Con evidente influencia de Lope de Vega («A mis soledades voy»), este poema esperó cerca de 40 años a que yo lo continuara para ser la primera parte de algo tan extenso como su referencia, pero eso nunca sucedió y, para ser sincero, siempre me gustó así.
Desde hace años, cuando vuelvo a leer el romance de Lope de Vega, las tres primeras estrofas me gustan más que todo lo demás.
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El silencio de la noche me hace ver en el recuerdo todo aquello que no tuve, todo aquello que no tengo.
El silencio de la noche y el pensar en otro tiempo me hacen ver mi realidad, realidad que vivo y muero.
Pero a veces me pregunto si la vida no es un sueño, que si no estamos soñando y al morir despertaremos.
Porque yo, como cualquiera, sé que aquí nada es eterno, que lo tenido es prestado y en la muerte lo perdemos.
La noche me hace pensar que la vida es un misterio y es que, cuanto más pregunto, muchas más preguntas tengo.
(Más que un homenaje a Joaquín Sabina, esta letra es mi propia versión de La canción más hermosa del mundo, en extenso… cántese con la música de esa canción y valórese la diferencia)
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Yo tenía una guía nocturna en la ruta del viento, me dejaba llevar desde un bar hasta el último aliento por impulsos y estímulos ebrios en pos del camino, o escanciaba las noches de insomnio con música y vino.
Y pasaba de la soledad entre cuatro paredes al abismo de la depresión sin cordones ni redes; mi activismo dio frutos que muchos echaron por tierra: campamentos civiles de paz en la zona de guerra.
Caminé hasta la boca del lobo en el norte de Chiapas y bajé a la frontera del sur, corrigiendo los mapas, guardias blancas, paramilitares, salté sus asaltos, recorrí las cañadas a pie de la selva y Los Altos.
Tuve que atravesar la ciudad en la búsqueda intensa de un refugio de roja humedad que valiera la ofensa, y escalar la escarpada pendiente del monte Calvario, pesadilla, castigo sin madre, torturas a diario.
Una década y más, atrapado en la gélida muerte, y una vida lidiando con todo y con pésima suerte; siempre supe que la primavera duraba un segundo y hoy quisiera escribir el mejor cancionero del mundo, hoy quisiera escribir el mejor…
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Conocí a Monsiváis, al buen Gilly, a Rosario y su estampa, a don Félix Cerdán, a Benita Galeana y al Campa, regalía de charlas cercanas, lejanas y amenas entrevistas, bebimos café, coincidieron las venas.
Con mi eterno retorno a Macondo en la saga de Gabo y al Comala de Rulfo, me libro de ser un esclavo, con Machado y Hernández, la trágica pluma de Lorca, Patxi Andión escribió que su pueblo cantando se ahorca.
Del amor a la envidia y el odio, querido Bob Dylan, la verdad es que no es para tanto el fervor que destilan por Sabina sus fans, yo me quedo con Aute y aplaudo que trasciendan al paso del tiempo más pródigo y raudo:
Fleetwood Mac y Pat Benatar, Báez y Chapman, celebro que no vaya con Dios Madredeus, seguirá en mi cerebro Freddie Mercury (Queen) con McCartney y Lennon (The Beatles), Aznavour, Silvio y toda la trova cubana, big littles.
Hoy quisiera escribir de una vez la belleza de un verso final, musical y profundo, la tristeza que me haga llorar junto algún vagabundo, la emoción puesta en una canción, pide al tiempo que vuelva el vaivén de las olas del mar, el rumor de la selva… hoy quisiera escribir el mejor cancionero del mundo.
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Yo tenía una gran obsesión con los simios de Boulle, aunque hablaran inglés o francés en un mundo calpul, y tenía una gran colección de historietas y cromos que vendieron por kilo en su casa los duendes y gnomos.
Yo quería ser historietista y narrar con dibujos las hazañas de Trotsky, una historia de brujas y brujos, con vampiros de toda ralea, una fábula oscura, que las horas trocaran por arte mi sana ruptura.
Tengo ahora sumando a granel chocolates amargos, no soporto el fanático extremo ni extremos letargos, ya no fumo ni bebo y no asisto a las fiestas del pueblo, me repliego y habita mi cuerpo el vacío que amueblo.
Tengo en cajas mis libros y discos de negro acetato, mi arsenal, gabinete de réplicas, otro arrebato, mis diplomas, llegué a cinta púrpura en blanca desidia de adherir el dragón al karate-gi, cómo fastidia.
En cajones acopio millares de copias piratas de películas y otras legales a cambio de ratas, visioné dos al día por años que ahora confundo, y quisiera escribir el mejor cancionero del mundo, hoy quisiera escribir el mejor…
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Tuve a Marx, a Serrat, a Bruce Lee en una mente obsesiva, Charlton Heston por Ben-Hur y el mundo primate de arriba, la película Julia, de Zinnemann, Redgrave y Fonda, Pentimento, de Hellman, su fuente no menos redonda.
La mejor actuación de Jane Fonda no es Lillian en Julia, sino Gloria ilusoria en el baile de ruina y abulia, ser maestra de improvisación tan genial que resuelve ser la diosa del cine y la vida jovial y rebelde.
Tuve y tengo afición a Polanski, Fellini, Yimou, Kurosawa, Coppola, Blade Runner y Mulholland Drive, Luis Buñuel, Alejandro Galindo y Emilio Fernández, Gavaldón que llamaban «El Ogro», sus obras más grandes.
A Tin Tan, los hermanos Soler del que nunca fue joven, «el amigo» Armendáriz, Infante, que no te lo roben, el «misántropo» Córdova, Stella de la Soledad, su rebozo, familia de tantas, la pura verdad…
No he podido escribir de una vez un vergel de lenguaje florido en terreno fecundo, ni la declaración de una guerra con odio rotundo, melodramas que mojen de lágrimas viejas butacas, la provincia de México en épocas de vacas flacas… no he podido escribir el mejor cancionero del mundo.
Los imbéciles con ínfulas de filósofos y sabios me hacen optar por las nínfulas y el mutismo de sus labios.
La religión me repugna, llámese como se llame, vivo en eviterna pugna con su carácter infame.
Y en la masa rebañega suelen ser más bien mamones los pendejos que navegan con bandera de chingones.
Deplorables hasta el queque, las costumbres que deploro, cuando el mundo las defeque, se irán por el inodoro.
La humanidad que pervierte su involución sin decoro: la turba que se divierte con la tortura de un toro.
Anodinia que se agrava, salvo que duela una carie, la llamada fiesta brava, más que bravura, es barbarie.
Todo maltrato bestial, desde peleas de gallos hasta usanza de caballos por el tirano animal,
no menos irracional en su animal tiranía y el “deporte” nacional mal llamado charrería.
Imbecilidad ingente de la gente que no es gente ni es humana, sino gentuza infrahumana.
Burros, marranos y bueyes son víctimas de sus leyes, estén escritas o no; maltrato por todos lados con pájaros enjaulados, perros, gatos y hasta yo.
Aunque me avergüenza México, la ignorancia de su léxico, su vulgar idiosincrasia, su mediocridad sin gracia, su pasión por el futbol, lo que me transmita y vibre, prefiero su lucha libre, tan “nacional” como un gol.
Entre lo más prescindible de la estupidez humana pienso en la televisión y el arte de lo imposible, como abrir otra ventana y hacer la revolución.
Desenvuelta, instintiva redacción de unos versos con música del viento, compuesta para vítores de aliento masivo al terminar cada función.
El arreglo floral de una canción, los caireles barrocos del poema, la cadencia marina que lo rema con la rima de su navegación,
como un pequeño bote a la deriva del tiempo musical en perspectiva, rumores del vaivén y su estación,
desde la mente acuática del genio que aladina su ingenio primigenio y el aplauso al final de la función.
* * *
Los peces de los sueños y el silencio que respira la bóveda celeste, naufragio de la noche, viento agreste, bucean sin dormir y diferencio cada estación del año y las del tren;
el invierno turnó a la primavera su anticipo al verano en la riviera y el otoño despierta en el andén.
Quieren «hacer las paces» en la lucha de clases, que nos asimilemos al sistema social, que arrojemos los remos al agua y nos dejemos llevar por la corriente, que todo criminal archive su expediente como punto final.
Quieren que te acostumbres a ver siempre sus cumbres desde abajo y de lejos, con tu clase al nivel de las alcantarillas, la clase de pendejos que acuñan en troquel y vive de rodillas.
Quieren que te adocenes con rutinas perennes de la mediocridad, para que te conformes y te creas a gusto con el reparto injusto de la desigualdad, las fortunas enormes y los falsos informes de vuestra majestad.
Quieren que siempre pierdas, que vivas de sus mierdas, miasmas y porquerías, si acaso eso es vivir y no es más bien morir todos los pinches días y sus noches tardías como un triste faquir.
Los dueños de la casa quieren que seas masa, pero no cerebral, sino turba en el radio más allá del estadio y el fanático umbral en torno del futbol, masa consumidora de la televisora que transmita su gol.
Quieren que te acostumbres a confundir herrumbres con diamantes en bruto, como si fueras tú su bruto y diminuto minero más herrero que por miedo y dinero los trata de tabú.
Quieren que te declares un esclavo contento como tus similares, que influyas en tus pares, en su discernimiento, contagiando la risa, tu alegre menoscabo y el agradecimiento con actitud sumisa por el trabajo esclavo.
Quieren aborregarte, que vuelvas al rebaño, que sigas al pastor, castrarte parte a parte, que aceptes el regaño luego de trasquilarte, que bajes un peldaño, ganar con tu sudor.
Quieren que te resignes al dominio de insignes figuras en tu vida, seres que no conoces ni siquiera por voces dentro de su guarida, pero deciden todo, vida y muerte del mundo que ordenan a su modo y en secreto profundo.
Quieren que te acostumbres a ver siempre sus cumbres desde abajo y de lejos, con las alcantarillas al nivel de tu clase, la clase de pendejos que vive de rodillas, si acaso vive y hace.
Quieren que te persignes en vez de que te indignes y optes por rebelarte contra la inequidad y erijas en baluarte, bandera y estandarte la propia dignidad, pues la guerra es un arte, podrías enterarte y hacerlo realidad.
San Cristóbal de Las Casas en tiempos de Bernabé, cuando, al calor de las brasas y una tasa de café, platicábamos la vida, la vivíamos allí, como un cometa suicida que renace colibrí.
Los Altos fríos de Chiapas, viejo valle de Jovel, donde las mentes más guapas son almas de piel a piel que abrazan la soledad y le dan calor humano, tienden y extienden la mano a la sensibilidad.
Un levantamiento armado me llevó hasta las entrañas y el dédalo marginal de la ciudad lado a lado con sus múltiples calañas, su legado colonial.
Sus años de paranoia, sus «auténticos coletos», auto denominación también auténtica joya por la falta de respetos y la discriminación de los nietos y bisnietos, los racistas y xenófobos, los misóginos y homófobos ladinos-mestizos-prietos.
La Venecia mexicana, Coyoacán en el exilio con su memorable idilio de la noche a la mañana que acudí presto al auxilio de mi amiga la chicana.
En el barrio del Cerrillo pisé La Cola del Diablo con hamaca en el pasillo, Pablo sabrá de qué hablo, la cocina con su hornillo y un patio trasero establo.
La ciudad cosmopolita nunca perdió una batalla; todo se llamaba Maya, desde la noche infinita, su ruta de bar en bar, hasta una que dio la talla y antes de la última cita, sin excepción a la norma, fue mi amiga en tiempo y forma, sustantivo y singular.
La llamada Ruta Maya, para morir en la raya, comenzaba en Galerías, no te rías ni sonrías, pasaba por Madre Tierra, procedente de Inglaterra, dos o tres opciones más, alguna escala quizás,
y terminaba en el hórrido Las Velas «Escuincles Bar», un lugar bastante sórdido y el de mayor desprestigio, del que no queda vestigio, salvo acaso en ultramar.
La división de los gremios en respectivos hoteles (nosotros somos bohemios y dormimos en burdeles):
periodistas, Casa Vieja, maridaje de conseja, Ciudad Real, militares, matrimonio y sus altares, y en medio la policía; se decía que el museo Na Bolom era cuartel de la CIA;
en Diego de Mazariegos primera sala de prensa y en una ciudad de ciegos el tuerto es la recompensa.
Avendaño y Villafuerte con su periódico El Tiempo, respetable y digno ejemplo de lucha contra la muerte.
San Cristóbal de Las Casas en tiempos de Bernabé, cuando, al pie de sus terrazas, con la esperanza de pie, contemplábamos la historia y el insistente periglo, hoy despierta en la memoria después de un cuarto de siglo.
II
Tejados y chimeneas de sus casas centenarias, por donde suben y bajan las calles y callejuelas empedradas, los barrios de callejones con gatos y escalinatas.
Plaza de Santo Domingo, la comunidad chamula de familias protestantes, expulsada de Chamula, vende allí su artesanía, y en convento dominico, museo de ámbar y jade.
El mirador del Cerrito: la iglesia de Guadalupe.
En las calles, niños tzotziles que venden tzotziles en miniatura, también periódico y chicles.
En la curia diocesana, sus conferencias de prensa, «FrayBa Derechos Humanos».
Tatic Samuel Ruiz García, trascendental personaje de San Cristóbal en tiempos de Bernabé y sus andanzas por territorios que abarca la diócesis respectiva y «la zona de conflicto», coincidentes.
El duende Javier Molina, su espíritu chocarrero, Pancho Álvarez y familia más entrañable que trágica, bonito par de borrachos…
Cazagringas, jipitecos, artzánganos y drogas, anzuelo para mujeres que buscan «amores» fuertes.
Vuelve arrastrando los pasos con la noche a sus espaldas, vencida por los fracasos de sus minúsculas faldas.
Vuelve con la noche a cuestas y la moral por los suelos cuando pierde las apuestas, los altos y bajos vuelos.
Son cada vez más frustrantes: algo falta en asaz horas de miradas incitantes y posturas seductoras.
Durante largas jornadas fuma, como si fumar atrajera las miradas masculinas en un bar.
Fuma, como si creyera que fumar es elegancia, disposición a la espera con un toque de arrogancia.
Los estragos que acumula por asaz noches de tragos no le quitan lo gandula; vive acumulando estragos.
Cada vez más maquillaje, cada vez menos silueta de guitarra en un ropaje que implora ejercicio y dieta.
La brevedad de sus prendas suele ser proporcional a lo que duran las riendas de una relación carnal.
Vuelve arrastrando los pasos, vencida por los fracasos, y al entrar por la ventana la luz del sol matinal, mi vecina casquivana sufre un paro emocional.
En la soledad del piso donde revive al cadáver, un Homo sapiens remiso se transforma en Homo faber.
Los demás del edificio la llaman aventurera, vieja flor del precipicio, sola por dentro y por fuera.
Y hablan de libertinaje, moralidad y decencia, con el típico lenguaje de los juicios en ausencia:
¡A esa puta que no cobra le gusta la mala vida, no le provoca zozobra su callejón sin salida!
De samaritana tiene huéspedes ocasionales que hacen pedazos la higiene por estímulos bestiales.
Huéspedes de pisa y corre que siempre le roban algo, terminado el despiporre «que no se lo salta un galgo».
Si buscas desde que naces amor y felicidad, en los encuentros fugaces encuentras fugacidad.
Vencida por los fracasos, vuelve arrastrando los pasos; de la noche a la mañana se agolpa el tiempo en su edad; mi vecina casquivana padece de soledad.
Con el alma demacrada y el cuerpo en franco declive, la vida tiende a ser nada, si acaso la nada vive.
Su promiscuidad conlleva desvelo, alcohol y cigarro, como inmadurez longeva que se revuelca en el barro.
De la salud al olvido, la degradación incluye que todo pierda sentido mientras ella se destruye.
En el mejor de los casos, nunca pasa de un romance, como quien corre a los brazos de los hombres a su alcance.
Pasa del coche al verano, del verano al adulterio y de la búsqueda en vano a la perdición en serio.
Duele más el desengaño si coinciden con su herida la primavera del año y el otoño de la vida.
El invierno tiene atajos al infierno temporal de los instintos más bajos si lo humano es animal.
Vuelve arrastrando los pasos y el peso de los fracasos esa que llaman fulana y es una tal para cual, mi vecina casquivana, que alguna vez fue fatal.
Ese por el que suspiras dice más de cien mentiras: su heterosexualidad es la más grande de todas y ha trascendido las modas, pues no cambia con la edad.
Los hombres más mujeriegos suelen ser homosexuales, desde los antiguos griegos hasta los gringos actuales, que dicen: «lo niego todo» cuando tienen doble vida, reconocen a su modo la de las noches perdidas.
Y la del pirata cojo, vaya mentira más grande del que se decía rojo; merece que lo demande por fraude y difamación, si es que veneras y admiras al señor de las mentiras, una por cada canción.
La de purísima y oro, cómo asesinar a un toro con «artística» tortura durante la dictadura que también es muy «artística», mientras vivo en Inglaterra; la madre patria me aterra con su praxis apriorística.
Se parece a la de Borges tu ambigüedad religiosa, pero con lo que te forjes podrás decir cualquier cosa, como a tus cuarenta y diez que parecerán cincuenta, y ni quién se dará cuenta del ocurrente revés.
—Yo quiero ser una chica— dirá el «genial» impostor, mas no una chica Almodóvar, sino la que multiplica su belleza y esplendor por un dólar.
En los diecinueve días con sus respectivas noches que suman esas quinientas de otras tantas melodías, los fanáticos fantoches las caminarán a tientas.
Y contra todo pronóstico, pero sintiéndolo mucho por el reciente diagnóstico, le dirá la trucha al trucho: no eres lo que has pregonado, ni tan joven ni tan viejo, nomás un pobre pendejo, pero sobrevalorado.
Y el bodrio de Leningrado, un himno a la falsedad; hay que ver hasta qué grado puede la mendacidad adulterar a su antojo la sustancia de un filón; el que se decía rojo, ni siquiera «de salón».
De rojo tiene un carajo, de mujeriego, la farsa, de compositor, muy poco: se adorna con el trabajo de sus cuates y comparsas, él con faldas y a lo loco.
Alguien pegó a sus espaldas un pedazo de papel con Dieguitos y Mafaldas dibujados en tropel.
Qué suerte tienes, cochino: tú cincuenta y ella veinte; de vez en cuando el camino le viene bien al que miente.
Implacable veredicto del mi juicio impopular: alcohólico y drogadicto que no deja de fumar, si boicotea el boicot cultural contra Israel, hay que inventar un argot con sus letras de oropel.
Más farsante y derechista que anarquista y comunista renegado, nunca estuvo en Leningrado ni es autor de la canción que no compuso jamás; la más hermosa del mundo dormirá un sueño profundo para despertar quizás cuando acabe la función.
Miente al cantar cuanto canta su decrépita garganta, las arrugas de su voz y la voz de la vejez; miente lo que no ha vivido ni donde habita el olvido y que nos dieron las diez a ninguno de los dos.
Aunque muchos y muy grandes, algo así como Los Andes, sus errores de sintaxis por escribir en los taxis o en el caos de las drogas, es posible perdonarlos por sus lágrimas de mármol si al final te desahogas.
Le perdono la gramática, pero no la misoginia ni el sionismo ni la plática de una identidad errática, su anodinia, que no le duela una carie para vivir la ignominia con gusto por la barbarie.
Miente cuanto canta, miente como todos los boleros, un pacto entre caballeros y hasta su propia simiente.
Pongamos que hablo de un padre que se burla de sus hijas con ausencia que le cuadre debajo de las cobijas, encima de un escenario y uno que otro comentario, como si fuera una gracia la falacia, la falta de voluntad autocrítica y esa falsa identidad ideológica y política.
La sexualidad de clóset en el clóset está bien, aunque sea de cristal; maintenant changer de crochet y haz bien sin mirar a quién, pues aquí llegó el final.
FIN
Canciones aludidas o parafraseadas
Más de cien mentiras
Lo niego todo (título y un verso)
La canción de las noches perdidas (título y un verso)
La del pirata cojo
De purísima y oro
A mis cuarenta y diez
Yo quiero ser una chica Almodóvar (título y un verso)
19 días y 500 noches
Contra todo pronóstico
Sintiéndolo mucho (título y un dicho)
Tan joven y tan viejo
Leningrado (título 2 veces)
Dieguitos y Mafaldas
La canción más hermosa del mundo
Donde habita el olvido
Y nos dieron las diez
Lágrimas de mármol
Pacto entre caballeros
Pongamos que hablo de Madrid
Versos aludidos o parafraseados
Ni rojo de salón: Lo niego todo
Miente como mienten todos los boleros (homenaje a Tom Waits): La canción de las noches perdidas
Con faldas y a lo loco : Yo quiero ser una chica Almodóvar
Qué suerte tienes, cochino: Tío Alberto (excepción serratiana, por razones obvias)
Dicho robado
Le dijo la trucha al trucho (verso eliminado, según anécdota falsa): Sintiéndolo mucho
Yo que fui caminante de cañadas,
que subí las montañas interiores
de mi alma
por súbitas pendientes,
vertientes y laderas escarpadas,
que rompí sus paredes
y silencios de piedra,
te dedico mi estancia,
mi presencia, mi ausencia,
mi cansancio,
mi solsticio de invierno,
mi soliloquio inocuo,
ubicuo, inicuo, fatuo,
por instinto, el instante,
las instancias…
y el ocio musical en donde nacen
mis palabras.
No confundo locura con genialidad ni genialidad con ingenio, sino la poesía con una borrachera, y las palabras con hojas muertas que levantan el vuelo.