que fuimos? —se pregunta el fantasma
de aquello que llamábamos civilización
y hoy no es más que otro miasma.

(Final hablado:)

Si el planeta estaba enfermo y moribundo,
la solución de su agonía era la muerte,
así que sofocamos el incendio con explosivos
y se acabó el problema.

La humanidad murió con el planeta
por la Nada más grande que se haya visto jamás
en ninguna otra parte del universo.

Pero antes, mucho antes,
deserté de la guerra contra la vida,
no por la extinción de la especie humana,
sino por sus daños colaterales,
y sigo perdido, sin encontrarme
ni siquiera bajo tierra.

FIN

 


 


Canófilo

 

(Declaración de principios y señas de identidad)

Hoy que los gritos del silencio son testigos
del eco insomne de la mar en caracola,
quiero escribir esta canción a mis amigos
de cuatro patas, mucho pelo y una cola.

Decir que adopto la bondad por compañera,
que me resigno a que la muerte nos separe,
que acepto el reto y la responsabilidad
al declarar que declaré lo que declare,
que asumo el costo, el compromiso a que no muera
mi amor de aquí a la eternidad.

Y agradecer a quienes llegan a mi vida
cuando comienza aún la suya el crecimiento
de una existencia mejorada y compartida,
pero fugaz como una ráfaga de viento.

Quiero decir que la nostalgia duele ahora
que las ausencias han causado soledad,
pero me abraza una presencia sucesora
de amigos nuevos y me colma su amistad.

Perros bebés, cachorros, críos que jamás
dejan de serlo en el mejor de los sentidos,
algunas noches me despiertan sus ladridos
y algunas veces rompen cosas, se las comen,
destruyen, muerden, me lastiman sin querer,
pero también me han enseñado a perdonar.

Hay egoísmo en el dolor por su partida
si de mi parte no es recíproco el amor, sino destellos;
ellos están en un momento de mi vida;
yo estoy en toda la de ellos.

Todos se van, ninguno vuelve, unos se han ido y otros vienen,
y su legado en la memoria nunca muere;
son Garrafuz, Vodka, el Tritón y la Naomi,
los perros Toby, como el propio viejo Toby,
el ciego Rágnar, el Goliat, la enorme Fara;
con su recuerdo he recibido a Kiara y Ciara,
tiernas cachorras hasta entonces sin hogar.

De Zipolite me llevé a la hermosa Layla
y al diminuto y joven Marley junto a Nina,
la grata gata más querida de mi vida,
y años después llegó a morir envenenado
por alimañas que padezco en este lado
mi queridísimo Culposo…

Hoy que los astros de la noche son testigos
del desamparo y la orfandad de perros flacos,
aunque los Toby no hayan sido mis amigos
los amo igual que a los guerreros Matapacos.

Amo al chileno y a sus dignos herederos
que seguirán de nuestro lado y a su altura,
bravura mítica entre gases y rimbombos:
Rucio Capucha, encarnación de la ternura,
también en Chile y, en Colombia, Matatombos,
paradigmático Loukánikos en Grecia…
¡los amo a todos!

A los heroicos rescatistas mexicanos
Frida y Proteo que murió por negligencia
de un desgobierno que, lavándose las manos,
logra evadir la suciedad de su conciencia.

También al Gringo callejero y protector
de los vecinos en su barrio a todas horas,
que no por Gringo, así llamado por error,
dejó de ser más bien peruano, asesinado por las hordas.

Saltó a la fama de la noche a la mañana
cuando las cámaras grabaron su heroísmo,
su indignación, su valentía, su coraje,
que hizo correr a una pandilla de asaltantes
al defender a un estudiante en desventaja,
dando el ejemplo y contagiando a la manada,
pues era líder natural de armas tomar.

No existen “perros de la calle”, como dice
la estupidez y la incordial complicidad de su lenguaje
que no hace más que repetir irreflexión hasta que cuaje;
no hay perros malos, perros tontos ni “corrientes”,
sino ignorancia, mezquindad, perversidad…
dueños y padres (brincos dieran) negligentes
en la llamada y detestable humanidad.

Luego de un largo caminar por todos lados,
siempre con hambre, a la intemperie y de repente,
más que amistad, lo que nos dan los rescatados
es el amor que les negó la pinche gente.

Como cicádidos que alegran las endechas
por el instinto en una gran encrucijada,
felicidad con gratitud es la mejor de las cosechas,
felicidad con la salud recuperada.

Si mi familia preferida es la perruna
porque me alivia de vacíos y tiricias
con su intercambio de sonrisas y caricias,
haré crecer hasta el final esta fortuna.

Gracias por todo, compañeros de mi entraña,
por el camino, la vereda y el recodo,
por el estero, la planicie y la montaña,
por el oxígeno y, en fin, gracias por todo.

FIN

 

 


Primicia

 

Convocado por HarperCollins Publishers, Simon & Schuster, Penguin Random House y Harvard University Press, en asociación a posteriori con catorce productoras “globales” de cine independiente y alternativo, el Primer Concurso Internacional de Relatos para Cine y Televisión tuvo como resultado la selección de ocho cuentos que, una vez publicados en formato libresco, serán puestos en escena por indiscutibles maestros del cine que suele ser también “de culto” y las productoras asociadas.

Estas productoras son: Ikiru Films, Ménage Atroz, Mod Producciones, Constantin Film, Medusa Film, El Toro Pictures, Lightbox Entertainment, Telefónica Producciones, Telecinco Cinema, K&S Films, Cepa Audiovisual, Vaca Films, La Ferme! Productions y Formato Producciones (TV-Movies).

Basada en el libro homónimo y todavía inédito, Las llamas del insomnio (Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, España, 2022) estará compuesta, como serie televisiva, por ocho segmentos de una hora cada uno.

Según las bases del concurso en su calidad de contrato, los autores de los cuentos seleccionados colaborarán o fungirán como consultores en la elaboración de los respectivos guiones.

En esta primera edición del certamen participaron 27 mil 906 escritores con 39 mil 203 obras (una o dos por autor) provenientes de 119 países. Y el libro será publicado en las nueve lenguas permitidas para la presentación de los textos: inglés, alemán, español, francés, italiano, portugués, árabe, ruso y mandarín. Pero dada la relativa homogeneidad y la unidad conseguida en la selección de los relatos, es probable que la serie de televisión esté hablada en un solo idioma o, en su defecto, dos, que previsiblemente serían el inglés y el español.

Por razones que daré a conocer después, llegó a mis manos una copia del “borrador” en español con breves notas en inglés, lo cual me permite hacer la siguiente reseña con mis propias sinopsis y algunos datos de pre-producción. Espero que la disfruteis tanto como yo disfruté leyendo y escribiendo…

* * *

Si el orden de la serie corresponde al de los textos en el libro, como está previsto, el primer capítulo será Posdata: dale de comer al gato, cuento epistolar de Mabel Homara (Charlas con Milan Kundera y Había muerte en su mirada), que narra en principio un romance imposible entre dos mujeres, una de las cuales investiga el robo de una pintura con las pistas falsas que tratan de inculpar a quien será su amante, una joven autodestructiva, más adelante asesinada por el enamorado y despechado jefe de la detective. Unas pistas del crimen hacen parecer ahora que se trata de un suicidio, pero otras inculpan a la protagonista, quien deberá continuar sus investigaciones a escondidas y hacer justicia, cerrando el círculo de la venganza.

La detective de origen chino Wona Zhiang está inspirada en la actriz Gong Li (Sorgo rojo, Qiu Ju…), musa y esposa del director Zhang Yimou, tal como Ann Rice se inspiró en el actor Rutger Hauer y su papel de replicante (Blade Runner) para crear al vampiro Lestat de Lioncourt (Crónicas vampíricas), finalmente interpretado por Tom Cruise en la mejor actuación de su carrera: Entrevista con el vampiro (Estados Unidos, 1994), de Neil Jordan. Por lo que hacen las edades, la detective Zhiang será interpretada en la pantalla por Liu Yifei (Mulan), según trascendió.

La narración de los personajes en primera persona tiene un tono de literatura negra que remite a su espíritu primigenio sin diálogos, sino con intercambios epistolares, pasajes de sus diarios personales y una que otra nota periodística, recursos narrativos propios también de la novela Drácula, de Bram Stoker.

Ambientado en Chicago durante los años cincuenta, el relato que encabeza la selección es una obra maestra; su lectura nos hace imaginar una puesta en escena con voces en off, y ésta deberá ser bastante fiel a la fuente literaria para alcanzar su altura, lo cual se prevé más que difícil.

Para dirigir este segmento, el surcoreano Park Chan-wook (Trilogía de la venganza) compite con el hongkonés Wong Kar-wai (Días salvajes, Deseando amar y 2046, trilogía sin nombre), y lo que tienen en común sus trilogías con el capítulo en ciernes explica la coincidencia oriental.

* * *

Con un título extenso y prometedor, que provee de coherencia y hasta de continuidad al orden de los textos, el segundo es, sin embargo, menos elegante y más bien perturbador. La sórdida historia del ratón que acabó de una vez con todas las vidas del gato, para empezar, rompe un tabú temático tanto en la ficción como en el relato testimonial: los hombres víctimas de violación.

Un joven homosexual es secuestrado y ultrajado por varios hombres encapuchados que graban la agresión en video. Tiempo después, el joven se reencuentra con uno de sus agresores en el cuarto oscuro de un antro gay; lo reconoce por la voz y la repetición de una frase que había escuchado al ser violado. Víctima y victimario entablan una relación patológica, perversa y peligrosa, que alcanza el clímax de la fatalidad cuando el joven, una vez planificada la venganza con fríos cálculos, acude a la cita con el violador en casa de éste y es detenido por la policía como único sospechoso de su asesinato. Además de indicios de pelea y el cadáver con la garganta cortada, la policía encuentra, entre abundante material pornográfico, el video de la violación, y opta por creer que las escenas son actuadas…

Por iniciativa del abogado defensor, un periodista en retiro y escritor en activo entrevista en la cárcel al protagonista, y de ahí la narración en primera persona, que rompe un segundo tabú: el narrativo…

El escritor colombiano Julio Dinoco (La soledad en el paraíso y La hora de los tiburones) tiene presencia en su propio cuento como periodista y explorador que fue del llamado underground urbano, una parte del cual es netamente homosexual. Muchos años después de conocer en persona este mundo que se oculta en la oscuridad, además de reunir múltiples y vívidos testimonios al respecto, el autor leyó un artículo periodístico sobre las violaciones sexuales que algunos hombres sufren y también prefieren ocultar. Algo que tocaba fibras sensibles inspiraría una segunda incursión, ahora literaria, en las sombras del pasado.

El escritor ha sido el primero en avalar la elección de Milos para encarnar a su personaje. Para dirigir el segmento no está propuesto nadie todavía.

* * *

No menos violento y visceral, el tercer relato narra en espiral el secuestro de un empresario mexicano desde tres puntos de vista, lo que permite apreciar los hechos y todos sus ángulos como si fueran un objeto con relieve. En primer lugar, la esposa recibe indicaciones de los secuestradores junto con partes de la víctima y debe lidiar con el resto de la familia y su miseria ética y moral. En segundo lugar, la víctima lo es por partida doble, tanto de sus victimarios como del egoísmo familiar. En tercer lugar, los secuestradores alternan sus motivos con una gélida crueldad que devuelve por partes a la víctima: primero un dedo, luego otro, después una oreja, más adelante una mano sin los dedos que ya devolvieron… Un video digital muestra la castración del empresario y el momento en que unos perros son alimentados con los órganos genitales para que la familia no pueda ponerlos de nuevo en su lugar. “Porque se ha portado mal, y Dios perdona todo, pero nosotros no”.

Implacable retrato de la esencia vil por naturaleza en ciertos tipos de gente. Aquí nadie puede presumir de inocencia, ni siquiera la víctima, y el sardónico tono de humor negro arrasa con todo, empezando por las sutilezas desde la cruda brutalidad del título: ¡Paguen!

Autor del cuento, el escritor gringo de nombre japonés Akira Fukinawa, conocido hasta hoy por su profunda y temeraria incursión en el mundo de la Mara Salvatrucha, ganador del Premio Pulitzer por una investigación novelada y de título muy simple (La Mara), se obsesionó después con la violencia que padece México en la actualizad, desde la narcocultura hasta la narcopolítica, o sea, la sesión del poder político al crimen organizado y su representación por el poder formal. De ahí la nítida claridad de su relato, que se permite inclusive una descarga de ironía y cinismo.

Para dirigir este segmento, los productores barajan, entre otras, la posibilidad de que lo haga el mexicano Alejandro González Iñárritu. Como protagonista prevén que sea el hispano-mexicano Daniel Giménez-Cacho.

* * *

In crescendo, es decir, en gradual aumento de la intensidad, el cuarto capítulo hace una variación en el orden cronológico de la narración, ahora en reversa, como Irreversible, la película francesa del guionista y director italiano Gaspar Noé. Del infierno al purgatorio, cuyo título es una doble alusión para lectores inteligentes, comienza también con el final de la historia, que es el suicidio de un hombre que acaba de cometer una serie brutal de asesinatos en unas cuantas horas.

Yendo hacia atrás en el tiempo nos enteramos de los motivos y las motivaciones, los impulsos y estímulos, la concurrencia de circunstancias y factores que orillan al personaje inexorablemente a la locura. Rumbo al principio de la historia, conocemos a los principales causantes de todo: unos padres que, al amparo de la buena voluntad, la buena intención y la estupidez absoluta, causan el mayor daño posible a su hijo, culpándolo de todo, hasta de la perversidad materna y paterna.

Del suicidio pasamos a la minuciosa descripción de una escena, la del crimen anterior, que ha sido la masacre a machetazos de una familia compuesta por dos ancianos y su hija con parálisis cerebral, vecinos del victimario en un pueblucho infrahumano, y luego la escena del crimen previo, que es la masacre de otra familia, la del defraudador que vendió al victimario una casa estructuralmente defectuosa y no cumplió con la garantía ni con nada, pero contó siempre con la complicidad de la madre del afectado.

De allí pasamos al incendio de la casa de una anciana que es salvada por el hijo para echar ácido en su cara, dejándola ciega y desfigurada, y luego al fracaso en el asesinato de un anciano a quien defiende su iracunda esposa, pasaje mediado por una confusa transición, para llegar finalmente al principio de la historia, que no de la narración: la concepción del victimario por una pareja de alegres fumadores que se erigen en ejemplo máximo de bondad, honestidad y sabiduría.

(Por la inversión cronológica no hay spoilers, y si acaso los hay, no importan).

La creación del relato es de la única persona con seudónimo entre los autores de los textos seleccionados: Beso de Ginebra es la firma en este caso, de modo que no es posible saber con certeza de quién se trata, salvo dos probables nacionalidades, argentina o chilena, según el matasellos y otras pistas. Desde luego, a diferencia de los productores, los editores conocen la identidad, pero mantienen la secrecía.

Para escribir el guión del segmento y dirigirlo se baraja la posibilidad de que lo haga el mismo Gaspar Noé, aunque también se propone al consumado maestro canadiense David Cronenberg. Ambos se caracterizan por una enfermiza magistralidad en la descripción gráfica, nítida y detallada, inclusive gore, de la violencia. Ambos coinciden también en considerar como actor ideal para el papel protagónico a Joaquin Phoenix, aunque no se descarta que sea Javier Bardem o Luis Tosar.

* * *

En el quinto capítulo, el género de Cinema Infierno, cuyo título guiña con el clásico de Giuseppe Tornatore desde el otro extremo, parece horror sobrenatural, pero más bien describe un delirium tremens con tanta crueldad como creatividad. El autor es Luiz Rocamadour (Premio Hans Christian Andersen por su novela corta o cuento largo Nunca sueñes con ovejas descarriadas, un clásico instantáneo de la literatura infantil) y su protagonista es uno de los fantasmas que pueblan las ciudades hoy en día: las grandes salas de cine. En segunda instancia, un indigente prematuramente avejentado que frecuentó un cinema y fue vetado para volver a entrar, pasa por allí todas las noches, años después de que la sala múltiple cerró sus puertas para siempre, cuando él ha caído en la miseria material, y el alcoholismo destruye su salud física y mental, acercándolo cada vez más a la locura.

Dormido como siempre a la intemperie sueña que lo hace dentro aquel edificio y despierta en su interior, confundiendo recuerdos con alucinaciones. Primero se suceden escenas más o menos borrosas pero todavía coherentes de películas en su memoria; después se mezclan unas películas con otras sin perder lógica; más adelante, las escenas pierden coherencia y relación con las películas. Al final, todo es una pesadilla sin forma, y el pobre diablo busca desesperadamente una salida, pero no encuentra más que desolación: en el recinto no hay luz eléctrica ni agua ni muebles más allá del patio de butacas; allí no hay más que aglomeraciones de imágenes espectrales y cucarachas. Para colmo, al dipsómano se le acaba el licor y padece la noche más larga de una parálisis del tiempo atrapado en su propio delirio, al parecer como castigo por culpas olvidadas.

La conclusión pasa del horror sicológico a la tristeza más desoladora, que retrata la máxima soledad posible, la del apestado que deja de serlo al resultar ahora imperceptible para los demás por más que grite implorando auxilio. Nadie te ve ni te oye, ni siquiera se entera de tu existencia, si eres nadie.

Para escribir el guión y dirigir este segmento hay tantas posibilidades como herederos de Polanski, Lynch y el ya mencionado Cronenberg, por su obra maestra del horror sicológico, Spider (Canadá, 2002), pero el favorito es Brad Anderson por su hazaña de crear El maquinista (España, 2004) al margen de Hollywood, aunque después nos decepcionara con su pretendida adaptación de un relato de Edgar Allan Poe: Stonehearst Asylum (Estados Unidos, 2014).

Si la interpretación del protagonista es desempeñada con apego a su descripción literaria, el actor deberá ser alto, delgado, blanco y lampiño para teñir su piel del color de un camarón y su cabello cano.

* * *

Con el sexto capítulo comienza el decrescendo y nos brinda un respiro luego de la violencia y la demencia que parecen competir por el más alto nivel de intensidad. Y comieron perdices, se titula este relato, que describe la relación perfecta de una pareja perfecta en un mundo perfecto, sin problemas ni dificultades ni defectos, hasta el día en que ella, una mujer de arrolladora belleza que encarna la juventud y la salud del primer mundo, seduce, aparentemente por nada o porque sí, al fontanero que ha contratado y que a su vez encarna la pequeñez en todos los sentidos, el pobrediablismo propio del tercero y el cuarto mundos.

La infidelidad del matrimonio es inconscientemente recíproca y después mutuamente aceptada como pacata minuta en aras de las apariencias y la conveniencia de un par de cobardes que jamás hicieron ni el más mínimo esfuerzo por nada, para tenerlo todo, salvo acaso dignidad.

Mientras la esposa complementa su normalidad “tan perfecta que aburre”, el marido asume un papel femenino en sus travesuras homosexuales.

La sicología y el erotismo como ingredientes no restan al relato su carácter de drama puro, que no puro drama, pues parece tener la intención de contagiar un pesimismo según el cual no existe nada idílico ni perfecto en las relaciones humanas y, por el contrario, cuanto más lo aparentan, más hipócritas y engañosas son. Debajo del “barniz de la civilización” puede haber algo literalmente putrefacto, que emerge en el momento más inesperado y del modo más grotesco, dejando en evidencia la fragilidad del teatro.

La autora es Alicia Ferré la Ploma, escritora y promotora cultural, catalana, conocida y laureada por su libro de cuentos Cartas a la noche y noches a la carta.

No se contemplan nombres en este caso para los realizadores: director, guionista y actores, salvo que ella deberá caracterizar la voluptuosidad de Anita Ekberg. Para representar al fontanero, alguien con la personalidad de Peter Lorre en la actualidad será menos difícil de conseguir. Una posibilidad es el mexicano Silverio Palacios. Para interpretar al marido, cualquier actor de físico más huero que rubio bastará.

* * *

Con el séptimo capítulo, del drama cuasi existencial pasamos a la comedia sexual: Mira lo que te pierdes, es el título (demasiado coloquial, para mi gusto). Una pareja muy joven y muy sana en todos los aspectos exhibe su desnudez en el patio de su casa y es vista desde azoteas y plantas altas a través de las ventanas por unos vecinos católicos de edades avanzadas. Los jóvenes advierten que las preferencias sexuales de sus vecinos están invertidas y en el clóset: a él le gustan los hombres, a ella las mujeres. El juego por simple diversión y la desafiante falta de respeto a la hipocresía gazmoña trasciende al involucrar a más vecinos, la mayoría invitados a reuniones para rezar, y termina en escándalo histérico de todo el vecindario. La policía deja en evidencia su propia inutilidad, y los protagonistas deben presentarse en un juzgado de conciliación, que decide su expulsión de la localidad.

El relato se torna judicial por un instante y acaba inopinadamente con un giro sorprendente que se burla de la decencia, las buenas costumbres, la moral tradicional, que suele ser doble moral… hasta que la implacable sorna rubrica una moraleja que se toma las cosas a la ligera con sapiente y cínico sentido del humor, lo cual deja una reflexión paradójicamente pesimista por el invariable triunfo del atraso educativo en las provincias del Tercer Mundo.

El autor, Fábio Lasso da Silva, francés de origen brasileño y joven talento con proyección literaria que seduce por su frescura y su estilo de ruptura radical, es públicamente desconocido hasta hoy.

Tampoco en el caso de este relato se barajan nombres para ponerlo en escena y llevarlo a la pantalla, pero es obvio que por lo menos el director deberá ser heredero de la clasiquísima comedia a la italiana.

* * *

Con el octavo capítulo, Mejor vuelvo a nacer, escrito por el portugués radicado en España, Eblen Graniel Ronaldi (Madre sal: una colección de muertes absurdas), la serie cambiará de tono, ahora en clave de comedia negra.

Un adolescente que fracasa en todo escribe los motivos del suicidio que ha decidido cometer, pero antes del paso final, que deja para después de su última noche y de finiquitar pendientes al despertar, su carta de despedida cae en manos de un hermano menor que la presenta como propia en clase de literatura. Asombrado, el profesor lee dicho texto en voz alta como ejemplo a seguir por sus alumnos para que asuman la tarea de escribir, cada uno, su propia carta de despedida, exponiendo los motivos del suicidio que no cometerán. De inmediato, la tarea escolar alcanza dimensiones de concurso, y así comienza un conflicto de múltiples y divertidos equívocos que desembocan en la muerte accidental del verdadero autor de la carta, el frustrado suicida que, al proyectarse como escritor, se arrepiente de su tentativa… No es spoiler, pues el final concluye con un cuento dentro del cual transcurre otro cuento, en el cual ocurre el primer final.

En este caso, cuyo ingenio raya con la genialidad, tampoco se barajan nombres para la puesta en escena.

* * *

Si algo tienen en común los relatos seleccionados es su calidad literaria y su originalidad, salvo acaso dos (Y comieron perdices y Mira lo que te pierdes), que no son demasiado tópicos, pero tampoco asombrosamente originales. Con esos dos relatos, la selección decae ligeramente, pero cierra con el ingenio desbordante del último cuento, que deja un excelente sabor de boca.

Algo que también tienen en común los relatos seleccionados es su realismo y su actualidad, lo que facilitará la puesta en escena. Posdata: dale de comer al gato y Cinema Infierno, son excepciones en este sentido, el primero por su ambientación de época, y el segundo por las alucinaciones cinematográficas, que equivalen al horror sobrenatural en términos escénicos o visuales, lo que requerirá obviamente de efectos digitales. En esos dos casos, la puesta en escena será más difícil y costosa, pero valdrá la pena.

Se dice que ningún relato participante con géneros fantásticos, como el horror sobrenatural, la ciencia ficción o el surrealismo, estuvo a la altura de los seleccionados en calidad, sea literaria en general o narrativa en particular, ni en originalidad, lo que permitió al jurado una selección con relativa homogeneidad y unidad aproximada, por los temas y elementos en común: primero los gatos como presencia recurrente en las noches de insomnio y como el oponente de mayor ventaja en el juego adulto del gato y el ratón, que invierte los papeles por sorpresa cuando se trata de venganzas; la narración en primera persona; la homosexualidad como algo abierto y seductor cuando se trata de lesbianas, o más bien oculto y oscuro, inclusive sórdido, cuando la protagonizan hombres, al menos en estos casos; el secuestro, el suicidio y la violencia, que puede llegar a ser extrema y emparentarse con la demencia, que a su vez acompaña a la indigencia y la soledad (además de rimar), situaciones en las cuales suele haber una evasión o salida falsa, que termina por empeorarlo todo: el alcoholismo.

Los relatos seleccionados con pasajes eróticos o erotismo como ingrediente del drama y de la comedia tienen en común aquí una exhibición de la hipocresía y la doble moral…

Literatura negra, thriller, drama puro y duro, horror sicológico, humor negro, comedia negra, comedia sexual, variación de recursos narrativos y en el orden cronológico de la narración… todo en un mismo libro que transmite una gran dosis de pesimismo y hasta de misantropía… ¿el más propicio de los ánimos para la reflexión y el que suele resultar de ella? El público lo dirá cuando el libro y la serie de televisión vean la luz en 2022, el primero a principios, la segunda quizás hacia finales de año.

 


 


Una década

Este blog cumple una década hoy, contando a partir de la primera publicación (Travesía, 22 de agosto de 2011), que hice cuando el ahora mamotreto virtual se alojaba todavía en Blogspot. Blogspot había sido plataforma de mi primera bitácora, que duró siete años y medio, y lo fue también de las tres siguientes, que inexplicablemente desaparecieron antes de cumplir un año, forzando su migración a WordPress, en donde se alojan desde entonces. La primera no desapareció, quedó en pie, pero perdí el acceso a su interior, por lo que tampoco es posible modificarla ni eliminarla yo mismo.

Al socaire del insomnio: Una travesía por el océano de la noche (nombre y apellido o “descripción”) es la continuación literaria y personal en el sentido primigenio de Gárgolas insomnes: Las horas de piedra en el laberinto, donde tuvo cabida también la política y el periodismo, el cine y otros temas. De ahí que la estafeta se repartiera entre sucesores temáticos al concluir el primer ciclo hace diez años. Prácticamente abandonados, en espera de que su autor los nutra de contenido, los otros dos blogs tratan de política y cine, respectivamente, y sus nombres son Pesimismo documentado: Para dilucidar los motivos ocultos de los actos nonatos (doble homenaje a Carlos Monsiváis, por si no lo sabes) y Clan Goro: De cine o la suma de todas las artes.

En su momento me pareció que mantener un blog durante siete años y medio era un exceso y así lo expresé al dar por terminado ese primer ciclo. Ahora resulta que la continuación ha cumplido una década, por lo que suma 17 años y medio la experiencia y quizá llegue a las dos décadas; llegaría con gusto por lo que a mí respecta, pero WordPress ha hecho una serie de cambios en el sistema de publicación que, al complicarlo todo y dificultarlo al máximo, reduce al mínimo las posibilidades técnicas de diseño. Cabe sospechar que se trata de forzar el pago por mejorías, empeorando la opción gratuita. Este hecho —que parece un signo de la época si vemos lo que sucede también en Facebook y YouTube— supone para WordPress cavar su propia tumba, como lo hizo Blogspot, que técnicamente se inmoló con un olímpico autosabotaje, como antes lo hizo hi5 y después la red social de Google (con la sutil diferencia, dicho sea entre paréntesis, de que los blogueros o bloggers somos creadores de contenido menos sociables que los usuarios de las redes sociales, generalmente antilectores y analfabetas funcionales). Se trata, pues, de una tendencia global y, si WordPress hace lo mismo que Blogspot, acabará la época de los blogs, a menos que sus autores más empecinados, rebeldes, nostálgicos y románticos, migremos entonces a las opciones que se nos ofrece desde hace años y que hemos desdeñado.

Por lo pronto, diez años exactos con este blog (más o menos nueve alojado en WordPress) se traducen en 300 “entradas”, 277 publicadas y 23 en calidad de borradores. Para distinguir de las “páginas”, que son fijas y atemporales, y aparecen en la columna secundaria, que es estática, las “entradas” aparecen con fecha en la columna principal, que suele ser dinámica. Las páginas publicadas son también 23, de modo que las publicaciones suman 300, contando aparte las “entradas” y páginas privadas y los borradores de ambos formatos. Las 23 páginas incluyen seis galerías con imágenes que no son de mi autoría, y una página introductoria para las seis galerías.

Digamos que el blog tiene alrededor de 300 publicaciones, lo que supone un acervo de valor atemporal, sobre todo porque algunas de las páginas son pequeños libros: Cien cuentos breves, Cien poemas breves, etc. Los cuentos diseminados en otras páginas compondrían un libro de tamaño regular. Diseminados en páginas y “entradas”, los poemas que no son breves, también.

El 99 por ciento de estas publicaciones es hasta entonces nuevo-inédito, escrito para el blog; el uno por ciento es reciclado, legado por el blog anterior, y uno que otro texto escrito para concurso literario y seleccionado para antología en libro de papel (desde luego lo informo en cada caso). También las publicaciones fechadas en la columna izquierda tienen un valor atemporal porque, a diferencia del periodismo, que suele ser efímero, la literatura nunca pierde vigencia ni actualidad…

Aun así, para conmemorar estos diez años de crecimiento, he seleccionado 50 publicaciones, que es la mayor cantidad permitida por la plataforma para “fijar arriba”, de modo que sean las más visibles y no dejen de serlo al publicar algo nuevo. Para que la selección tenga un orden personal ha sido necesario cambiar las fechas (con excepciones conmemorativas o periodísticas, como la crónica de los terremotos en Juchitán y el Istmo oaxaqueño), lo cual explica también que las fechas intactas de los escasos comentarios no correspondan… Comprenderán y disculparán ustedes el surrealismo entre onírico y esquizofrénico de que los comentarios parezcan hechos antes que las publicaciones.

Y cambié las fechas de diez publicaciones más para que aparezcan en seguida de las 50 “fijas arriba”.

Además, por primera vez en diez años, habilité la «barra fija» al pie del blog, y ocurrió la casualidad de que ahora ir hasta donde se llega con un clic hacia abajo tiene como límite las 60 publicaciones seleccionadas. Basta con hacer ese clic para comprobar que no se trata de ciencia ficción. Hay que hacer otro clic, ahora en un botón, para continuar el recorrido hacia abajo en el blog y hacia atrás en el tiempo. Las etiquetas ahora están al pie del blog, junto con las categorías, los archivos, el buscador y otros widgets.

Al continuar de arriba abajo el recorrido por el blog, aparecen de nuevo las publicaciones seleccionadas, alternando con otras, según su fecha. Eso no lo decido yo, sino el sistema de la plataforma. Si por mí fuera, ninguna publicación se repetiría.

Un paso previo al mantenimiento conmemorativo del blog fue despublicar las 20 entregas de poemas breves, pues los 200 poemas (10 por cada entrega) se redujeron a cien que son los más breves y de mayor calidad, y que ahora conforman una página. Los menos breves entre los restantes integraron series como la que titulé Nocturnidad (Un naufragio poético en diez partes) y también está publicada en página.

Por último, la plantilla siempre ha sido la misma en esta década, con cambios en detalles del diseño al alcance de la mano y el ojo, de modo que la apariencia, sobre todo ahora, sea más profesional. Por su parte, los recientes cambios de WordPress en su exasperante sistema de publicación ameritan un texto especializado con una crítica implacable.

Valga todo este rollo como invitación a zambullirse en la “página de inicio”, que permanecerá fija durante algún tiempo, con sus “entradas” seleccionadas y 23 páginas estáticas de por sí, 17 de las cuales son de mi autoría, fueron revisadas y las presento con orgullo. En general, estoy orgulloso de este blog, al que si acaso falta algo son lectores. Vaya pues. Salud.


«Una logia callada»

lamaga

La Maga

Naomi entró a la casa con barro hasta los muslos a beber agua y, quizá porque la saqué de nuevo al patio bajo el cielo gris antes de irme y volver del supermercado, a donde no me permiten entrar con ella, y quizá porque le grito cuando estorba mi paso en momentos de neurosis, parece un poco triste, acaso enferma, como si algo de vida faltara en su existencia. Mientras escribo con la inercia insomne de la madrugada, una vez a salvo de la realidad nacional y mi relación, no menos miserable, con la gente que hace al pueblo del lugar en donde muero, Naomi duerme y guarda en su sueño un silencio de luz tenue, trémula flama en su interior silente. Sin despertarla, onírico remanso de palabras que fluyen como el agua, un poema de Alejandra Pizarnik en su propia voz atrae la tea descalza de otro silencio, llama otra llama: Tahoma entra en cuclillas a la recámara con el collar de Naomi en el cuello y espero entonces que se acueste a mi lado en la cama, pero lo hace junto a la cachorra en el tapete de felpa. «Ssshhh», musita mientras acaricia su costado y me niega una mirada, una sonrisa; no se puso el collar para mí, así que la miro y trato de interpretar el subjetivo lenguaje de su cuerpo al unir las palmas de los pies con las piernas en forma de mariposa que aletea, como ejercicio de ballet o algún arte marcial.

La Maga de Cortázar que hizo enloquecer a Oliveira tiene una versión muda y desnuda en Tahoma, joven concubina de gracia infantil que rezuma sensualidad por los poros en cada movimiento, a despecho de Pizarnik, quien se creyó inspiradora del personaje y se lo dijo al autor en la cara: «La Maga soy yo». El cronopio mayor nunca la sacó del error, pero había escrito Rayuela antes de conocerla y su musa era la intérprete alemana Edith Aron, que primero fue su amiga y después traductora de algunos de sus cuentos al alemán. La relación es bastante conocida hoy y Cortázar la decepcionaría más de una vez, primero al contraer matrimonio con Aurora Bernárdez, luego al descartar la publicación de los cuentos traducidos por ella y finalmente al preferir que fuera otro quien tradujera la novela. Aron conocería las razones del veto al ser publicada la correspondencia del escritor con su editor Francisco Porrúa, en la que parece confundir al personaje literario y su ignorancia con el real, como para seguir hiriendo el alma de la traductora, también escritora con dos libros publicados. A los 86 años de edad, ella recuerda con asombrosa nitidez los detalles de un pasado que se remonta a 1950, cuando vio por primera vez al escritor de origen belga en alta mar camino a Francia, y como suele ocurrir cuando una memoria nada olvida, tampoco lo perdona.

alejandra

Pizarnik

Pizarnik, por su parte, se suicidó a los 36 años sin saber que no era ella La Maga, pero lo fue por la magia de su legado, una obra literaria muy basta para su edad, en la que destaca la poesía como canto del desencanto, con el encanto de la melancolía. Personalmente, prefiero la oscura personalidad de Pizarnik, en parte por atracción identitaria: de la depresión aguda y los trastornos del sueño, como el insomnio, al «trastorno límite de la personalidad», como llama la siquiatría históricamente criminal a un complejo cuadro de padecimientos incurables, a los que puso fin ella misma, tragando 50 cápsulas de barbitúricos. En las últimas grabaciones de su voz, además del sentido necrófilo de sus palabras, es perceptible un decaimiento anímico, un cansancio depresivo y terminal…

Las escritoras suicidas tienen algo en común que toca fibras sensibles, valga el cliché; sus acercamientos a la más profunda locura ponen el dedo en la llaga, valga otro cliché, como asomándose al abismo por una herida abierta. Virginia Woolf, por ejemplo, comenzó a seducirme desde mi primera juventud, cuando leí en una enciclopedia que se había suicidado al percibir que perdía sus facultades mentales; el resumen no es preciso, pero precisamente por ser un resumen ocasionó un sacudimiento interior del que pasé a la curiosidad y de ahí a la fascinación, inclusive por la melancolía de su rostro, que dibujé durante años. Paradójicamente, me siento más atraído por su personalidad que por su prosa, así sea ésta una expresión de aquélla.

Alfonsina Storni tiene a su vez cosas en común con Pizarnik: argentinas, poetas, suicidas, pero también diferencias suficientes para que una me desvele y la otra me aburra. La generación de Storni, dato curioso, es inmediatamente anterior a la de Pizarnik, quien nació dos años antes de la muerte de Storni, una muerte tan romántica que inspiró la zamba triste «Alfonsina y el mar», que alguien consideró como la canción más bella del mundo, acaso en nuestro idioma, y desde entonces la gente que no piensa lo repite cual neta indiscutible, o sea, como dogma.

Alguna vez dije que los poetas suicidas son una especie en extinción. Ahora diría lo mismo de los poetas malditos, más allá de la corte de Baudelaire y Rimbaud (un interés común entre Cortázar y Pizarnik, por cierto, como la condesa Elizabeth Báthory de Ecsed, también llamada Erzsébet, cuya biografía me llevó a Pizarnik hace trece o catorce años).

Cortázar

Cortázar

La Maga que no fue declama su «manía de saberme ángel» con voz de fumadora, mientras hurgo en su abismo hasta donde me lo permite una mirada personal a través de los ojos desolados como heridas abiertas de las que mana un desencanto misántropo y soledad en abundancia, una especie de luz que no es reflejo, sino proyección inversa que ilumina el vacío y abarca su dimensión, una tan descomunal que desborda el pequeño cuerpo de la gran mujer. Si Pizarnik nació dos años antes del suicidio de Storni, yo nací dos años después que La Maga con la publicación de Rayuela. ¿Cuántas mujeres quisieron ser el entrañable personaje que hiciera enloquecer a Oliveira desde entonces? Pizarnik entre ellas, no obstante ser incomparablemente más culta o más intelectual que Lucía, madre de Rocamadour.

Tahoma, en cambio, es básicamente su cuerpo y tiene de intelectual lo que yo tengo de atleta; su perfección física parece otorgarle seguridad en que puede prescindir del pensamiento esmerado, como si una inteligencia infinitamente superior a la mía tuviera resuelta la vida, simplificando todo, reduciendo cualquier esfuerzo mental al ejercicio permanente del instinto. ¿Para qué escribir poesía, por ejemplo, si está en el aspecto erótico de la relación entre un hombre marchito y una mujer en flor?

Me aproximo a la hora en que empecé ayer, con la diferencia de que ayer había caído en la inercia del té negro y hoy tengo migraña de nuevo. Un estrépito pirotécnico alteró el sueño de Naomi, su evasión del tedio, y me recordó que no existe una especie de animal más irracional que la gente.

Los perros ladran. Naomi levanta las orejas. Tahoma juega con ellas. Me asomo a la noche que termina: Luna menguante. Llueve otra vez.

* El título es un verso del poema «Exilio», de Alejandra Pizarnik.


Delirio de octubre

I

Quisiera enterrarte una vez más, que seas palabra escrita en la arena de la playa, grito sin eco en los médanos del desierto, mensaje borrado y barrido por el viento, esparcido por el aire; quisiera abandonarte al pie de la eternidad, en los márgenes del tiempo, entre las tinieblas de la memoria, donde yace la tragedia convertida en mentira, enmascarada, mimetizada con todo y, sobre todo, nada… tu recuerdo sepultado sin lápida ni cruz, carcomido «por la voracidad implacable del olvido», aplastado por el paso de las horas y los años, confundido con el rumor de las olas y el naufragio de barcos fantasmas. Que así sea, «fea como la soledad de los enfermos».

No era verdad que la bruja vistiera de rosa, ni que el payaso borracho durmiera la mona; el viejo del costal no buscaba golondrinas en la esquina, sino a los niños que mataron a pedradas a su gato para arrancarles ojo por ojo y diente por diente, como ellos arrancaron de raíz las alas de su propia inocencia y quemaron vivo el sueño de vivir el sueño de vivir… La bruja no era bruja, sino pepenadora, y el payaso borracho camina dando tumbos por las calles del Desierto de los Leones, en donde no hay desierto ni leones, y sus lágrimas no son de cocodrilo ni de plañidera, sino de replicante; llora, gime, berrea, balbuce y balbucea; farfulla que todo es culpa de los judíos, que los gringos le robaron la idea, que los demandará por plagio. Que así sea.

II

payaso triste

En un salón octagonal con paredes de espejos, alguien toca el acordeón, mientras un público tan disímbolo que parece más bien el elenco coral de una película de Browning con algo de Fellini, aplaude la magia de un vampiro elegantemente ataviado. El payaso viejo bebe licor de anís a pico de botella y observa que un hombre de gordura sideral tiene sentado en las piernas a un enano, y el enano viste un pañal, succiona un chupón y agita cascabeles en las muñecas y los talones. Una mujer voluptuosa de vestido rojo, escotadísimo y abierto por la falda, exhibe la entrepierna roja también, pero no tiene cara; el payaso beodo se restriega los ojos y confirma que la fulana, en efecto, es una descarada; una anciana pálida y emperifollada viste con la piel de una foca bebé y lleva encadenado como su mascota a un niño negro.

Perturbado y aturdido, el payaso escudriña el entorno y cree, por un instante, que la reunión de aberraciones oníricas incluye a la mujer barbuda del circo, pero resulta que es un travesti; mira entonces al hombre del acordeón y descubre que es un payaso viejo y triste como él, pero no, viéndolo bien, no es como él, sino él; al borde de la angustia, mira por último el techo, que también es un espejo y refleja una orgía de culebras.

El mago saca de su chistera una cabeza de mujer decapitada, y el payaso gime sin saber que delira, que su pesadilla es la crisis de una borrachera perpetua, cuya causa no quiere recordar; el mago extrae de la manga de su frac un pañuelo blanco y lo dobla en cuatro partes, lo desdobla y enseña que envolvía una oreja; el payaso chilla con el rostro descompuesto detrás del maquillaje a su vez arruinado por las lágrimas, y el mago dobla el pañuelo una vez más, lo desdobla y enseña que envolvía un dedo; el payaso rompe a llorar desconsolado, mientras los demás estallan a carcajadas; el mago repite mecanismo y esquema de su truco para enseñar ahora el pañuelo ensangrentado, y el payaso esconde la cara sobre sus brazos y rodillas, con la determinación de no ver más, cuando siente que alguien acaricia su calvicie; levanta la cara y se encuentra con la de Cuasimodo, que le sonríe y exhibe los dientes morados, casi negros; entonces llama su atención que ya no es él quien toca el acordeón, sino un par de niños siameses, así que sale corriendo del salón como si no pudiera respirar y, una vez afuera, inhala el aire libre hasta el fondo y exhala con alivio.

En la plaza, un oso con falda toca el pandero y cuatro perros miniatura bailan en dos patas a su alrededor; un hombre ciego de voz aguardientosa lee las palmas de las manos, y unos niños mongoloides empuñan machetes, imitados en silencio por tres mimos deformes y una muchacha con parálisis cerebral. La neblina oculta paulatinamente a la concurrencia circense y, al desvanecerse, un saltimbanqui en zancos juega desolado al avión con un sombrero de copa que podría ser la chistera del mago atravesado por una estaca en el pecho.

El payaso bebe y mira al suelo, encorvando la espalda bajo el peso de su cansancio insoportable; horas después, lo despertará el orín de un perro callejero en el pasto del Parque de los Venados, en donde no hay venados, sino indigentes.

zancos

III

Ojalá tiritaras en la niebla que nubla mi delirio de octubre, como la calavera simulada en tu rostro de mimo que mima entre los brazos de un árbol otra mujer invernal, y al caer la noche un hálito de sueño como limbo en donde habita este constante reencuentro de mi nostalgia con tu ausencia fuera nube, para que la lluvia me empapara de ti, bañara las tejas de mi casa y barriera la mierda de gatos y tlacuaches, regara los patios que acabo de arreglar y las enredaderas que han de cubrir la falta de cortinas en las ventanas pequeñas y, al escampar, el viento disipara tu recuerdo como brisa mínima que asimila el mar de los muertos.

¡Ojalá fueras puta con disfraz de enfermera en un asilo de ancianos y bailaras desnuda en el sórdido valle de los leprosos y pepenaras ilusiones en el basurero de la soledad y, en vez de país, tuvieras insomnio y, en vez de amigos, tuvieras envidia y, en vez de familia, tuvieras rencor! ¡Ojalá te vendieras por partes para comprar tu final idealizado como un suicidio romántico!

Por favor, Santa Teresa, que suba la marea, que se trague mi aldea y libere al espíritu de su enfermedad. ¡Que así sea, carajo! ¡He dicho que así sea!

bruja


Señales

Ayer que me informaba y empapaba también de vívidas imágenes sobre el CoronaVirus en el mundo, terminé haciendo un cálculo catastrófico sobre los efectos de esta enfermedad y la negligencia institucional en México, a la luz de los hechos y las declaraciones, cuando algo muy extraño avivó una sensación de Apocalipsis: por primera vez desde que llegué a Huichapan, Hidalgo, hace más de siete años, hubo un estrépito de pájaros, lo cual es muy natural en otros lugares, pero aquí fue en aumento hasta un punto desconcertante, casi alarmante… Yo estaba en la cocina con la puerta abierta al patio delantero y salí a ver qué ocurría; Naomi allí afuera no parecía alterada. Para mayor desconcierto mío, los pájaros no eran visibles; los busqué por todos lados con la mirada, y nada… su escándalo llegó a ser casi ensordecedor y, unos minutos después de comenzar poco a poco, terminó también poco a poco.

Hasta allí todo es anecdótico-intrascendente y no tiene relación alguna con el CoronaVirus, aunque influye en un sentido estrictamente sicológico, y recordé uno de los primeros videos que me impactaron al respecto: Dross termina diciendo en ese video, luego de mostrar imágenes estremecedoras, que después de la fumigación masiva en Wuhan dejó de escucharse la presencia de los pájaros.

Al anochecer, yo bastante obsesionado con el tema y algo angustiado por razones que me reservo para no caer en alarmismos, hubo otro estrépito desconcertante, pero esta vez no fueron pájaros, sino grillos, como solemos llamar equivocadamente a las langostas o los chapulines, que llegaron a ser plaga en mis dos patios, sobre todo el trasero, en donde Naomi defeca y es cada vez más difícil levantar sus eses por la altura y la cantidad del pasto. De nuevo, la puerta de la casa al patio delantero estaba abierta y el escándalo extrañamente vino de adelante, no de atrás como habría sido más lógico. Salí al patio delantero y comprobé que la magnitud del estrépito era inusual, pero duró menos que el ruidoso alboroto de los pájaros en la tarde, digamos 3 a 5.

No haré público mi cálculo catastrófico porque tan válido sería considerarlo probable como descartarlo para evitar el pánico, pero me permito comentar el impacto que tuvo en mis ánimos el primer video que veo de un colombiano, documentando y reportando el día a día desde algún lugar de China, “a 600 kilómetros de Wuhan, la zona cero”, a través de YouTube. Me sacudieron en particular las imágenes de ciertos enfermos que escupen a la fruta y la verdura en los supermercados, así como a las manijas de las puertas y los pasamanos, para esparcir su tragedia con la idea de que, si el gobierno chino les niega una cura, entonces lo justo es que todos estén enfermos. Esas imágenes fueron captadas por cámaras de vigilancia y seguridad, y yo no había visto nada semejante después de acumular suficiente material en la mente como para sentirme testigo y próximamente protagonista del fin del mundo, sin temor a exagerar. Al principio no hice ningún intento de traducir a las palabras lo que sentía, pero ahora pienso en una frase que leí al comenzar la era de las redes sociales hace más de una década en hi5. Al pie de una colección de fotos brutales de hombres y mujeres torturados por soldados gringos en Medio Oriente, alguien escribió: “La humanidad está enferma”. Y recuerdo también el comentario que alguien hizo años después en Facebook al pie de un video que mostraba cómo un automóvil chocaba de frente contra una bicicleta y un ciclista, el ciclista rebotaba, la bicicleta quedaba inservible y el conductor salía de su carro para examinar el daño… a su carro. El comentario era: “El mundo ya valió madres”.


El sonido de una ciudad muriendo

Tres terroríficos secretos del CoronaVirus

El Chernobyl chino


Actualización



Pretérito sensible

crow estatua 01

Del mundo que no vemos

Hubo un tiempo en que la sensibilidad nos enteraba del entorno, es decir, del universo más allá del mundo interno, así fuera un fragmento inmediato y la idea complementaria o compensatoria de que también había universo más allá del horizonte, y suficiente contenido para desbordar el continente, como si la existencia de las cosas fuera proporcional a nuestra conciencia respecto a ellas, acaso con la medida y el peso adicionales de la imaginación o el cálculo de lo posible. Si ante la mirada, por ejemplo, un pájaro volaba, el conjunto de la sensibilidad se nutría de una parvada; si lo escuchábamos trinar, la percepción general abarcaba un coro multitudinario, sin dejar de reconocer en el aire cada sonido, cada olor, ni de distinguir cada color y cada objeto de su respectiva sombra, el reflejo del objeto y el de la sombra, cada textura, tesitura y tonalidad, sin obviar ni dar por hecho nunca nada.

Ya nadie lo recuerda, pero en ese tiempo hubo inclusive comunicación entre sujetos y objetos, es decir, entre los seres vivientes y los inanimados, a veces depositarios y siempre destinatarios de la inteligencia humana, el instinto animal, que hace también a la gente, por cierto, y la sensibilidad vegetal. Si el alma de los objetos es su aroma, como dice la película El perfume: historia de un asesino, de Tom Tykwer, y “las aladas almas de las rosas”, como cantó Miguel Hernández, podrían ser libélulas o mariposas en la imaginación del lector, lo mismo almas aladas que olorosas convivían en su limbo con las almas etéreas del resto de la flora, la fauna y algunas criaturas mágicas.

Así fue durante un tiempo, que ahora llamamos pretérito sensible, anterior a la vorágine metropolitana o salvaje modernidad, que primero embotó los sentidos y después encerró al individuo en el autismo colectivo, cuando la expansión demográfica y el consecuente crecimiento de la infraestructura social, cada vez más deficiente, empezó por aturdir y terminó por atrofiar, entre otras cosas, las funciones cognitivas de la humanidad, para la que resulta imposible distinguir nada. La mayor vergüenza es que nada más los humanos perdimos esa capacidad, pues el entorno del que somos doblemente inconscientes al carecer también de conciencia respecto a nuestra inconsciencia, está enterado tanto de sí mismo como de su intolerable, monstruosa y deforme otredad. Por influencia humana, los perros no se conforman con orinar encima de las plantas, así que las muerden hasta matarlas, y los pájaros agreden a las estatuas, picoteando sus ojos, a través de los cuales una percepción inconcebiblemente aguda es testigo de los patéticos límites que nos imponen las circunstancias a su vez “creadas” por nosotros mismos, como si fuera posible crear impulsos y estímulos de una destrucción sistemática y omniabarcante, infatigable y ubicua. Las “sensibilidades más allá del huevo tibio”, como decía un celebérrimo locutor en mi adolescencia, nos miran a través de unos ojos que, durante las treguas pajareras y los espasmos depresivos, lloran lágrimas dulces.


Síndrome de abstinencia

La nostalgia lacera «sensibilidades más allá del huevo tibio», y la cera se derrite al calor de la llama de la memoria, y la acera resbala bajo la lluvia con el presuroso tránsito del futuro al presente, del presente al pasado y del pasado al olvido, como el agua gris por las alcantarillas, pero mi soledad herida por tu ausencia no mana sangre de las venas abiertas, sino sueños acúfenos en las profundidades acuáticas del mar donde naufraga nuestra búsqueda. Los restos del naufragio tampoco manan cangrejos, ni emanan pestilencia, sino melancolía; la herida no derrama veneno por los ojos ni jugo de tomate que se haga pasar por lágrimas de sangre sobre la novela epistolar, sino delirios. Los sueños son húmedos como sus sombras y sus sombras son falsos recuerdos, como he dicho antes (ni modo que después), pero padeces de amnesia y yo de paramnesia.

Un manantial me colma de presagios y silencios, ausencias y naufragios, que pueblan de cuervos el camino real y el sendero nebuloso hasta un suelo agrietado por la contrastante sequedad, en donde los árboles han cedido su lugar a diez escaleras de pie. Más adelante, como puzle onírico, la vereda serpentea y desaparece de nuevo con el rumor de la selva en la oscuridad; me invade un déjà vu, pero no hay «reencuentro del espíritu con su alteridad», sino descubrimiento de una flamígera mirada bajo el pasamontañas apestoso. ¡Mira cómo dejaste la navaja, pinche salvaje! La ruta olfativa de la pérdida no imbuye la renuncia de frescura selvática, sino de confusión definitiva, ni transmite más que la distancia y la soledad característica de la ciudad, laberinto de espejos que encierran sombras de lobos claustrofóbicos en vez de míticos minotauros o faunos de la imaginación infantil.

«Fea como la soledad de los enfermos» (Patxi Andión dixit), la mía se nutre de inapetencia y abulia, la podredumbre que inhalo y el anhelo de que ardan los nostálgicos recuerdos en el fuego del hogar, y el deseo de que fluya el café de las montañas del sureste mexicano a falta de vino tinto; las botellas acumuladas en mi librero, una por cada año, son de Y’ahali, y el contenido quizás está más que avinagrado por no guardarlas acostadas en una caja… ¿Cómo iba yo a saber que pasarían tantos años? En algún lugar del Aleph hay una caja de Mas Perinet en perfecto estado con una carta rubricada: «¡Que lo disfrutes más que mis canciones, tocayo!»

Memoria del futuro no es profecía, sino locura. Pasada la calentura, podré bañarme con agua en vez de sudor, y comer algo por fin. ¡Salud!

Sarolta Ban definitivo


Diáspora

Como el viento sin alas encerrado en mis ojos…
Alejandra Pizarnik

Como el canto de las aves que vuela en el silencio de otra música, su ruta dibuja el mapa de una soledad acumulada en siete años de atonía y abulia inveterada, una soledad inmersa en el abono de su espiral vacía, repetitivo círculo de nada, que sueña con morir para vivir en otra dimensión con otro cuerpo, nacer de alguna fuente antigua, manantial de agua nueva, con otro padre y otra madre, para ser otro ser, otra simiente de alteridad alotrópica, unívoca otredad de las edades, los demiurgos, sin engendros del odio ni hermanos de la miseria moral, su materia fecal, sin familia ni amigos de la corrupción espiritual y la disminución del alma, sin concebir siquiera el furioso crecimiento de las misantropías…

La ruta dibujada con trazos de su paso hecho pedazos y trozos de pirámide, laberinto de muros espontáneos, traza el mapa de una diáspora inexorable, ubicua y etérea, es decir, un mapa de ruta, valga la tautología de mi pedantesco fárrago en estas parrafadas ininteligibles, diáspora de los seres que pueblan mis sueños y los desentrañan, diseminando el alba y el cúmulo de albatros, diáspora por el tiempo hacia un país como espejismo en la penumbra de los ánimos…

¿Quién viera en el aliento de sus alas los soles que no salen de un horizonte en ruinas, camino arcano al monte de cadáveres, amurallado con los cráneos de todos mis enemigos derrotados sin más pelea que un recuento de los daños y sus impunidades, sus campantes alegrías y complicidades?

Antes de morir, arrasaré con las cobardías de quienes evaden su responsabilidad, las consecuencias de sus actos y omisiones, y de sus dichos, el costo de la destrucción por la insignificancia, la pequeñez infrahumana, la maldad y la perversidad al amparo de la oligofrenia y máscaras como la buenaintención y la buenavoluntad.

Ni polvo ni cenizas de aquello que nunca debió ni deberá existir jamás, ni siquiera en alguna imaginación enferma, hemos de respirar en el futuro libre del presente que padecemos, ni hemos de recordar en la memoria saturada todavía de rencores, de sombras como aglomerados nubarrones que ciernen sobre nosotros su amenaza ominosa, oscuridades agoreras de tempestades y catástrofes bíblicas.

Que la tierra y el fuego en el corazón del planeta succione la fosa común para que su espacio sea de una vez ocupado por otra tierra y sembremos en ella vida nueva, sin la más mínima partícula del pretérito enterrado en el olvido, por salud física y mental. Amén.


Blacamán tercero

magoPodía vigilar a los duendes de la noche desde su atalaya insomne a través de silencios acumulados en sesiones telepáticas, y atesorar los sueños de los delfines en el negro manto de su diario mental, y cautivar a las estrellas fugaces con el arte de la retórica pasada por menjunje de monja lujuriosa o «vino mercurial», y trocar el trino de algunos pájaros en caricias imaginarias que invadían los repentinos deseos de las adolescentes más recatadas, y curar el mal de amores, el rencor ancestral y el odio renovado por la lluvia con bebedizos de lágrimas de reptil en extinción o guacamaya ciega…

Inventor de un aparato que trituraba el alma de quien mintiera en público, fue perseguido por empresarios de la industria farmacéutica y conductores de televisión en alianza con políticos de carrera y clérigos de pacotilla, pero también inventó unos zapatos con los que podía caminar sobre la quietud del agua, y entonces cundió la campaña para canonizarlo en vida, una vida pletórica de ironías y paradojas, pues si bien podía guardar el frío del invierno en su baúl de sabio para congelar pescado y venderlo en el desierto de la tribu yaqui, o recolectar el veneno de quienes esparcen calumnias para venderlo como antídoto contra el mal de ojo, no sabía de milagro alguno que sirviera para paliar su propia soledad y ablandar su amargura misántropa, ni había inventado nada para saciar su propia sed y mitigar su hambre, de modo que hacía, cual simple mortal, algo tan simple como beber agua simple, y comer.

Pero Blacamán tercero no era un simple mortal:

Además de lo dicho y hecho, conjuraba el contagio de las sombras con el rito antiguo de quemar copal en sahumerio de pirata y cantar saetas profanas por un dédalo de luz en cuarentena, y hacía del sacrilegio una oración terrenal como canción de cuna para mantener dormido al volcán, y evitaba el naufragio de los hombres a la deriva, silbando viento en contra de la tempestad, al amparo del faro de la memoria, que revertía de paso a favor de los brujos y las brujas la hipocresía de los curas pederastas, de modo que, al final, el contagio de las sombras, sacrilegio terrenal, y el naufragio de los hombres, sortilegio subversivo de voto anticlerical, costaban lo mismo que una mirada incólume, una sonrisa impávida, un beso baboso de caracol y el eterno agradecimiento del pavoso.


Pavoso es una palabra de uso en algunos países latinoamericanos. La dice García Márquez en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada para referirse a alguien de índole sombría que podía inclusive contagiar las sombras. La RAE, como de costumbre, no se ha enterado. La increíble y triste historia… da título al libro de cuentos que contiene Blacamán el bueno, vendedor de milagros, con el que guiñamos aquí.


Diálogos

blog 00

Las Brujas en el Salón Orizaba

(El día que Alejandra se puso hasta la madre)

–Me gustó un chingo verme desnuda y le dije a Rosa: ¡Publica las pinches fotos, güey! Son muy artísticas. A todos les han gustado. Pero cuando mi mamá vio la revista, dijo: «¿Cómo te atreves?» Pues así como lo ves, pendeja. «¡Debería darte vergüenza!»

–¡Ah, qué la chingada!

–¡Exacto, chingá! ¿Y por qué vergüenza? ¿Qué tiene de malo? No hay nada más natural que la desnudez. ¡Así nacemos! Y además me gusta mucho mi cuerpo, es hermoso. Lo redescubrí cuando vi las fotos y lo retedescubrí cuando las vi publicadas, porque imagino cómo me ven los demás y me gusta un chingo, puta madre. ¡Que me vean tal como soy! Si te molesta mi desnudez no me hubieras dado a luz, me hubieras dejado adentro de tu panza para que nadie me viera.

–¡Igual y sí, güey! Las mamás a veces, en vez de sentir orgullo, se avergüenzan de sus hijas por culpa…

–¡Qué pendejas!

–Ahora resulta que se avergüenzan de que eres mujer y te odian por ser libre.

–Y pensante.

–No fuéramos hombres, pinches viejas misóginas. Que se oculten ellas por acomplejadas, pero que nos dejen ser libres y sentir orgullo.

–Y también la envidia, güey. Cuando ven que los hombres prefieren a las hijas, en vez de reconocer que ya no tienen chiste, descargan su frustración en nosotras.

–Yo le digo a mi jefa: ¡No te preocupes, chingá! Por más que yo les guste a tus amigos, a mí no me gustan ellos porque prefiero a las mujeres. «¡Cómo te atreves!» Pues si no es cuestión de atreverme, pendeja. Nací lesbiana y, en vez de censurarme y tratar de reprimirme, deberías apoyarme y estar tranquila de que no voy a darte baje con los machos que sueñas, mientras ellos prefieren carne joven y actitudes liberadas y mentalidades abiertas a todo. Si preguntas cómo me atrevo es porque tú no te atreves a ser mujer y crees que es normal el miedo y que yo también debo tenerlo.

–Quién sabe si no es peor tener papá y mamá, unidos para siempre. Mis papás no saben que soy lesbiana y prefiero evitar el disgusto, porque ya me imagino sus pendejadas. Capaz que me obligan a tener sesiones con un sicoanalista o un siquiatra para que me recete pastillas y choques eléctricos.

–¡Ay, no mames!

–¡Neta, güey! Son tan pendejos que a veces me pregunto si tenían derecho a concebirme. Algunos deberían tener hijos para que otros los eduquen. Una vez dijo mi mamá: «Qué malo que los homosexuales salieron del clóset porque ya no hay ese ambiente tan padre de los cafés existencialistas».

–¡No mames!

(Carcajadas)

–Y otra: «Si vas al baño público no te metas al área general porque puede haber una redada (Risas). Siempre usa un baño individual».

–¡No pinches mames!

–¡Sí, güey! Así como lo oyes.

–¡Qué joyas!

–De antología.

–Los prejuicios y las fobias suelen ser decimonónicos por su atraso, pero esas mamadas son más bien oligofrénicas.

–¡Esquizofrénicas!

–Y sicóticas.

–La neta, sí.

09

Las Brujas en el cumpleaños de Alejandra

–¿Cuál es la diferencia entre el Espíritu Santo, la carabina de Ambrosio y el sentido común?

–Que no riman.

–¡No mames!

–¡Qué zoquete!

–Es como si preguntaras cuál es la diferencia entre la papaya y la sandía y dijeras que con ninguna de las dos se puede hacer jugo de naranja.

–Yo tengo un símil mejor: Decir “el león cree que todos son de su condición” es tan falso como un billete de tres pesos. Ambos dichos son falacias. Ningún león es tan pendejo como para creer semejante pendejada, y los billetes de tres pesos no son falsos porque ni siquiera existen.

–¡Exacto! ¿Y cuál es entonces la diferencia entre el Espíritu Santo, la carabina de Ambrosio y el sentido común?

–Ninguna.

–Cuando alguien me sale con el sentido común, le pregunto qué tiene de común.

–Los cinco sentidos no son comunes, porque unos tienen más o menos vista que otros, y más o menos oído, y olfato y tacto y gusto, pero el sentido común sí es común porque nadie lo tiene.

–Pero cuando alguien habla de sentido común, pretende que todos pensemos lo mismo.

–Cuando alguien me sale con el sentido común, yo más bien le pregunto si es fundamentalista, a ver si por lo menos está enterado.

–El fundamentalismo inconsciente es el más extendido y el más patológico. Desde el fundamentalismo inconsciente salen frases como: “es de sentido común”, “es de primaria”, “es lógico”, “es obvio”, “es de lógica elemental”, “cualquiera lo sabe”, “dos dedos de frente”, “ni cómo ayudarte”.

–Y “es de sentido común” que debemos votar y obedecer, que la policía es “autoridad”, que la familia es sagrada, que “fuimos creados para reproducirnos”, que Dios existe y es bueno… ¡Pura pinche pendejada!

–Cuando alguien me sale con el sentido común, yo le digo: ¡Toma tu sentido común! ¡Métetelo por el estrecho conducto de tu nulo entendimiento!

–¡Métete, Teté! ¡Que te metas, Teté!

(Risas)


De la misma serie: El pasajero y El Willy


El pasajero

HombreSombra

Medianoche. Julia maneja en vano bajo la lluvia, hasta que escampa; entonces un tipo le hace la parada; ella detiene su taxi y él sube a bordo; tiene unos 50 años de edad y barba de candado, viste de negro con saco de piel y camisa sin corbata, pero abotonada hasta el cuello.

–Buenas noches –saluda con voz grave y profunda en el asiento del copiloto.

–Buenas noches –responde Julia, activando el taxímetro–. ¿A dónde lo llevo?

–A la Roma, cerca de avenida Cuauhtémoc, por favor (pausa). Directo al refugio de la bestia. Son como una secta satánica. No cualquiera entra, pero logré una invitación para conocer el secreto que guardan por siglos en la oscuridad.

Julia frunce el ceño y mira de soslayo al pasajero.

–¿Usted ha visto alguna vez a un vampiro? –pregunta él– ¿Lo ha reconocido?

–No –dice Julia.

–Yo voy rumbo al encuentro con un clan. Espero vivir para contarlo. ¡Si muero… habré tenido el privilegio que muy pocos mortales conocen! A quienes mueren en brazos de un vampiro les es negado saber quién succiona su sangre. ¡Pero yo… fui elegido!

Julia detiene el taxi bajo suficiente iluminación, y encara al pasajero.

–Disculpe que se lo pida, pero voy a cobrarle por adelantado.

–¿Por qué?

–Por favor.

–¿Cree usted que soy un demente? Le mostraré que traigo dinero para pagarle –dice mientras saca una cartera y enseña a Julia los billetes que hay dentro–. Mire. Espero que sea suficiente, porque no pagaré por adelantado. Usted es profesional y sabe que mi obligación es pagar una vez recibido el servicio. Tenga la bondad de poner el taxi en marcha porque su desconfianza está retrasando mi misión.

Julia respira como diciendo: “ni modo, gajes del oficio”.

–Si usted no cree en los vampiros y cree más bien que nunca los ha visto, créame a mí cuando le digo que no sólo existen, están entre nosotros y expanden su poder por la ciudad, esta ciudad que está muerta y no lo sabe. ¡La mansión a donde me dirijo es el punto de reunión, al menos esta noche, reunión entre famélicos bebedores de sangre viva para inmortalizar su paso por nuestro mundo a través de la noche! ¡No es literatura gótica ni película clásica de horror! ¿Acaso cree usted que las gárgolas están allí por nada? ¿Que son decorativas? ¡No lo son!

Julia vuelve a detener el taxi en una calle iluminada, y mira a su pasajero de frente:

–¡Óigame! –le dice– Todo eso es muy interesante, pero le voy a pedir, con todo respeto, que por favor no grite, porque cada vez que grita me espanta, me pone muy nerviosa y puedo chocar. Hágame el favor de no volver a gritar. ¿Está claro?

–Disculpe usted mi pasión, señora taxista. Retome la marcha, por favor. No había caído en la cuenta de que, por primera vez en mi vida, tengo el privilegio de ser transportado por una mujer al volante del taxi. Esta feliz circunstancia hace más memorable la ocasión en que me veré cara a cara con esos seres enigmáticos, misteriosos y fascinantes que pueblan las tinieblas.

–¿Y usted quién es, si se puede saber?

–Yo soy… ¡El Vigilante!

–¡Que no grite, carajo! ¿Cómo quiere que se lo pida? Si no puede moderar el volumen de su voz, guarde silencio, quédese callado, que ya vamos a llegar.

–Disculpe que me exalte, atentísima dama. Soy escritor de libelos y estudioso muy obseso de las criaturas nocturnas, muertos que alimentan su paradójica inmortalidad con nuestra sangre, seres ocultos en la oscuridad: vampiros… En la próxima esquina, doble usted a la derecha, tenga la bondad. Hemos llegado a mi destino: esa vieja mansión de aspecto lóbrego y aterrador. ¿Cuánto le debo?

–Ciento veinte pesos.

–Tenga usted ciento cincuenta por las molestias y por escuchar mis apasionadas disquisiciones, pero tenga también mucho cuidado, porque los vampiros viven muertos entre nosotros y, aunque usted no quiera creerlo, una de estas noches en que la luna brilla por su ausencia, alguno de sus pasajeros podría ser uno de ellos y sorprenderla con implacable sigilo y los colmillos en su cuello (lo señala, y Julia protege su yugular con la mano: se miran). Buenas noches.

–Buenas noches.

El pasajero desciende, y Julia exhala con alivio cuando el taxi vuelve a andar.


«Siempre te amaré»

Dolly Parton

Hace algún tiempo dije que la canción I Will Always Love You, compuesta por Dolly Parton en 1973 y grabada por primera vez en 1974, es musicalmente hermosa, no obstante su letra tópica (o sea, de lugares comunes), ordinaria, trivial y medio cursi, creyendo que se trataba de una despedida amorosa y agradecida para poner fin a una relación de pareja. Ahora me entero de que así es, aunque la relación de pareja que terminaba en este caso era más bien profesional: Parton escribió esta canción para finiquitar su relación de trabajo con el músico Porter Wagoner, hasta entonces su mentor y compañero en escena. Durante cinco años, una vez aceptada por el público (aceptación que al principio fue difícil y costosa para Parton), ella participó en un programa de televisión que él presentaba, y formaron una pareja musical tan afortunada que llegó a ser la más exitosa en la historia de la música country.

En 1973, Parton decidió continuar su carrera en solitario, como compositora y cantante solista, decisión que tuvo también un éxito rotundo. Pero Wagoner no aceptaría fácilmente la separación y, a pesar del amor prodigado por ella en su despedida, él la demandaría por incumplimiento de contrato. Con el tiempo, todo aquello sería zanjado y quedaría más que superado.

En 1975, Linda Ronstadt grabó una interpretación propia de esta canción para su álbum Prisoner in Disguise, con un arreglo más comercial que incluye coros de sonoridad negra, como de soul.

En 1982, la canción tuvo una segunda versión de su creadora para incorporarla en la banda sonora de la película The Best Little Whorehouse in Texas, basada en el musical homónimo de Broadway. A las canciones originales de la obra teatral se agregaron dos de Dolly Parton en la adaptación cinematográfica, que protagonizaron Burt Reynolds y la propia Parton, entre otros, bajo la dirección de Colin Higgins. Ambas grabaciones de la misma canción por su autora llegaron al primer lugar de popularidad en su momento durante semanas, una hazaña comercial sin precedentes hasta entonces.

En 1992, Whitney Houston popularizaría de nuevo esta canción, ahora como tema musical de la película The Bodyguard, dirigida por Mick Jackson, hecho que haría creer a las nuevas generaciones —como creí yo— que se trataba de una despedida amorosa luego de un romance, un noviazgo, un matrimonio, o algo así, aunque la relación entre los protagonistas de la película también es profesional en principio: ella es una estrella de música pop y él su guardaespaldas.

La versión de Houston —cuya voz alterna con un saxofón protagónico— empieza a capela, pero el arreglo en conjunto es todavía más comercial; desde luego sigue siendo una balada romántica, pero de country no le queda nada, ni el género ni la sencillez original, preferibles para mi gusto, aunque las voces de ambas cantantes sean disfrutables.

parton-wagoner-1-e1577068695531.jpg

Parton & Wagoner

* * *

Confieso que, durante más o menos 40 años, tuve un prejuicio inconsciente respecto a Dolly Parton, que no llamaba mi atención en ningún sentido, más allá de haber compartido créditos con Jane Fonda en una comedia menor, como si ella no fuera más que un par de tetas inmensas, una peluca rubia y una cara grande y medio fea, como si aplicara también inconscientemente la fórmula: cuanto más grandes las tetas de una súper estrella, más pequeño su talento, y las tetas de esta mujer están fuera de toda proporción, pues ni siquiera los tacones más altos compensan su baja estatura… En fin.

Pero recientemente compré un disco pirata con cien canciones de música country y descubrí primero que I Will Always Love You me fascina, al menos el aspecto musical, y descubrí que la voz de Parton (dulce, menuda y ligeramente quebrada) me seduce por sus matices, como una “vocecita” melodiosa que transmite amor, entre otras cosas.

Aunque todavía no tengo interés alguno en su carrera cinematográfica, seguramente mediocre, comienzo a valorar la trascendencia de esta mujer que rompió récords comerciales, creando nuevos y grandes hitos, hasta amasar un patrimonio de 500 millones de dólares, desde los orígenes familiares más humildes que ha tenido quizás nadie, con una infancia de marginalidades épicas y una miseria material como de película o novela de Víctor Hugo. Aparte de su patrimonio personal, tiene una fundación, también millonaria, para donar, entre otras cosas, libros infantiles, algunos de los cuales fueron escritos por ella misma, pues ahora resulta que, después de su prolífica trayectoria musical (más de 40 discos, incluidos los sencillos, y once giras internacionales), se hizo escritora y especializó en el subgénero de la literatura para niños, así como copropietaria de un parque temático de recreación infantil, que, una vez remodelado a su gusto, adoptó el nombre Dollywood, que es también el de su fundación, como corresponde a las megalomanías ególatras de los seres alegres en la cima del mundo.

Claro que su éxito en este sentido tuvo el costo de grandes renuncias y sacrificios, pero eso ya es harina para una biografía…

(También abundan frivolidades en su haber, que no merecen mención alguna).

Whitney Houston

* * *

La mayoría de los prejuicios tiene su origen en la ignorancia. Y yo ignoraba casi todo acerca de Dolly Parton, incluida la historia de su canción I Will Always Love You. Hay canciones country que narran historias, como El cobarde del condado, de Kenny Rogers, quizá la más famosa de su género, y hay canciones con historias detrás, como I Will Always Love You, historias que añaden interés a su belleza o encanto, que las hacen interesantes, además de bellas (Kenny Rogers, quien hizo dueto con Parton más de una vez, también tiene una canción titulada I Will Always Love You, por cierto, lo cual quiere decir que las originalidades se comparten).

Los prejuicios siempre son estúpidos…

Ya quisiera yo, como seguramente quisiera la mayoría de los hombres en todo el mundo, que alguien escribiera y nos dedicara una canción como la que inspiró Porter Wagoner, quien no supo apreciar en su momento la fortuna de ser el destinatario de una de las creaciones más hermosas y trascendentales en la historia de la música country y hasta de la música en general, si aceptamos su tópica letra.

* * *

Whitney Houston, en cambio, siempre me ha parecido una mujer hermosa con una poderosa voz, tanto como para lamentar su muerte a los 48 años de edad en 2012 por “accidente” y enfermedad, sórdida y mórbida coincidencia en la cual concurrieron las drogas, su consumo, su adicción, su abuso… autodestrucción que tiende al suicidio. Ella también elevó la gran canción de Parton hasta la cumbre del éxito comercial dos veces, primero con la película (que fue su debut como actriz, por cierto) y después con su muerte.

* * *

Vaya pues. Los dejo con las cuatro versiones más importantes, en orden cronológico, de la pieza musical que hoy nos ocupa.

* * *






* * *

Y por último, una curiosidad: El cuarteto musical Il Divo, compuesto por cuatro cantantes masculinos: el suizo Urs Bühler, el francés Sébastien Izambard, el español Carlos Marín y el gringo David Miller, arreglaron esta versión a cuatro voces melódicas en español con el estribillo en inglés, versión que incluyeron en su álbum recopilatorio de 2012, The Greatest Hits​.

* * *



Ya no estás sola

(Otro poema solidario)

I wanna make
Something beautiful
For you and from you
To show you
To show you
I adore you

Sinéad O’Connor

Don’t let the bastards grind you down
Kris Kristofferson

I

Voy de mi soledad a tu silencio
como rumor del viento entre las tumbas,
como grito de angustia en el desierto,
como huella en los médanos volátiles
donde repta la ruta del extravío interno
y el rastro del reptil de la renuncia,
como arena en la playa donde escribí tu nombre
borrado por las olas del tsunami,
como surco en la tierra del rastrojo,
barrido por un hálito diabólico,
presagio de tormenta causante del naufragio,
como ciclón que gime tras la puerta
y entra por las ventanas de tu casa…

¿No entiendes que soy yo, musa-heroína,
la nube degradada
que derrama su llanto cuando llueve,
chorro que languidece,
melancólico sauce
que llora inconsolable
para volver al cauce
de los ríos,
para inundar de lágrimas fluviales
sus volubles afluentes
y caudales?

¿No entiendes que soy yo, Maga sagrada,
la tristeza del viento, las saudades,
soterrada miseria, meseta desolada,
fosa bajo la lluvia, lluvia de soledades?

Pero, al cerrar los ojos y pensarlo,
soy la mano intimista que acaricia tus sueños,
la que te brinda un ápice de alivio,
la que brinda contigo,
la que estrecha tu mano al caminar,
la que acude a tu auxilio
cuando estás atrapada bajo tierra
la carta recibida en el exilio,
como esperado bálsamo de letras,
la pauta del recuerdo
que plasmas en palabras,
la pausa del momento
cautivo en la memoria
cuando vuelve al presente con retraso,
la sangre del torrente y del ocaso…
¿Lo comprendes ahora?

II

Para que vuele siempre a donde quiera
tu libertad alada,
como norte sin rumbo, como el alma
que no cabe en el cuerpo y lo desborda,
como el agua que mana
de tu fuente,
sereno manantial de soliloquios,
para que anide al filo de tu aurora
y al pie de una mañana,
mucílago, resina o savia intacta
que la madera exuda en su catarsis,
xilema, leña y tallo cuando fluye
la sangre por las venas
de los árboles,
te beso en la belleza
que derrama tu voz,
te anhelo en la caricia
de tu canto,
que envuelves de un sonido cautivante,
me imbuyo de tu esencia,
muselina,
me dejo seducir obsesionado
por tu profundidad incomprendida,
por la vitalidad de tu espectáculo,
me emborracho de ti, mi paradigma,
de tu autenticidad a bocajarro,
de tu fragilidad inadaptada,
secuela del maltrato, historia trágica,
denuncia del abuso, recuento de los daños,
terrible honestidad que se desnuda,
lágrimas que cimbraron
nuestras almas y mentes, nuestros cuerpos,
palabras que sembraron
transparencia
y hoy cosechan sinceras
empatías,
identificaciones y solidaridades,
que también el trabajo ha dado fruto
de talento y originalidad,
acequia musical, fulgor cantante,
mujer descubrimiento a cada instante
que me asomo a tu mundo y lo hago mío.

III

Verdes fueron los campos de batallas
que libramos antaño y ahora son vendimia,
materialización satisfactoria
de la vieja utopía
que imagino en gaélico y comparto
provisto de corambre y gaita celta,
pues aquellas contiendas
hoy redimen al mundo, nos liberan,
desde un pueblo marrón
y una casa en el norte
de Irlanda y sus montañas,
una casa con puertas y ventanas de roble,
con plantas y fusiles y flores y guitarras
y versiones acústicas de un himno universal
de calidad humana,
con vino en abundancia,
provincia de los sueños que resisten al alba,
donde gobierna el alma de los ríos
y las nubes son almas,
estelas de tu música,
semillas de tu magia,
de tus ojos inmensos, como intensos clamores,
tambores de la marcha
de los grandes rebeldes y revolucionarios,
ahora encabezada en mi delirio
por la tímida flor de tu sonrisa,
por la cándida luz de tu mirada.
Que así sea.

Desde la soledad a donde vuelve
la infinita bondad de tus creencias
vuela un canto amoroso hasta el pesebre
que acuna esa mentira milenaria
llamada religión,
origen de las culpas y los miedos
ancestrales,
negocio de la iglesia pederasta:
la antítesis de Dios no ha sido el Diablo,
sino el Papa.

No prestes atención a los pedestres,
que nunca te depriman los bastardos,
ignora el griterío
de los seres mediocres y medrosos
que tienen en común la pequeñez,
a los que identifica la estulticia;
sacúdete de paso y de una vez
a los aduladores por intereses propios
que pululan y bullen con zalemas hipócritas
alrededor de la fosforescencia;
son polillas que siguen y persiguen
entre su oscuridad a las luciérnagas,
coro de plañideras que irrumpen en tu duelo
para sacar ganancias de tus pérdidas,
intrusiones a rastras, sombras a ras de suelo,
masividad rastrera.

Mientras tanto,
lejos del ruido histérico,
nosotros los que somos de otra especie
te aclamamos y amamos con generosidad
por pasiones distintas y distantes:
es mucho lo que has dado,
para ser infeliz.

Que tus sueños se pueblen de luceros de mar,
de caricias y besos y música sublime,
de la serenidad hecha posible
por la vida, el amor, la comprensión,
es decir, la grandeza de quien sepa escucharte,
brindarte compañía,
cálida cercanía,
sinalefa y simbiosis, maridaje,
serenidad acuática, oleaje
manso y dulce;
que nunca jamás vuelvas a estar sola
y el caracol marino tenga siempre
concha que guarda el eco de las olas,
espiral envolvente,
caracola.

IV

Bien dice otro poeta que algunas sensaciones,
acaso las más hondas
y emotivas,
a veces amorosas,
afectivas,
se encuentran asociadas en nuestro subconsciente
con canciones y aromas,
canciones aromáticas,
olores a la música dilecta,
bellas notas que huelen a claveles o rosas,
azucenas o nardos,
recuerdos musicales,
afectos perfumados:
fragancias orientales
y florales
en una cabellera cadenciosa
y una piel que transpira juventud;
evoco a media luz,
aroma de café recién tostado,
pebetero con vaho
del incienso de sándalo, romero,
lavanda o flor de loto,
mientras Sinéad O’Connor,
así llamada entonces,
canta con Roger Waters, o Sacrifice a solas
y al ritmo de las olas,
o canciones de cuna,
sencillísimas nanas,
y su espíritu inunda
mis entrañas
en La Casa del Pan;
regreso a San Cristóbal de Las Casas.
Thank You For Hearing Me
—Gracias a ti, preciosa.
Feel so different.

Estelas de tu música,
simientes de tu magia,
vestigios irredentos de colosal nostalgia
y evocación de atmósferas
espiritualizadas.

Un chelo evocativo del ocote,
de cabaña en el bosque,
leños en el hogar,
un piano imprescindible, melancólico,
sus notas como gotas
de lluvia pertinaz…

Conservaré tu esencia,
compañera de instantes entrañables,
gracias por existir:
los hombres solitarios
por siempre enamorados
de las compositoras que nos cantan.

V

Querida Magda Davitt:
Con lúdicas terapias evita la intrusión
de recuerdos que duelen y dolores que hibernan,
diáspora de las aves de la muerte
por un mundo baldío,
desolación eterna;
duerme bien mientras cambio tu pasado y el mío,
los malditos orígenes
de todas nuestras infelicidades
y tiricias,
para que, al despertar,
en vez de soledades,
tristezas y trastornos,
haya un montón de besos y caricias,
y en lugar de simbiontes,
cuscutas y orobanches,
haya flores;
que tus sueños se pueblen de luceros de mar,
serenidad acuática y amor,
sinalefa y simbiosis, maridaje.
Buenas noches.

FIN


El pase de diapositivas requiere JavaScript.


La soledad de Sísifo

Tiempo_en_Tr_nsito

Era un hombre tan solo que parecía condenado a tratar siempre, por siempre y para siempre con sordos, tan solo sordos, sin más opción que la interlocución verbal, tristemente consciente de su inutilidad y desde luego sensible a la incomprensión circundante, única circunstancia posible, realidad sin remedio, como pensamiento callado en medio de un griterío de manicomio y como isla de instinto ensimismado, por no decir autista, en un mar de masiva identificación con la carencia de identidad y la destrucción identitaria, cuanto más aplastante más desoladora; este hombre hablaba con gente que prefería imaginar a enterarse de las palabras, gente que, si no las oía, mucho menos las escuchaba, ni conocía su valor o significado, gente a la que no importaba el contenido ni le interesaba un carajo; vaya, ni siquiera concebía que hablar sirviera para algo; en consecuencia normal, el hombre parecía vivir y morir todos los días con sus horas y noches entre sombras de zombis, oscuros y nebulosos espectros, y rastros pestilentes de seres indolentes, muertos en vida, que nacen moribundos y no hacen más que estorbar y cobran por ser estorbos, autómatas infrahumanos como apéndices prescindibles de las máquinas, degradación sin límite, lastre de la falsa modernidad y el espejismo del progreso, gente infinitesimal que, por su infinita suma de nada, mantiene las inercias parasitarias y hace crecer su población mutante como suelen crecer los cementerios y basureros, muerte viviente, decía, que finalmente no tiene fin alguno.

Era un hombre tan solo que tan solo era un hombre, hasta que murió de soledad y vivió su muerte como un alivio, liberado al fin, aunque no por fin, de cargar siempre cuesta arriba la inmensa roca de Sísifo, el peso muerto de los demás, la otredad como padecimiento del espíritu, su alteridad como condena, cuando la soledad era enfermedad, aislamiento y orfandad, una montaña de apabullante miseria y cadáveres en magnitud proporcional a la descomposición del planeta por la estupidez humana, que supera en tamaño al universo…

Remito a Misantropía una vez más.


Inventario de sombras

Por fin, ha callado la fiesta. En el remanso de la noche que sucede al estruendo, escucho el paso de las horas mustias, un silencio de grillos y cigarras, el rumor de los trenes en la distancia, una distancia que los hace tolerables y hasta románticos, el sueño unánime de los pájaros que pueblan los árboles en parvada… Y algo me dice que las almas de los muertos duermen entre las sombras hacinadas, que las zonas ocultas del pensamiento son laberintos de sombras, que no hay atmósfera más propicia para la quiromancia necrófila que la oscuridad nocturna y la soledad, el vuelo de las sombras, cuando migran los ánimos desde los tremedales de los bajos instintos y el odio misántropo hasta la idealizada serenidad del infinito celeste.

***

El tiempo y sus combinaciones:
los años y los muertos y las sílabas,
cuentos distintos de la misma cuenta.
Espiral de los ecos, el poema
es aire que se esculpe y se disipa,
fugaz alegoría de los nombres
verdaderos. A veces la página respira:
los enjambres de signos, las repúblicas
errantes de sonidos y sentidos,
en rotación magnética se enlazan y dispersan
sobre el papel.

Estoy en donde estuve:
voy detrás del murmullo,
pasos dentro de mí, oídos con los ojos,
el murmullo es mental, yo soy mis pasos,
oigo las voces que yo pienso,
las voces que me piensan al pensarlas.
Soy la sombra que arrojan mis palabras.

Octavio Paz (1)

Pavoso es alguien de índole sombría, capaz de contagiar las sombras y provocar inclusive una epidemia de opacidad umbrosa, una corriente de oscuros nubarrones en los ánimos; desconocido, extraño, el que veo del otro lado del espejo cuando me asomo a la noche interior por esa ventana y advierto que no hay luz en su mirada ni reflejo de la mía, no existe vida en sus ojos, su gesticulación no irradia calor alguno y es más bien expresión de frío y agonía resignada, muerte a paso de oruga que no mutará en mariposa ni en pétalos de crisálida, sino en tortuga vieja con arteriosclerosis y esclerosis múltiple; tampoco percibo color alguno del otro lado, sólo negra oscuridad y penumbra gris, como si el hombre del espejo no fuera hombre, sino planta de sombra, helecho avergonzado y melancólico, al que duele vegetar por el lumbago, al que aflige ser mala hierba como el abrojo, pero intolerante al sol, a la luz diurna, o sea, hierba peor.

Al desconocido, extraño, extranjero en el país de los fantasmas, algo así como la sombra de Nosferatu en el espejo, lo entristece la tristeza de su casa, en donde reposan los escombros del cuerpo que habitó, el cascajo de la mente que brillaba, las ruinas de un alma en pena que lo apena; la tristeza de su casa lo entristece por contagio consuetudinario, por transmisión respiratoria de una enfermedad emparedada, por acumulación de abandono en su presencia y de olvido en su memoria, por aglomeración de telarañas sofocantes inclusive para las arañas, por el polvo de los días y los años que sepulta los muebles, los rincones y las esperanzas, por la voracidad de la carcoma que reduce las puertas a frágiles ilusiones y satura el aire de células muertas, por el salitre de los huesos que, agujas y tubos mediante, contamina el agua, por la queja sonora del viento que lo aqueja con su doliente asedio y lo invade…

Asomarse a la noche interior por el espejo que separa nuestras alteridades es un salto al abismo de las sombras, al nebuloso limbo en donde yacen las cenizas de los sueños, a la región prohibida por la suma de todos los miedos, gélido encuentro de la mirada con la muerte agazapada como fiera en acecho, como irrupción de un rayo en el camino de regreso al origen del fracaso, relámpago que agrieta el piso a nuestro paso en los abruptos recodos y torcidos meandros del tiempo.

El odio que se nutre de vacíos existenciales corrompe las entrañas, envenena la calma y la vida silvestre, intoxica la imaginación literaria y engendra sombras deformes, distorsionadas, arrasa con las tenues luces de las calles pueblerinas a medianoche y deja en su lugar una población de sombras, mientras en los monasterios y conventos, las abadías y parroquias, trueca la cava de vino consagrado por una bodega de sombras, calabozo de tinieblas, mazmorra del horror, en donde son encerrados los niños que se niegan o resisten al sacrificio religioso para que mediten entre ratas y cucarachas hasta que asuman su culpa, el pecado irredento de la desobediencia y la insumisión, que será redimido por la renuncia y el dolor. Para estupideces criminales no paramos.

A la sombra de un árbol, se cierne otra sombra sobre nosotros; sombras de nuevas dudas sustituyen a las antiguas certezas; el cadáver de un indigente quemado apesta entre las sombras sobrepuestas del parque. Al alba, en las rachas de amnesia por las noches de insomnio, confundo las pálidas sombras de fantasías fantasmales con falsos recuerdos, la huella de algo que nunca ocurrió. En el delirio, me sigue y persigue una sombra estilizada, magnificada por mi propia megalopía, me refugio en un salón de trémulas sombras que proyectan las velas del tenebrario al encender sus diminutas llamas, atmósfera de fuegos fatuos, y reflexiono el protagonismo de las sombras en el expresionismo alemán y el cine negro, sombras que se desprenden y adquieren independencia de los cuerpos (2).

Como un diálogo de sombras palpitantes que tiemblan en silencio y un lenguaje sordomudo, tartamudo, la intensa luz del sol que reflejan los astros nocturnos proyecta un esbozo espectral de los sueños en las paredes que rodean mi cama. Si no duermo los veo, sueño despierto. Así recuerdo las noches en vela de una infancia precoz, de cuando la soledad comenzó a ser mi sustancia. Poco o nada podía saber entonces del encuentro del tacto con la cólera helada, del encuentro del gusto con la oreja de Van Gogh en salmuera, del encuentro del oído con un pandemonio de carcajadas, del encuentro del olfato con la muerte a fuego lento y, en fin, del encuentro umbrío de la mirada con el espejo de las sombras.

Ahora que lo pienso, porque soy el reflejo de unos ojos de piedra, una mirada petrificada y atónita como sombra pétrea, y emerjo de la noche interna, insomne, a la noche ubicua, interminable, soy también la sombra sucedánea de mi pérdida, la palabra, la ciénaga, el incendio, inercia delirante «que acaba por ajar la rosa que venera», como el poeta ciego con el báculo a tientas «entre los asfodelos de la sombra». Que así sea.

1. Fragmento final del poema Oídos con el alma…

2. Véase Vampyr – Der Traum des Allan Grey (Alemania, 1932), de Carl Theodor Dreyer, que supone además la transición entre cine silente y sonoro, del cine mudo al hablado, así como una primera y genial exploración de la mirada subjetiva.


Inventario de silencios

En la noche que me habita he sido tránsito apacible de silencio y mansedumbre, letargo del instinto, cataclismo en reposo. «Entre los asfodelos de la sombra», del poema de Borges que me alude, troqué su diminuto colibrí por un murciélago gigante. Cuando las aves del olvido anidan en mi cama, la memoria despliega las alas del tiempo y, con el rumor de las horas muertas, levanta el vuelo. En el aire invadido por los fantasmas del insomnio, viciado por los ruidos viscerales de mi recaída en las inercias obsesivas, por el vaho de las incurias y abulias depresivas, en la oscuridad colmada por el odio y la envenenada calma de sus demonios, soy piedra que respira soledad por las heridas abiertas del alma, por sus poros alotrópicos, soy piedra pómez con osteoporosis leve y esguinces por infartos en las articulaciones, por inactividad física en mi época de borracho, por actividad vegetativa sin pausa ni descanso…

En las tinieblas del mundo humano y su negro abismo he sido un hálito de luz, un soplo al corazón, entre sístole y diástole, golpe que irriga sangre al tálamo cerebral en ebullición, estimulando «la glándula de los presagios» y las intuiciones. Como he dicho antes, pero no pones atención, entre dos gotas de agua, la eternidad naufraga y un silencio palpita. La erupción del volcán que llevo dentro desborda la noche que me habita.

Cuando amaina el pandemonio del infierno en la tierra y escampa el llanto inconsolable de los sauces, y los perros dejan de ladrar al paso de las nubes que desvelan el plenilunio, más o menos a las tres de la madrugada, escucho una voz de niña-diablo, un grito que se ahoga por el nudo en la garganta con el chiste del ahorcado, un estrépito de vidrios rotos y un tráfago de gatos en los contenedores de basura; el espejo de cuerpo entero ha cegado el reflejo de Medusa, como el de Narciso en un manantial de barro, y una racha de viento se ha llevado la música del fauno; un ilusorio canto de sirena hizo naufragar el soliloquio de mi romance con la noche, y volví al remanso amniótico de mi lecho con Tahoma, que suele caminar los sueños en el fondo más hondo y silencioso del mar, «donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia», como escribiera Gabo en sus mejores años, los de Macondo, la epopeya de un siglo de soledad. Como los murmullos de los difuntos en el Comala de Juan Rulfo, el acúfeno acuático es otra forma de silencio, y el agua de mujer descalza es tan cálida como sus pies. Tahoma boga desnuda en la bruma de los sueños, entre los palafitos de la noche.

Soy todo cuanto he sido y lo recuerdo: minotauro en su laberinto y laberinto sin minotauro, andadura de plantígrado y escritura de madrugada, penumbra de burdel marginal que hiede a cerveza rancia y huachinango crudo, anguila entre los húmedos muslos de Tahoma, sed insaciable que bebe de sus pétalos intensamente rojos el dulce rocío, cocodrilo de ciénaga que llora por la muerte de una flor, espesas lágrimas que inundan su pantano, espantajo sin ojos por culpa de los cuervos, pájaro lleno de paja, «pájaro lleno de pájaros, / canción que vuelve las alas / hacia arriba y hacia abajo», como canta la boca de Miguel Hernández.

He sido y soy acuático silencio de arrecifes en la isla de los murciélagos, silencio sepulcral en el cementerio de los monjes ciegos, litúrgico letargo entre palmatorias y candelabros, silencio de piedra pactado por las gárgolas y roto por los rayos, truenos y relámpagos de la tempestad, por la fuerza telúrica de un sacudimiento de la conciencia, silencio de la noche que me habita en la ciudad que llevo dentro, la de los cuatro perros que salen del parque Xicoténcatl a caminar de madrugada en unánime silencio.

Soy silencio de hielo que no hiela, pero hiere con saña y, debajo de la cama de una mujer encinta, hiede a mandrágora. Soy silencio del que mana otro silencio, como secuencia de la banda silente de una época, la que vivo y muere silenciosamente, la muerte que vivo y escribo en silencio. Que así sea.


Poesía prosaica

Estos poemas tienen en común que fueron publicados cada uno en su momento como «prosa poética», es decir, sin separar los versos (para mí, decir «prosa poética» es tanto como hablar de poesía prosaica). El primero es el primer párrafo de un texto cuya continuación no tiene nada de poética, y es el más reciente. Los otros dos son reproducciones íntegras, pero en verso, a diferencia de su primera versión.

La cueva

Sentado a solas
en un sórdido tugurio,
lupanar de mala muerte y vida peor,
al pie de mi deseo
y al margen de la buena o mala suerte,
discreto como siempre,
taciturno como soy,
bebo un sorbo de alivio;
asido al baso alegre
que, desde su fondo miope,
contiene una carcajada,
etílica tabla en el naufragio
de la noche,
por intangibilidad imaginaria,
soy sombra en la oscuridad,
parte de la penumbra,
inclusive sustancia,
camaleónico mimo.

Con los odios en reposo,
los rencores en fuga,
las soledades en tránsito,
evaporando el peso de mi carga
en progresivo letargo,
sentado a solas, decía,
me siento a salvo
de un impulso recíproco,
un desvío de la mirada,
evasión de la evasión,
interrupción o ruptura
de la continuidad
en este proceso
de emancipación personal.

Zipolite nocturno

Al pie de la madrugada,
cuando las estrellas
duermen el sueño del agua,
y de la menguada luna
pende un incendio de hadas,
escribo el último verso,
como presagio y augurio
del insomnio que no será,
pastillas y tabletas
y cápsulas mediante,
fármacos y drogas
y enervantes en efecto,
y quedará inconcluso
incluso el delirio
del diario que, al fin y al cabo,
ni final acabado,
ni polvo ni cenizas
en la ruta del viento,
ni arena de reloj,
será de nosotros ni de los otros
ni de nadie;
simplemente, no será.

Al filo de la noche,
bajo su manto de luciérnagas
contrastantes,
las olas vienen,
se van y regresan
a la playa de los muertos,
en donde resucito,
vuelvo al mundo en donde abunda
la muerte,
inercia que vienes,
te vas y regresas
a poblar de fantasmas
esta pobre aldea
de peces globo
que aparecen inflados
fuera del mar.

Los murciélagos revolotean
mientras los pájaros duermen…

A la luz de la noche

A la tímida luz
de una cálida noche
y la pálida sombra
de una luna menguante
que asomaba detrás
de los trémulos árboles,
el viento se llevaba
sigilosamente
las caricias y los besos
de una mujer en flor
a la memoria insomne
de un hombre marchito,
y los perros berreaban,
los bebés maullaban,
los gatos aullaban
y los ladrones mordían
a la policía que ladraba,
mientras yo entristecía
con el presagio sísmico
de la madrugada
como iones percibidos
por el olfato canino
ante la proximidad telúrica
de un sacudimiento,
al alba de albada y alborada,
presagio instintivo
de la soledad
que agudiza el instinto
y la sensibilidad,
cuando el viento se lleva
las caricias y los besos
de la memoria insomne
al fuego del hogar
y la lluvia inclemente
que apaga la hoguera
nos arroja las cenizas
de los recuerdos a la cara
y nos deja remanentes,
reminiscentes y cenicientos;
de ahí quizá que los pájaros
buscan migajas de soledad
entre los tejados
y el viento me avienta
los chorros de agua triste
que se lleva las caricias
y los besos de mi cuerpo
al de otro animal,
acaso al de un murciélago,
como el que se rompió
contra mi ventana
y la dejó ciega.

A la tímida luz
de una luna sombría
y la pálida sombra
de una cálida noche
que llovía llovía
y el chubasco bañaba
la frondosidad selvática
y transparentaba
un vestido rojo
sin ropa interior debajo,
ni cuerpo de mujer
ni quimera del oro
ni maniquí de cartón piedra,
mi voz quedó hecha humo de cigarro
y el viento negado a despeinarme
se llevó mi cabello
en vez de las caricias y los besos,
y sorprendí a Tahoma,
besando a Soralia,
que se decía encantada…
¡pinche rana!

A la indiscreta luz
de una luna taimada y mustia
que acostumbra escuchar
las pláticas de los árboles,
mi voz quedó en los huesos,
mis huesos hechos polvo
y mi polvo hecho silencio.

FIN


Gracias por todo

Putas tristes

Putas tristes

Siempre me sueño joven, esta vez apenas entrado en la adolescencia. Ella quizás una década mayor, o década y media, parecía tener prisa de sacar el máximo provecho posible, con exhibicionismo y un comportamiento incitante, a la sensualidad de su cuerpo; llevaba un diminuto vestido negro, cuya minifalda era de tiras rematadas por nudos pequeños. El recuerdo comienza en el momento que subíamos las escaleras, ella delante de mí; llegábamos al primer piso y ella volteaba sonriente y luminosa para confirmar que yo la seguía. Una vez arriba, caminando a media luz por un pasillo alfombrado como en hotel de lujo, ella se levantaba la falda por los costados, en una exaltación de su alegría y su entusiasmo, para mostrar desnudas las nalgas y las caderas. Creo que llevaba una tanga negra. Yo era su único público, pero lo hacía como si preparara su disposición a ser vista en la calle. Ignoro cómo podía levantar las delgadas tiras de tela con un sólo movimiento, pero Freud me decía que no existía tal posibilidad, sino deseo inconsciente por desentrañar. Su cuerpo en general y su trasero en particular eran más bien incipientes y demasiado blandos, como si nunca hiciera ejercicio, algo que también fue común en mis sueños eróticos de la infancia real.

(A riesgo de caer en la dispersión, me permito este paréntesis para relacionar un «bailable» de la escuela primaria: una niña de ocho años, según mis cálculos, vestía como bailarina hawaiana, y yo, detrás de ella, preparado para la danza de los machetes, arrancaba de una en una todas las tiras de su falda que me permitían el tiempo, la cercanía, la discreción y la irresistible fragilidad, antes de que su turno de salir a escena interrumpiera mi travesura y la continuara en un sueño hasta dejar desnuda esa parte del cuerpo bajo el delgado cordel del que pendían las tiras de papel estraza).

En el sueño reciente, la planta alta era un pasillo rojo con puertas a los lados. No recuerdo el color de las puertas, quizá porque estaban abiertas, pero su marco era amarillo. Pequeñas lámparas de pared, también amarillas, iluminaban con luz «cálida» esa atmósfera onírica de película de Lynch. En cada puerta, una puta más joven y físicamente más grande que mi guía fatal esperaba de pie, apoyando el hombro en el marco (pose muy del talón), pero al ver el arribo de la mujer menuda y de pelo negro, con actitudes y comportamientos desatados y desbordantes, se le acercaron, llevándola sutilmente hacia uno de los cuartos.

—La cosa no es conmigo, sino con él —dijo ella, señalándome.

Yo me quedaría con las putas para que me hicieran hombre mientras ella se iba de puta con los hombres que ya estaban hechos («cuando estés listo para mí, regreso por ti»), así que desistieron de hacerla entrar al cuarto más próximo, pero una deslizó el dedo más largo de su mano derecha por las orillas del vestido negro, mientras otra desplazaba una mano acariciante por los hombros y los brazos, lamiendo los dedos de su otra mano. La mujer que segundos antes planeaba provocar atracción masculina con recíproca y complementaria urgencia, contenía sus impulsos por un instante dubitativo de curiosidad, dejándose tocar, hasta que una de las putas acercó su boca para lamer los labios de ella con la punta de la lengua, y la otra introdujo los dedos húmedos por la entrepierna, abriéndose paso entre las delgadas tiras de tela. La mujer de ímpetu rebosante me olvidó por completo, al menos en paciencia, y correspondió a las delicias en ese voluptuoso intercambio de lascivia, saliva y otros fluidos.

Entendí entonces que las putas nunca me vieron porque nunca estuve allí, sino del otro lado del espejo en una cámara de Geselle, como exterior del Aleph o reminiscencia metafórica de mi despertar erótico en sueños precoces.

***

abba

No fueron esas putas nalgonas de anchos muslos y torsos robustos las que abrieron a la luz de la luna y el sol de la primavera la flor de mis sentidos, sino las cantantes del grupo Abba cuando se presentaron por primera vez en minifaldas abiertas por los costados y su imagen nutrió de contenido mis sueños eróticos, mis deseos adelantados al despertar sexual, anticipos del placer que hace confundir su amabilidad con el amor cuando en realidad no tiene relación alguna. Desperté de aquellos sueños para zambullirme con audacia suicida y hambre caníbal en los muslos de Anni-Frid y saltar a los de Agnetha, escuchando sus voces melodiosas en música de un sonido que, sin decírmelo, embellecía la presencia física del espléndido par, aumentaba la belleza y la feminidad de sus rostros y sus cuerpos espigados, prácticamente idénticos. (Hay que agradecer a sus maridos que permanecieran siempre en segundo plano y parecieran homosexuales.)

La presentación de las vocalistas en minifaldas fue, para mí, una lección inolvidable de anatomía femenina; sus piernas esbeltas en la misma proporción que el resto de sus cuerpos (estereotipo de perfección que pasa de moda para dar paso al raquitismo anoréxico – bulímico – esquelético de la Top Model actual) tenían más volumen del imaginable bajo una falda larga o un pantalón holgado; sus muslos ensanchaban hacia lo alto con sorprendente munificencia y apetitosa liberalidad, hasta un centímetro antes de las ingles, donde terminaba la falda, cuanto más corta más larga su generosidad. La engañosa economía de tela no reducía su función ornamental a la de un cinturón ancho bajo la cintura, como visten las putas de La Merced, sino que se dejaba caer desde mucho más arriba, de modo que la falda no era propiamente corta, pero dejaba las piernas totalmente a la vista, inclusive un calzón que tampoco era tal ni pantimedia o alguna otra prenda de lencería, sino pantalón de tamaño suficiente para cubrir nada más las zonas íntimas y evitar así una mirada indiscreta de la cámara o la irrupción mojigata de la censura.

Ambas de busto normal, por no decir pequeño, más para un gusto universal desde su origen sueco que para la preferencia gringa por las tetas grandes, así sean de silicona, y las piernas flacas de puro hueso —estética de pésimo gusto que universalizan los cánones de la industria del espectáculo—, la personalidad que Agnetha y Anni-Frid confirieron al cuarteto musical puede resumirse hoy en una palabra: sensualidad.

El rostro de Anni-Frid (Frida), unas veces pelirroja, otras de cabello castaño, tenía facciones similares a las de Jacqueline Bisset, mientras el de Agnetha, enmarcado siempre por una melena larga y rubia, guardaba similitudes con el de Jane Fonda. Anni-Frid tenía también un aire de mujer madura-interesante-atractiva-guapa, no bonita, que hacía imaginar veladas acogedoras con charlas acompañadas de vino tinto al calor del hogar con música suya de fondo y besos interminables en el sofá. Con el tiempo, sin embargo, no menos atractiva y cautivante, la imagen de Agnetha en su juventud fue ganándose mi gusto, mi cariño y un lugar más duradero en la memoria.

Yo tenía nueve años de edad cuando Abba saltó a la fama con un sonido agradable a pesar de las letras cursis y las coreografías fresas, correspondencia de la que podía salvarse cualquiera que no supiera inglés mientras ellas no cantaran en español y yo perdiera entonces la tolerancia. Dos o tres años después de que saltaran a la fama, yo asalté su cama y lo hago de nuevo cuatro décadas más tarde cuando el tiempo, el ánimo y YouTube me lo permiten.

Más que la canción Fernando y el hermoso tono de su arreglo andino con redobles de tambor, más que Andante, andante, o The Winner Takes It All, o Mama mia, o Gimme Gimme Gimme, más que todas las canciones de aquella época inmortal (con excepción de Chiquitita y otras cursilerías por el estilo), gracias por la belleza para los sentidos, la belleza en todos los sentidos, Agnetha y Frida. La sensibilidad no está peleada con las hormonas.

¡Eh bien, dames, à votre santé!


De la misma serie: Eros ideológico


Incendio insomne

luciérnagaLuz de luciérnagas en la mente, música de cigarras en el alma, como suma gigante de miniaturas y multiplicación de suma sensibilidad, alma que habita mi cuerpo al poblar de música el silencio, música de palabras escritas con luz del talento, soliloquio de claridad que, valga la redundancia, ilumina el pensamiento… luciérnagas que brillan en la oscuridad, cigarras que suenan en el silencio, de niño las confundía, pues pensaba que las cigarras eran esposas de los cigarros en el negro manto de la noche, a su vez esposa del día. ¡Qué tontería! Que rime soledad con letanía, si acaso humanidad y cofradía. Cacofonía. El alma de la cigarra es una guitarra, según alguna canción que no recuerdo.

He dado el corazón por unas cuantas letras, el cerebro a cambio de una palabra, el cuerpo con tal de una frase y el alma en pos de un párrafo que resultó parrafada, fárrago ininteligible que no valía mi todo, sino tu nada. Orfandad me costó el hígado; antípoda me costó el páncreas; con el colon conseguí alebrije; con el esófago, nigromante; me hice de amantía con la tiroides, así como de sístole con los pulmones. ¿Y para qué? Todo cuanto deseo está en la juventud que no poseo, su pérdida en vano…

Incendio que me llama y llama que palpita, llamada y llamarada, el fuego extiende las alas y levanta el vuelo, engendro de luciérnagas, viento de cenizas y humareda… ¿Sabías que los murciélagos duermen veinte horas diarias?

Escribo un delirio, deliro una metáfora y medito insomnio, laberinto, cavilo en las horas de piedra, dibujo recuerdos y deseos, pinto mis obsesiones y esculpo mi cuerpo, sobre todo el abdomen, sueño las piernas de Tahoma que asoman detrás de un violonchelo y sonríen desnudas, esculturales, húmedas y suculentas, un sombrero morado sobre su cabello corto de color castaño, un cigarrillo sin encender entre los carnosos labios y una melodía infantil del Neil Diamond, su mirada moraba detrás de la mía y la de Mia Stoker… acaricio mi sueño con las manos y los labios, lo beso hasta comprobar que perdí la práctica y la memoria otrora prodigiosa y todavía «especial», según la demencia sicológica, bebo la humedad que huele a mar, a bodega de vino y abstinencia, muerdo las nalgas más hermosas y perfectas del universo, las más apetecibles y placenteras, como caníbal en principio vegano, privilegio mutuo, y vuelvo a ser y sentir al hervir de nuevo mi sangre y la de ella.

En el ocaso, un incendio gime, y al alba, otro incendio mira en la noche distante mi noche de roca y sudor frío, transpiración de toxinas que incluyen rencor y neuronas muertas. Desde su fondo hasta donde termina un día y empieza otro, con el sopor de mayo a las once de la tarde, mora el crepúsculo que incendia un cielo ensangrentado y saluda en silencio sin más cara que su máscara como una cara más, acaso la más cara, ni alubias con chorizo ni la voz musical de Soralia, mucho menos el tiempo que perdí, al turno de otro incendio y el regreso del ocaso, presagio de tormenta en el naufragio y soledades…

Mi cuerpo arderá en llamas palpitantes al morir, una vez que prenda fuego al miocardio, consuma de consumar la sangre que irrigan sus latidos y consuma de consumir las hojas del calendario, por quemar las hojas muertas del verano y adelantar la primavera con invernal incandescencia. La muerte mira el pasado que vivo. La vida camina de frente hacia un futuro en donde lo único seguro es la muerte.

calaca


Oficio de tinieblas

01 vampiraBeber sangre y escupir fuego; saciar antigua sed y exhalar un aliento ardiente como el infierno, un hálito de sórdido inframundo y origen subterráneo. Beber la sangre que mana de unas venas abiertas, manantial repentino de recíproco alivio y liviandad a rastras, por el que brota renovada en el último suspiro la roja flor de una juventud marchita, chorro como fuente de vida trashumante, que abandona un cuerpo y alimenta otro, al cortar de tajo la desilusión que asesina los sueños a fuego lento, la desesperanza que los ahoga en su agonía, el desencanto misántropo, decepción por una monstruosa oquedad, una existencia desolada, vacía de todo, llena de nada.

Para satisfacción de famélicos vampiros, criaturas de la noche a la madrugada, el torrente sanguíneo tiene una volcánica erupción de placeres húmedos. Rito lascivo de macabra sensualidad, movimiento voluptuoso y canto de sirena (si alude no elude), baile fogoso de incitante mirada y labios carnosos que sugieren un beso como paso de la muerte, ósculo negro al pie del abismo, como si la bebida embriagara y exaltara el deseo corporal, de carne que siente correr la sabia debajo y palpitar la vida moribunda en clave de moléculas, entre células muertas.

La sed vampírica es hambre de mujer que tritura los huesos de sus víctimas entre musculosos muslos —como Lena Olin en La sangre de Romeo, de Peter Medak. Haber muerto y vivir es un milagro sobrenatural detrás de la sonrisa, gesticular expresión de catarsis orgásmica, similar a la recuperación de la salud que parecía perdida, pero estaba dormida en el ataúd. Por la boca del tiempo asoma una lengua flamígera, pues dentro de los siglos arde la eternidad en llamas.

El rostro palidece y, en seductor contraste, la mancha gris de sus ojos crece y oscurece como nubarrón que anuncia una tempestad, presagio de violencia curativa o crisis saneadora. Los tatuajes cambian de forma y lugar, como sombras ilusorias que, proyectadas por fuegos fatuos a sus espaldas, narran historias de carbón, revelan secretos de contenido lapidario y lacónico en lenguaje críptico.

Yacerá en las cenizas el último atisbo de felicidad, soledad invadida por seres de intolerable inferioridad, personajes de imperdonable mediocridad, apabullante miseria y mierda en abundancia, que parecen orgullosos de llamarse humanos.

*El título es de Rosario Castellanos


Berceuse

Nana para una mujer desnuda

Reptar bajo las sábanas de tu cama desde la oscuridad de los íntimos deseos y la soledad de los sueños húmedos hasta el tremedal de los bajos instintos, como serpiente ciega que se refugia en el interior de mi casa cuando llueve de noche y, al amanecer, encuentro sus restos secos y tiesos porque buscaba refugio de la vida en la muerte. Eso hago mientras duermes. El néctar de tu piel en el viento de la vid, un rumor que te acaricia, una brisa que te besa, belleza en flor donde me imbuyo. Eso somos tú y yo en esta hora de amnesia y ambrosía: maridaje y simbiosis, manjar para los dioses y apoteosis.

No despiertes aún, que seré tabla en el mar de tu naufragio cuando amaine la tormenta y escampe tu llanto, mujer de agua dulce, cuerpo alado que mengua con la sal y entraño en su desamparo, su orfandad, su aire ubicuo de inasible vulnerabilidad. Duerme, duerme, no despiertes, mujer fronda que se funde y confunde con el árbol vecino, follaje trémulo que magrea y abraza la proximidad del alba cuando baila con el viento en su canto de albada.

El lenguaje de tu cuerpo desnudo y efebo, nítida expresión de su deseo, incita el tránsito mutuo del remanso de la noche al tórrido romance. Que así sea. El orgasmo es un salto al abismo que nos libera, un grito que, además de romper el silencio, atraviesa el laberinto y te lleva de la mano de la muerte al zulo vaporoso del Diablo para que tu lívido espectro alivie su libido. Sea pues.



Una ruta irrepetible

la-apestosa

José Luis Cuevas

Después de ser masa en el Zócalo, el fotógrafo Jorge Claro León y yo vamos a Los Gatos por unos tragos con abundante botana y, una vez saciada el hambre, caminamos por la calle Dolores hasta alejarnos media cuadra del Barrio Chino desde la esquina con Victoria y llegar al Salón Orizaba, también llamado El Horrorizaba, por razones obvias. Como en una película del viejo Oeste, sus puertas de cantina tradicional se abren de pronto al ser arrojado un chavo corpulento que sangra copiosamente por la cabeza. Ese punketo conocido como El Pollo acompañaba en silencio a Carlos Oliva y sus amigos, cuando empuñó una botella y, antes de estrellarla contra su propia cabeza, espetó: «¡La vida es una porquería!» Los meseros oyeron estallar los vidrios y algunos gritos, subieron corriendo, vieron al interfecto bañado en sangre y, luego de recibir la respectiva explicación de sus «amigos», lo echaron a la calle. El Pollo estaba deprimido porque acababa de enterarse que tenía SIDA… y murió poco después.

El Orizaba, más que salón, es una cantinita rascuache. Vista desde la entrada, tiene una barra del lado izquierdo y mesas del lado derecho. Al fondo están los baños con una letrina para hombres y otra para mujeres siempre cerrada con candado. También al fondo hay un tapanco en donde solemos encontrarnos algunos conocidos y beber en mesas rústicas, sobre bancos de una tabla para varias personas o cubetas de pintura, caguamas de veinte pesos en vasos (cuando fui la primera vez tenía tanta hambre que pedí algo de comer y me dieron una papa caliente y un poco de sal). A un lado de la entrada, en una esquina, la pantalla de un televisor satura la mirada con pornografía continua, sin tregua ni argumento o algún pretexto para las escenas de sexo más intensas, que son lo único a la vista de nadie porque no hay quién las vea. Algunas escenas reales, por pintorescas, resultan más llamativas para quien observa desde el tapanco a manera de atalaya: una puta cuarentona y medio gorda llora desconsolada y vocifera su despecho cada vez más borracha: «¡Es un canalla el desgraciado, infeliz!» Otras putas la sostienen de las muñecas mientras un mesero arroja sobre ella un balde de agua que salpica a sus colegas, y el llanto se rompe como un hielo.

la-apestosa ii

José Luis Cuevas

Al tapanco llegan los guillotinos y las brujas. Uno reclama con hiriente franqueza: «¡Puras pinches fotos de travestis y punketos nos das! ¡Parece que no sabes hacer otra cosa!» Jorge Claro reacciona entre sorprendido y ofendido, con ganas de llorar. Luego el mismo guilloto pasa del reclamo a la burla, llamándolo Clarisa una y otra vez; los demás guillotos ríen y hacen lo mismo, mientras Claro aguanta vara o finge que aguanta. En sorprendente contraste, con seriedad y madurez, Octavio Moreno Corzo, alias El Ocho, me recuerda el contexto en que nos conocimos para platicar conmigo sobre la solidaridad con Cuba y su falta de visión crítica.

Pasan las horas y las caguamas. Las brujas reclaman a los meseros cada vez que bajan al baño y lo encuentran cerrado con candado. Al salir, ha caído la noche sobre el Centro Histérico y apesta a orines. Ellas están borrachas y nosotros, misoginias aparte, seguimos enteros. «¡Vamos a ponernos hasta la madre de pedas!» -grita la novia del Ocho, y Claro se desquita de que lo llamen Clarisa, caminando con ella en los brazos.

A una cuadra del Orizaba está la Alameda Central y, en el costado más cercano al cine, un amigo de los guillotos vive en un bote de basura con forma de nave espacial y los colores y el distintivo de la Ruta 100. Dentro de tan singular morada como el morador, hay un montón de ropa y recortes de periódicos y revistas en la pared que, por su forma cilíndrica, es también techo. Él es un transexual de nombre Claudia que lleva esa noche un vestido blanco y entallado. «Está bueno, ¿verdad?» -murmura El Ocho. «Es el chavo del Ocho», bromea la entrañable Rosa Cedillo. Al regresar de noche a su casa, cuando los chemos y otros malvivientes de la Alameda le gritan piropos homófobos, él se les acerca, los encara y les canta un tiro; a veces terminan a golpes y pedradas.

Los guillotinos tienen también un amigo entrado en años y medio demente que me pregunta sutilmente, casi al oído: «¿Qué te parecen los amigos de La Guillotina? Puros fenómenos y especímenes raros». Rosa Cedillo ríe con las carcajadas más discretas y hasta silenciosas que he disfrutado en la vida, cada vez que tan paradójico personaje dice algo.

10991189_763258957076665_6817614557400308501_n

Anders Petersen

Por invitación de Jorge Claro, dejamos a Claudia en su ámbito para ir, unas cuadras hacia el Monumento a la Revolución, al departamento de Jorge Ochoterena Bergstrom y Lorena Cuerno Clavel, él pintor y restaurador mexicano, que además es poeta y crítico de arte, ella cantautora salvadoreña, que además hace teatro amateur entre amigos; una pareja de apariencia tan necrófila y sombría que hasta los guillotos se espantan al conocerla. El Ocho comenta en la calle, cuando acompañamos a su novia a tomar un taxi, que le dan la impresión de ser narcosatánicos, mientras Rosa Cedillo, en cambio, se deja seducir por la voz y la guitarra de Lorena, sentadas ambas de mariposa en un tapete de felpa. «¡Canta precioso, Iván! ¡Tienes que oírla, Octavio!» -exclama cuando regresamos. Lorena tiene treinta años y un cuerpo efebo; también en apariencia, es promiscua, bisexual y brujeril.

La mesa del comedor está llena de velas. En un rincón hay un esqueleto entero de cartón; otro de hueso humano está esparcido por el departamento. Los lunes tienen «sesión». En el mismo edificio hay otro departamento al que llaman La Caverna.

Carlos Oliva se refiere después a nuestros anfitriones como «los narcopayasos», así que nunca vuelvo con los guillotos ni con el niño de los concursos y sus amigos al departamento de aquella pareja tan rara que primero causa desconfianza, después curiosidad antropológica y una irresistible atracción, y por último afecto, muy cálido afecto. Con el tiempo, Claro y yo tenemos un distanciamiento natural y, entonces solo, sigo visitándola y conociéndola entre amigos de la más diversa índole, hasta que la considero simplemente sociable. Sospecho que su aparente bisexualidad es una máscara en esa fiesta de disfraces. Un día, Lorena me pregunta en la cara de Claro si es homosexual y le respondo que no, que de tan mujeriego se ha vuelto amanerado. Otro día vuelvo solo y ella se ha ido con su hijo Emiliano a El Salvador. «Le dije que niños no», resume Ochoterena (tocayo de Claro y con el mismo alias, diminutivo en su caso, que Moreno Corzo). Años después, llego de nuevo solo y la esposa oficial me ve por el «ojo mágico», pasa un minuto de silencio y no me abre. Un minuto de silencio por la amistad que fue y se fue de allí a otro país, con escala en San Lázaro.

10991330_763258890410005_6741037571986015241_n

Anders Petersen

Fotos de la serie La Apestosa, de Cuevas, y del Café Lehmitz, en Estocolmo, Suecia, 1944, de Petersen.


En el video, presentación de Lorena Cuerno Clavel y Los del Bajo Mundo, veinte años después,
en el Festival de la Verdad.


Coincidencia macabra

Véase también: Jorge Ochoterena

 


¡Hasta siempre, Gabo!

gabo

Querido Gabo

La muerte de Gabriel García Márquez hoy jueves 17 de abril de 2014 a los 87 años de edad es ocasión para revisar la importancia de su obra en nuestras vidas. Su estilo es el que más influencia ha tenido en mi caso, con el que más me identifico y del que más he aprendido. Su obra maestra, Cien años de soledad, no sólo es la cumbre del escritor más trascendente de América Latina, sino de todo el «Boom» latinoamericano, por lo que su valor es universal, acaso comparable con Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. Personalmente, se trata de uno de los libros más importantes en mi vida; lo leí por primera vez en una vieja edición sin ornamentos durante diez días que me alcanzaron inclusive para escribir algunas notas y hacer un vocabulario; la segunda vez lo hice en dos meses, y la tercera, en la pomposa edición de la Real Academia Española, perdí la cuenta del tiempo en lectura, recesos, relectura…

El primer libro que leí completo en mi vida es también de García Márquez: Relato de un náufrago, al que siguió Crónica de una muerte anunciada, que me fascinó por su estructura narrativa en espiral. Antes había leído pininos ilustrados como los de Rius y cosas con títulos tan rimbombantes como pretendidamente científicos: Psicoanálisis transaccional para niños, por ejemplo. El Relato… y la Crónica… son libros relativamente menores, así que, después de leer las grandes obras del autor, volver en la madurez a las primeras lecturas deja una sensación de imperfección inacabada.

Además de clásicos como La hojarasca, El otoño del patriarca, El general en su laberinto, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, o La soledad de América Latina, su discurso de aceptación del Premio Nobel, entre otros textos imprescindibles, he leído curiosidades como un reportaje retrospectivo sobre la participación del Ché Guevara en Cambodia y dos textos memorables que publicó la revista Proceso hace unos 30 años: Cuando habla Fidel Castro y Memorias de un fumador arrepentido. Hace quince años, la Revista Mexicana de Comunicación hizo una compilación de frases de García Márquez sobre el oficio periodístico y en particular el género reportaje, que el escritor consideraba literario.

Confieso que El amor en los tiempos del cólera (después de leer Mi vida, de León Trotsky, uno de los libros más intensos que he tenido en las manos) me aburrió hasta el punto en que, a mitad de la novela, decidí que si dedicaba una página más a seguir hablando sobre un perico, yo la dejaría por la paz; siguió hablando del perico y me negué a continuar. Confieso también que El coronel no tiene quien le escriba, novela inconclusa que algunos consideran «perfecta», me deprimió.

Al igual que Cien años de soledad y las primeras lecturas mencionadas, he leído más de una vez los famosos «cuentos peregrinos», como suele ocurrir con los cuentos cuando gustan y uno vuelve a ellos hasta perder la cuenta de las veces. Quizás el que más me puede sea «Sólo vine a hablar por teléfono», que asocio con La isla siniestra, mi película favorita de Martin Scorsese. También La increíble y triste historia… incluye cuentos que ameritan más de una lectura, en algunos casos, porque son extensiones de Cien años de soledad.

Finalmente, lo peor de Gabo, sin lugar a dudas, es Memoria de mis putas tristes, manifiesto de la decadencia y el declive, fantasía pedófila-pederasta que entusiasmó al gobierno de Puebla entonces encabezado por «El Precioso» (protector de Kamel Nacif) para llevarla al cine. En efecto, apología misógina de la violación sexual, entre otras cosas, el valor de esa novela mínima se reduce a dos frases que no repetiré porque ya tienen una prolija difusión en las redes sociales, esas que suelen ser circuito de la ñoñería, en el mejor de los casos, y la miseria intelectual. También circula por ahí una carta de despedida que Gabo escribió hace años… De los mismos años, su carta a Bush el pequeño es también bastante mediocre.

Cien años de soledad, en la pomposa edición de la Real Academia Española, tiene 130 páginas de paja que hacen del libro un tabique, 130 páginas de pedantería soporífera, disertaciones inútiles que los editores debieron publicar aparte, como un libro sobre la novela, en el que participaran los mismos intelectuales oportunistas y otros que se hayan quedado fuera. Después de leer esas 130 páginas innecesarias, lo necesario es un receso, leer otras cosas, muy otras, para desintoxicarse de tanta bazofia introductoria que si acaso logra algo es alejar al lector de la extraordinaria novela. Cuando uno está por terminarla en esa presentación, resiente el cansancio de las manos y los antebrazos, y desea arrancar las páginas sobrantes para aligerar físicamente la carga y liberar de ese fardo a la obra cumbre de la literatura latinoamericana, y disfrutarla, inclusive aprender de ella, en vez de aborrecer a tanto fanfarrón que nunca deja pasar la oportunidad de exhibir su ignorancia, su estulticia y su falta de respeto a la cultura, el talento y la sensibilidad, en tribunas como La Jornada, que tuvo un papel sorprendentemente lamentable en el triple aniversario del autor, su carrera y su obra maestra.

gabo en sepia

Preparado para recibir el Premio Nobel en ropa interior, térmica

Post posterior: Hasta siempre, querido Rius


Jane Hanoi

LETTER TO JANE

Jane Fonda en Hanoi, Vietnam del Norte

Versión imaginaria de una histórica y heroica visita

¡Hijos de la chingada! —sería una traducción mexicana de lo que pasaba por la mente de Jane Fonda en agosto de 1972 al escuchar in situ el vívido relato de los bombardeos gringos sobre las aldeas y, en consecuencia, el difícil desplazamiento de las familias sobrevivientes, incluidos algunos de sus miembros quemados con napalm, niñas y niños en su mayoría. La indignación de la actriz convertida en activista era tan profunda como la vergüenza por la nacionalidad aplastante del atentado contra la humanidad en este pequeño país, cuyo pueblo luchaba por salir de la miseria sin hacer daño alguno a ningún otro. Made in USA, era el sello de la barbarie genocida for export.

«Ojalá el mundo entero sintiera lo que yo siento ahora», se dijo en silencio cuando, restregándose los ojos, en lugar de casas, vio huellas de un incendio. Inmersa en el terreno de la destrucción más arbitraria y criminal, con el rostro desencajado y un nudo en la garganta, fue conducida por sus anfitriones a lo que había sido un pozo de agua y ahora era un cráter negro, al antaño centro de salud, hogaño un montón de escombros, al templo budista en ruinas, al panteón de muertos desenterrados…

«Aquí no había Viet Cong —le dijo el traductor—, pero los aldeanos clavaron estacas en la tierra para evitar que aterrizaran helicópteros, pues sabían de las atrocidades gringas contra la población civil, y nomás por eso el ejército invasor bombardeó esta aldea y sus alrededores durante días, antes de rociar con agente naranja y otras armas químicas toda la zona, especialmente la de cultivo; los pobladores que sobrevivieron siguen escondidos en la jungla y no son guerrilleros, sino campesinos inermes, hombres, mujeres, ancianos y niños».

jane-fonda-hanoi

Artillería antiaérea

Jane Fonda vestía una camisa blanca en forma de pijama y un pantalón negro también holgado, y, no obstante la fuerza de su carácter, parecía físicamente frágil; una cámara colgaba de su cuello en el pecho y le daba un aire turístico, más aún con los lentes oscuros que se quitó al bajar de la camioneta; a sus espaldas colgaba prácticamente oculta una grabadora reportera cuyo micrófono trocaba el aire turístico por uno periodístico, del que hay escaso registro fotográfico; las fotos captaron sobre todo el sonriente arribo de la estrella y el momento en que habló con un casco en la cabeza desde un vehículo de artillería antiaérea; su corte de cabello y su peinado eran los mismos que la enmarcaron durante la gira por Estados Unidos a su regreso de París, con escala espiritual en la India, para protestar por la intervención militar de su país en Vietnam, y cuando fue detenida y fichada en 1970 por supuesta posesión de narcóticos ilegales que resultaron medicina. Tanto la gira como el incidente policiaco tuvieron amplia cobertura mediática en su momento y, décadas más tarde, un efecto multiplicador en internet.

Hasta que la mejor actriz de Hollywood, al menos durante la segunda mitad del siglo pasado, se vio fotografiada en Hanoi, entonces devastada capital de Vietnam del Norte, supo que su rostro había adoptado temporalmente rasgos orientales. «Quizás ocurrió al esforzarme por asimilar la valentía y la dignidad que deberíamos aprehender y aprender, con humildad, del pueblo vietnamita», pensó.

Ella era considerada un símbolo sexual, principalmente por su galáctico, erótico y bizarro papel de Barbarella, protagonista de la película que dirigiera en 1968 su esposo Roger Vadim, y había ganado un Óscar por su actuación en Klute (1971) o Mi pasado me condena, como fue titulada en español, de Alan J. Pakula, en donde interpreta por segunda vez (con su emblemático corte de cabello y su peinado progre) a una prostituta. En suma, luego de su inicio en el teatro, había realizado veinte películas, entre las que destaca también They Shoot Horses, Don’t They? (1969) o Baile de ilusiones, de Sydney Pollack, no por su primera nominación al Óscar, que es lo de menos, sino por tratarse de una obra maestra del cine maldito y la mejor actuación de su carrera. Más que dinero, aunque siempre lo ha tenido en abundancia, su fama era el principal recurso del que echaba mano al encarar la intervención gringa en la guerra de Vietnam, una agresión alevosa y gratuita, sin justificación ni declaración de guerra, un despropósito que acabaría en descalabro político y militar cuando las multitudinarias protestas en Estados Unidos y otros países finalmente obligaran al poder supremo a recular.

fonda editada

Tiempo de rebeldía

«El pueblo de Vietnam debe saber que los invasores y genocidas gringos no representan al pueblo de Estados Unidos», pensó en voz alta la paradigmática mujer, y su razonamiento la llevó a decidir el viaje a Hanoi, invitada por los comunistas de Vietnam del Norte, con quienes entablaría duradera amistad. «El mundo entero debe saberlo», agregó una vez allí, al presenciar los estragos de la barbarie imperialista y escuchar los testimonios de pobladores agraviados.

Horas después, con coraje y rebeldía, y una actitud inclusive subversiva, incitó desde Radio Hanoi a los soldados gringos en Vietnam a desertar, como forma legítima de oposición a la cobarde abyección, como negación válida a participar en crímenes de lesa humanidad. Su osadía fue calificada como alta traición por los sectores más reaccionarios del país invasor y agresor, pero el hecho de que no hubiera una declaración de guerra impidió que la célebre activista y actriz fuera juzgada y condenada al paredón de fusilamiento, como habría ameritado, según la Constitución gringa. Si alguien comete una traición a Estados Unidos es quien manda a sus hijos a matar y morir por nada, esgrimió en múltiples foros y resumidas cuentas. La intervención en Vietnam traicionaba inclusive a la humanidad, así que era un deber humanitario, ético y moral negarse a participar en esta ignominia.

Años después, apodada «Hanoi Jane» por los partidarios del genocidio y la barbarie, su trabajo en Coming Home (1978), titulada también El regreso (España) y Regreso sin gloria (Hispanoamérica), de Hal Ashby, ganaría un segundo Óscar. Curiosamente, la película es una de las primeras que abordan el drama de los veteranos gringos de la guerra en Vietnam.

«Algo que aprendí desde que estoy en este país es que Nixon nunca logrará quebrantar el espíritu de esta gente; nunca logrará dominar el destino de Vietnam, ni con bombas, ni con invasiones. Uno sólo tiene que escuchar a los campesinos describir cómo eran sus vidas antes de la revolución para comprender por qué cada bomba que tiran (los gringos) sólo sirve para fortalecer la determinación de los vietnamitas a resistir». Palabras de Jane Fonda emitidas por Radio Hanoi.

jane

Valley Forge National Park (Corbis Images)


Escribir por escribir

44 publicadoQuiero escribir esta noche de insomnio una vez más, y describir mi laberinto en penumbra o luz mortecina, fuego fatuo de infierno en vida, legado por El Diablo, para gárgolas insomnes en sus horas de piedra, vampiros trashumantes y murciélagos gigantes al llamado telepático de la sangre, brujas en sus aquelarres de placer dionisiaco, lascivo y sucio, cuervos a través de sus ojos, lobos que surcan el frío de la madrugada…

Quiero escribir cobijado por la soledad, bajo la lluvia de agosto y el influjo lunar, al que seguirá una estela de silencio como paso del tiempo hacia la muerte durante la oscuridad, abismo abandonado por los sueños y su renuncia, nostalgia que duele a la deriva en la sórdida ciudad, al garete por sus calles y al socaire del olvido como polvo acumulado en los rincones de la memoria.

Quiero escribir desde los intersticios del instinto ilusorio y los resquicios invadidos por las telarañas del odio, que un grito emerge del pasado y estremece el remanso en la profundidad del vacío, cuando tu mano busca una caricia y, sobre las grietas de otra piel, dibuja un plano de su búsqueda en vano.

Quiero escribir por escribir, pues he vivido en agonía, sin más compañía que una lejana y esporádica presencia: gatos noctámbulos de sigiloso tacto sobre la piel de asfalto entre sombras del parque al amparo de la pálida luna, como fantasmas, espectros de mitades, partida en dos la noche, a medias el reflejo del sol en otros astros; medialuna es un cuarto en estricto sentido y rigor físico-matemático; fantasmas son también los borrachos disidentes con el curso de la vida, y entonces no están a salvo de sus pisadas los caracoles de paso lento y rastro baboso como beso de borracho.

Quiero escribir melancolía de manantial y viceversa, como quien sabe que su cuerpo es savia y lo habita como tal, inoculado por las letras, para evadir el riesgo de naufragio aun con madera porosa, flotante a la manera de los recuerdos en el aire, que se lleva el viento, y para respirar un hálito de mar en la tierra mojada por agua de mujer durante sus espasmos de insoportable levedad…

Quiero escribir por no dejar de mencionar mis obsesiones en este blog: noche, insomnio, soledad, lluvia, luna, silencio, tiempo, muerte, oscuridad, sueños, nostalgia, ciudad, olvido, memoria, odio, instinto, laberinto, infierno, El Diablo, gárgolas, vampiros, murciélagos, sangre, brujas, aquelarres, cuervos, lobos y demás.


Torrente

Así como en los sueños de borrachos nostálgicos, los ladridos de perros parecen ecos del pasado, sonidos lejanos de viejos recuerdos, los gatos confunden el rumor de la lluvia con el paso del tiempo a través de la noche y la ciudad fantasma, población de mierda y basura en abundancia, indigencia que duerme anestesiada por el chemo y la estación de orines en alcantarillas y puentes subterráneos, hasta que amanece devorada por las ratas, zombis que patrullan el desierto de cemento y asfalto, la soledad a oscuras, territorio despejado por el miedo y despojado por ellos a la sombra de ladrones que sólo existen en su imaginación, delirio de persecución, paranoia que deambula por el vacío y amordazado silencio de las calles, corriente de veneno en las venas del monstruo que los traga, se atraganta, los vomita, como boca del abismo entre tinieblas, negra dentadura que tritura el tránsito nuestro de cada hora, colmillos con hambre que succionan la sangre detenida, coagulada, sanguijuela gigante, metrópolis parasitaria, famélica parálisis de hielo que huele y exhala podredumbre y saludos alegres, hiede al cúmulo de ofensas que nunca olvidaré ni perdonaré jamás, expediente congelado por la cobardía de sus autores y una epidemia de amnesia, marasmo que respira por las heridas abiertas, autismo que vegeta, gélida indolencia de la muerte paulatina y cotidiana, la del cuerpo, la mente y el alma, egoísmo en masa de mutantes con la sensibilidad entre aturdida y atrofiada por su adicción a la saturación del aire, muerte por partes y en todas partes, esclavitud que llaman libertad, muerte provisional que precede y procede a la muerte definitiva, esa que hace cobrar valor a la vida y tener, al fin y al cabo, cuando por fin acaba, final y fin: odio infinito a la humanidad por amor a la vida y conciencia de su finitud.

Así como en la vigilia de borrachos melancólicos, las lágrimas enturbian la mirada, una hoguera se apaga detrás de la ventana bajo la «precipitación pluvial», sentimiento escurridizo, imagen inasible, agonía de la memoria, pérdida que cierra el círculo de la renuncia y encierra la demencia, durante la permanencia secular del invierno llueven huevos de tortuga y, cuando amaina la tempestad, quince días antes de quince años después, el llanto desemboca en el mar del olvido, el precipicio vuelve a ser nube y deja la tierra salada, inhóspita, desértica, salitre de las especies muertas en el cementerio del planeta, ciclo inversamente proporcional a la creación de quienes fuman en la playa y dejan sus colillas en el cenicero de arena (educación es cultura), o se quitan la toalla «sanitaria» bajo el agua y la dejan flotando para que otro animal se la trague, o apestan un puerto a gasolina con su lanchita (¡estoy trabajando! -lo mismo dicen ruleteros y choferes de trailers que apestan igual y agreden con más ruido) y raciones diarias de contaminación racionada porque son «racionales», o queman la basura, pero no todo el día, nomás en las tardes, o hacen de la vía pública en la ciudad un cagadero masivo de perros, también a diario (¿qué tanto es tantito, y además quién distingue un hedor de otro, entre tufo de cagada y smog?), o confunden el humo de cigarro con pensamiento y la compulsión frenética de respirar cloro con limpieza, efecto colateral de la intoxicación en los sentidos, mundanal inmundicia, peste asimilada… en fin, curso del agua, principio de todo… ¿qué importa, si cada vez hay más, pues el calentamiento global derrite la era glacial y en una década inundará los países formados por archipiélagos?

Así como en el insomnio de borrachos rencorosos, nunca jamás acaba nada, todo es una espiral de tiempo que no pasa, pretérito que vuelve, pasado que sigue presente, los calendarios de pared se quedan sin hojas por dárselas a los árboles que también se quedan calvos por alfombrar con ellas el otoño, y los relojes de arena se atascan de colillas que tardan veinte años en desintegrarse y cada hora dura entonces veinte años y sus asesinos dicen «hacer tiempo» cuando en realidad lo matan, hacen tiempo muerto, pero el viento revive a las hojas suicidas que levantan el vuelo en primavera y son mariposas monarcas o polillas y luego mariposas nocturnas o «ratones viejos» que vuelven a la pared para morir, y el tatuaje críptico de sus alas es un fragmento del diario que alguien empezó a escribir cuando el tiempo era niño y todavía no sabía caminar, como he dicho muchas veces, pero no pones atención, porque todo se repite y me repito yo, cual Trevor Resnick en la cafetería donde un reloj marcaba siempre la misma hora, la única hora del día y del año, que era la una de la mañana (¡obviamente!), y pasaba un segundo al que seguía un segundo que no era otro ni segundo, sino el primero, el mismo siempre, con la diferencia de que Trevor Resnick tenía un año sin dormir y yo tengo más de una década con insomnio y pesadillas que resultan ser la vigilia, la vida que sueño y de la cual espero despertar cuando muera.

28 publicado


Apocalipsis

Al caer la noche, la ciudad se vino abajo y una mole de metal tiró el edificio de cemento en donde muero todavía, porque siempre fue un cementerio y sigue siéndolo. El cielo se precipitó sobre los puentes que a su vez cayeron encima de los coches, cuyos conductores y tripulantes murieron de puro espanto, no sin gritar su agonía y derribar con esos gritos a los pájaros, hoy lívidos cadáveres en los árboles caídos. El templo del odio y sus arcángeles aplastaron al rebaño y al pastor que lo guía de regreso al infierno bajo los góticos escombros y el cascajo barroco. Los que ayer eran rezos y susurros, hoy son lamentos y murmullos (tampoco han cambiado mucho) de las almas en pena que apenas escucho bajo el peso del pasado que me agobia, pesada carga de por vida sobre mis espaldas, como piedra de Sísifo. Vencido por un monstruo de pasos aplastantes, la maldición pretérita que llevo a cuestas en el maldito presente provoca una insoportable amargura por esta suerte de perro: ¿Por qué no tembló más fuerte? Me pregunto qué tan débil ha de ser Dios para que la humanidad siga su curso. ¿A quién debo dar gracias por este desastre bíblico? ¿A quién debo en esta noche de cuadros inclinados y lámparas por los suelos, más o menos como yo, la desgracia de haber sido y el dolor de ya no ser?

Mi amargura, por lo demás, es insoportable para los demás, que además están de más; para mí es delicioso el chocolate amargo. Además, es más potente la furia de mi telequinésis que la de un sismo, tanto que haría estrellar dos aviones militares contra la Estatua de la Libertad… mientras no me culpen luego. De ahí quizá mi teología de la revolución y la opción por El Diablo, como llaman aquí al polaco loco, ese viejo harapiento y desdentado que farfulla con media botella de ron y Vaya con Dios, a veces Madredeus y ocasionalmente Dead can Dance. ¡Ah! Pobre diablo.

Como cantaba Raphael y ojalá que ya no cante, volveré a nacer, estoy seguro, porque la vida con mi vida sigue en deuda, porque pasé de la niñez a los asuntos, porque pasé del vino tinto a la garganta –un pedazo de hueso quedó atorado en la de mi Tritón, perro callejero de las cosas bellas, que se fue con ellas cuando se marchó, se bebió de golpe todas las estrellas y estiró la pata de una indigestión– y faltó demasiado para morir satisfecho, porque no puede morir lo que no ha vivido, ni doy por vivido lo soñado. Como dijo MacArthur y dice Arnold Schwarzenegger, volveré.

21

Fotograma


Cachondeos

Una muchacha menuda, en compañía de un chavo también pequeño y descamisado, vestía pantalón corto de mezclilla y ombliguero; ambos de piel clara y cabello castaño, estudiantes de CCH; ella, simplemente perfecta… ¡Universidad! –culminó la porra como consigna. ¡Pública y gratuita! –gritó él. ¡Sin porros! –agregó ella. ¡Y sin Peña! –respondió una voz colectiva que cimbró la cortina de metal a sus espaldas. La pared miraba el contorno proyectado como sombra, su talle desnudo, sus caderas, unas piernas delgadas, pero con suficiente carne qué morder. La cortina de metal vibraba como si un escalofrío la recorriera desde el pavimento al paso de muchedumbre con la fuerza telúrica de la juventud. El contingente universitario pasó de largo y ellos se quedaron en la banqueta, dibujando, escribiendo, uno en el cuerpo del otro, en la piel como espacio para letreros ambulantes, itinerantes: ¿Quién callará mi grito de colores, como tatuaje vívido y provisional, espontáneo y fugaz?

***

Si algo sigue caracterizando este año a la primavera en México es el cuerpo como vehículo de comunicación alternativa, transmisor de mensajes directos o simbólicos, frecuentemente alegóricos, a falta de cabida en los medios electrónicos de idiotización y desinformación en masa, difusión de falsedad y estupidez, avasallante miseria. La juventud estudiantil, por su parte, rebosante de salud física y mental, ímpetu y energía, pletórica de ingenio y creatividad, a veces picardía, responde a la cerrazón con apertura: «La televisión es tuya, las paredes son nuestras» y el cuerpo también, y por eso hablan libremente, con animosidad rebelde, como si esta generación hubiese acumulado la indignación de las anteriores por el trato de la televisión a las mayorías como idiotas, cuando resulta que son pensantes, para sorpresa minoritaria. Seguramente son idiotas las masas que concurren en conciertos de Luis Miguel o Ricky Martin, pero había una porción crítica del estudiantado, más o menos desinformada… hasta que tuvo su momento estelar.

***

Hace unos años, imaginé un movimiento social de película, tres décadas después de haber visto su embrión en el cine: jóvenes anarcos de audacia subversiva subían a las azoteas de algunos edificios y arrojaban desde allí televisores al estrellato del pavimento con saldo blanco, pero causando suficiente alarma como para movilizar a la policía. La iniciativa tendría origen en las radios libres, desde las cuales tendría también amplia difusión y cobertura, tanto la convocatoria como la realización, respectivamente, antes del auge actual de las redes sociales, en donde se cocinan movilizaciones multitudinarias, de magnitud que supera toda proporción vista durante un siglo, por lo menos, movilizaciones incontenibles ni siquiera con ejércitos, y de ahí la intentona de censura, por no decir control totalitario, en internet. Aunque nunca lo escribí, traducido en símbolos, mi alucine o cachondeo no estaba demasiado lejos de la realidad que vivimos hoy.

***

«Si nos cierran las puertas, derribamos un muro», parece decir en los hechos la juventud que grita, canta y baila en las calles y plazas, embozada con un paliacate rojo, al ritmo de la batucada, y se mira en el espejo de la multitud. ¿Quién callará el vigoroso grito de mi cuerpo, de mi piel, escrito a mano, a colores? ¿Quién? La primavera de este año en México se resiste a dejar de serlo bajo amenaza de lluvia y el horario de Wall Street, o sea, el verano en primavera, que amenaza también con acabar antes de tiempo a causa del cambio climático. «¡A pesar del otoño, creceremos!» –dice una vieja canción, de la generación del Subcomandante Marcos.

43 armas

Armas de creatividad masiva


Érase otra vez

42 YoSoy132

La música por fuera

Érase otra vez la primavera y una época vertiginosa después de la era, eterna en apariencia, de inercia y parálisis por miedo, indolencia y abulia, como si no hubiera sido mayo desde 1968 en París, ahora en México, donde la juventud confirmaba, irreverente y subversiva, su multitudinaria identidad, la identificación de su naturaleza, de belleza inherente, que tenía tanto la fuerza de la razón como el raciocinio de su fortaleza, en oposición a la fuerza bruta, la violencia institucional, es decir, del Estado por el Estado; esta generación había tomado las calles y avenidas, las plazas públicas y los parques, el cielo por asalto, más allá del campus universitario y demás espacios estudiantiles, codo a codo en cada marcha y movilización en general con otros sectores sociales, de jubilos@s niñ@s a trabajador@s jubilad@s, para impedir la imposición del poder, la de siempre y el de siempre, que se basa en su propio poder, el de sí mismo, el poder por el poder.

Al calor de una contienda electoral y la certeza de todo cuanto detestaba, la juventud no tenía propiamente alternativa y, en esa medida, era más bien anarquista y nihilista, pacifista como el movimiento hippie de los años 60 y 70, pero llevaba la música por dentro y hacía de la piel pintada y escrita un mural, una pancarta, expresión del arte que no por efímero es menos reivindicativo, y hacía también del pluralismo una fiesta, un carnaval de protesta con máscaras y disfraces, en vilos y zancos, una vigorosa batucada, con la espontaneidad característica de quien vive tan libre que ni siquiera lo piensa, ni repara en su energía y vitalidad, con frescura y naturalidad, alegría y felicidad como binomio y sinónimo de rebeldía y dignidad.

Érase otra vez la primavera, como siempre, ocasión para la cachondería, la desnudez parcial, por allí en calzones, por allá en pantalones mínimos o minifaldas, ombligueros y escotes sin mangas o torsos descamisados y toples… ¡Chichis pa’ la banda! –exclamaba una culigiala, y corría por Paseo de la Reforma con su cartulina en alto, y l@s niñ@s gritaban las consignas aprendidas, y un ambiente familiar parecía limpiar el aire de la ciudad más desastrosa y sucia del planeta, milagro del ánimo que jamás lograrán las dizque autoridades por más conciertos que regalen con el dinero de tod@s, burócratas sin un ápice de la chispa, el ingenio, la gracia chacotera y un humorismo simplísimo, el discreto encanto de masas privilegiadas, valga la aparente paradoja, el estudiantado en pleno y en su jugo, el de la fraternidad ampliada, solidario con l@s jóvenes a quienes ha negado el mismo privilegio tanto el sistema social como su profunda crisis en modalidad neoliberal, así como el régimen político y su autoritarismo de reciclaje involutivo…

«Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica», dijo Salvador Allende y, hoy lugar común, esa frase no escapa de las marchas y asambleas, los plantones y demás, en mantas, cartulinas y camisetas, y compite con las máximas de Zapata y el Ché Guevara, a quienes atribuye la ignorancia frases de Mao. «Prefiero morir de pie que vivir de rodillas» y «ven grandes a los tiranos quienes están de rodillas ante ellos». Vaya pues.

Érase otra vez la primavera y acabaría el 30 de junio con el puntual arribo del verano el primero de julio, una vez agotado el combustible de la aglomeración combativa y el juvenil encuentro de la muchedumbre con ella misma en el pavimento citadino, ruptura con la cotidianidad urbana, subversión de una monotonía propia de las dictaduras, y vendría entonces la resaca, la debacle, la desbandada, la reducción del movimiento masivo a su personal representación de élite con presencia televisiva, cotizada tal como el poder fáctico hace presidentes de la República, por llamar así al más costoso de sus productos chatarra, sin la más mínima calidad, para consumo desechable de masas prescindibles… Las comisiones y los representantes serían representativos en todo caso de un poder ilusorio, cotos al que se reducen como tendencia inexorable los grandes movimientos cuando fracasan y no cambian el mundo, más allá de la corteza, el cascarón, y se quedan en gloria efímera, esperanza hecha ilusión. «Fue bueno mientras duró».

Érase pues que así era y sería si no fuera porque la primavera se resistía, bajo la lluvia y ante la consumación de la podredumbre institucional, a dejar de ser primavera y ser justamente resistencia; seguiría siéndolo a pesar de las instancias de autosabotaje, o los personajes encumbrados por bases y soportes y resortes sociales, así como por los oportunismos individuales y protagonismos vedettes. La belleza de sencillez en directo competiría con la insoportable irrupción de la yippiza en pantalla, sea de televisor o computadora o teléfono móvil, y la plebe identitaria se reivindicaría con la diversión de sus porras y consignas, muchas de las cuales han trascendido a las generaciones que derivaron 44 años después de 1968 en vanguardia de todo movimiento venidero. «Te metiste con la generación equivocada», la del quinto poder (las redes sociales) y un ciclo de mareas como espiral.


Inercia

tiempo

Time is Life

Tengo 47 años de edad, y el paso del tiempo a través de mis entrañas ha dejado una sombra como huella, la sombra de mi alma en el espejo de las tinieblas, en mi refugio, mi celda monacal, guarida que no comparto con nadie, salvo mi soledad, y la salvo del naufragio entre los restos de mi cuerpo en ruinas, asido a la tabla de la memoria, del pasado que no pasa, del pretérito presente. ¿Qué fue de lo que fui? –me pregunto ahora y me responde el sonido del ventilador y el de los purificadores de aire como noción de silencio con vocación de costumbre. Aquí sigo, escuchando el paso de las horas por las escaleras y los pasillos, el rumor del viento en el vidrio roto de mi ventana picoteada todos los días por una paloma a las diez de la mañana, en mi horario de abstemio todavía de cafeína, y el ruido que, también con vocación de costumbre, hace todo el tiempo el refrigerador y lo confundo con el de la bomba de agua. Aquí sigo, como el refrigerador, haciendo tiempo muerto para perderlo, para dejarlo pasar por no tenerlo, mucho menos detenerlo, soñando con los árboles que pueblan el día, respirando la noche que me habita, en este manicomio de maniquí desnudo, sin máscara ni más cara que su rostro, sin maquillaje. Aquí sigo, en este delirio de cartón piedra, en esta mi emboscada, mi abismo sin caída, mi pérdida sin grito, mi cueva sin eco, mi «laberinto sin luz ni vino tinto», mi renuncia…

Tengo 47 años de edad y, a pesar del desempleo vitalicio y la crisis perpetua, mi década de insomnio, mi alcoholismo redimido, mi cerebro apolillado, mi colon hecho globo, mis huesos hechos polvo y mi polvo hecho silencio… a pesar del hartazgo de mi cansancio y el cansancio de mi hartazgo, a pesar del verano, el otoño y el invierno sin ti, a pesar de París con aguacero y Venecia sin ti, a pesar de la guerra contigo y la paz sin ti, a pesar del golpe de estado policiaco y el horario de Wall Street, a pesar de la militarización y el secuestro de este país, estoy listo para batirme a muerte una vez más con la miseria y el vacío, la estulticia y el miedo; estoy listo para el cuerpo a cuerpo a ras de suelo, para cumplir mi amenaza y dejar hecho pedazos el muro que nos separa, y dejar hecho añicos a quien levante otro, y construir una casa con sus escombros, una casa de nadie para que sea de todos, en donde no haya nadie para que, demagogias aparte, quepamos todos, todos menos los que hoy nos excluyen del mundo.

Tengo 47 años de edad y estoy listo para seguir teniéndolos durante 47 más, aunque termine sintiéndome como de 94, al fin y al cabo la edad siempre pierde ante los estados de ánimo. Empieza a envejecer quien deja de luchar. La dicha es mucha en la ducha. He dicho.


Insomnio en sepia

24Las gárgolas son demonios expulsados de sus antiguas casas por los duendes y fantasmas, población de fantasía y falsos recuerdos en la memoria senil, sombras de sueños y hechos que nunca ocurrieron, silencio de paso en silencio a través del silencio de los sordos, imaginación de ciegos, alucinación demente, de mente desquiciada y delirante, y además un poco loca… Una caricia de la penumbra con olor a humedad precede al beso de borracho en la oscuridad, el vaso negro de abstemio que no vota, ni que fuera pelota para rebotar, ni vomita el síndrome de soledad en compañía del espejo y su reflejo en los ojos de Nadie cuando escampa el llanto al amainar el odio, mente demente, decía, te decía, que escribe su delirio como ejercicio mental, manía demoniaca y exceso de cafeína…

Si entiendes algo no entiendes nada y tiendes a inventar lo demás que más bien es lo de menos y, además, está de más, como he dicho antes y tengo que repetir porque no entiendes nada y olvidas que mi cerebro escaso es caso perdido, escaso de ideas y neuronas muertas, y por eso me repito, como el tiempo, el ciclo de los días con sus respectivas y consecutivas noches, la espiral de los años en mi celda monacal, o el reloj de arena en la playa del mar muerto y el vaivén de las olas y los médanos del desierto…

¿Qué fue de Europa? De roca y color ámbar es la mirada y la máscara de viejo, cansado, anciano, decrépito, vejestorio deteriorado, enfermo y acabado; quebradizo y ambarino, como flama que se apaga, como fuego fatuo, mortecino, cual llama que no llama, el papel fotográfico del puñado pretérito en la caja de puros que hice añicos una década antes del polvo que hizo el resto, y la carcoma, antes de que la telaraña fuera telaraña y la araña se fuera. Del antiguo continente no queda nada, sino el vacío, la huella del olvido, ayer contenido efímero como agua de río, tenida y detenida en las manos por un instante, un momento cautivo, un fragmento de la eternidad en movimiento. Y quedaron las gárgolas, hipnóticas estatuas de los demonios que aguardan al infinito y, mientras tanto, guardan celosamente un silencio de piedra.

Sobre la marquesina del cine abandonado, un anuncio de Coca Cola, otrora blanco y rojo, es ahora del color de la memoria restante, los recuerdos borrosos, la imagen espectral de algo que alguna fue luz. ¿Qué fue de lo que fui? –se pregunta. ¿Qué fue de lo que era? –me pregunto. En el interior, cuatro salas alojan un manicomio de sábanas que vuelan en blanco y negro.

El olvido no habita la memoria, sino el vacío que nos invade al morir en vida; es la zona oscura del alma como adelanto de la muerte. «La vida es una enfermedad del espíritu», dice la máxima de Novalis. Un país enfermo de amnesia no es un país; en todo caso, es un país que no existe y ni siquiera lo sabe, como los nosferatus, vampiros de alcantarilla que beben ratas de sangre.

Dentro del cementerio para la población de muertos, el diario del tiempo está escrito en las alas de las mariposas nocturnas, como tatuaje críptico, y las gárgolas escupen el agua negada por el cielo al infierno y anegada. Los duendes y fantasmas que habitan estas casonas mantienen cerradas todas las puertas y ventanas para impedir el paso… de las horas.


Laberinto

25iiCuando acaba un año más, y sigo aquí, acumulando intolerancia y soledad, es como si el tiempo y yo camináramos en sentidos opuestos, por senderos distintos y equidistantes, pero en la misma dirección, hacia un mismo destino: la muerte, donde al final nos encontramos de nuevo, cada vez más viejos, y la asumimos, la asimilamos, como evadiéndola por el momento, esquivándola provisionalmente; damos vueltas a un mundo infinitesimal para volver al punto de partida, el mismo siempre al cabo de una década, un lustro, un año, al término de un mes, una semana, un día, cada hora, minuto, segundo, fracción de la eternidad, como un ciclo en espiral de remolino. Equivalencia figurada: el paso del tiempo hacia adelante me hace caminar hacia atrás…

La ciudad es un laberinto, al igual que mi obsesiva memoria, su angustiante pérdida y su angustiada búsqueda, laberinto del que no logro salir con vida ni sacar vivo al minotauro; es una trampa mortífera, tela de arácnido que teje su dédalo enmarañado, un sórdido entramado, trama truculenta de sombras y tinieblas en la fétida humedad por la corrupción de la tierra, subterráneo refugio de la soledad voluntaria como subterfugio de su más aguda sensibilidad. Aquí las hendiduras y los intersticios por donde respiro resultan después honduras y hundimiento en el pantano del rencor, el abismo de vacío acumulado, precipicio del agua y del aire.

Laberinto de roca, vereda sinuosa, pedregosa encrucijada… Pensar demasiado es pensar de más, dice mi otro yo, entre perogrullesco y tautológico, al encuentro del zulo y la piel de jaguar. Invadido, inundado, el odio me desborda, me desvela. Nada es fácil, además de vagar al garete, bogar a la deriva y bregar al alba, sin saber siquiera en dónde estoy, sin astrolabio ni sextante que me salve del naufragio, sin brújula ni voz que sea mi norte, sin faro que me guíe de la noche a tus brazos, del ocaso a tu mirada…