Archivo de la categoría: Letra de canción

Romance del silencio

 

Con evidente influencia de Lope de Vega («A mis soledades voy»), este poema esperó cerca de 40 años a que yo lo continuara para ser la primera parte de algo tan extenso como su referencia, pero eso nunca sucedió y, para ser sincero, siempre me gustó así.

Desde hace años, cuando vuelvo a leer el romance de Lope de Vega, las tres primeras estrofas me gustan más que todo lo demás.

* * *

El silencio de la noche
me hace ver en el recuerdo
todo aquello que no tuve,
todo aquello que no tengo.

El silencio de la noche
y el pensar en otro tiempo
me hacen ver mi realidad,
realidad que vivo y muero.

Pero a veces me pregunto
si la vida no es un sueño,
que si no estamos soñando
y al morir despertaremos.

Porque yo, como cualquiera,
sé que aquí nada es eterno,
que lo tenido es prestado
y en la muerte lo perdemos.

La noche me hace pensar
que la vida es un misterio
y es que, cuanto más pregunto,
muchas más preguntas tengo.

FIN

 


El mejor cancionero del mundo

 

(Más que un homenaje a Joaquín Sabina, esta letra es mi propia versión de La canción más hermosa del mundo, en extenso… cántese con la música de esa canción y valórese la diferencia)

* * *

Yo tenía una guía nocturna en la ruta del viento,
me dejaba llevar desde un bar hasta el último aliento
por impulsos y estímulos ebrios en pos del camino,
o escanciaba las noches de insomnio con música y vino.

Y pasaba de la soledad entre cuatro paredes
al abismo de la depresión sin cordones ni redes;
mi activismo dio frutos que muchos echaron por tierra:
campamentos civiles de paz en la zona de guerra.

Caminé hasta la boca del lobo en el norte de Chiapas
y bajé a la frontera del sur, corrigiendo los mapas,
guardias blancas, paramilitares, salté sus asaltos,
recorrí las cañadas a pie de la selva y Los Altos.

Tuve que atravesar la ciudad en la búsqueda intensa
de un refugio de roja humedad que valiera la ofensa,
y escalar la escarpada pendiente del monte Calvario,
pesadilla, castigo sin madre, torturas a diario.

Una década y más, atrapado en la gélida muerte,
y una vida lidiando con todo y con pésima suerte;
siempre supe que la primavera duraba un segundo
y hoy quisiera escribir el mejor cancionero del mundo,
hoy quisiera escribir el mejor…

* * *

Conocí a Monsiváis, al buen Gilly, a Rosario y su estampa,
a don Félix Cerdán, a Benita Galeana y al Campa,
regalía de charlas cercanas, lejanas y amenas
entrevistas, bebimos café, coincidieron las venas.

Con mi eterno retorno a Macondo en la saga de Gabo
y al Comala de Rulfo, me libro de ser un esclavo,
con Machado y Hernández, la trágica pluma de Lorca,
Patxi Andión escribió que su pueblo cantando se ahorca.

Del amor a la envidia y el odio, querido Bob Dylan,
la verdad es que no es para tanto el fervor que destilan
por Sabina sus fans, yo me quedo con Aute y aplaudo
que trasciendan al paso del tiempo más pródigo y raudo:

Fleetwood Mac y Pat Benatar, Báez y Chapman, celebro
que no vaya con Dios Madredeus, seguirá en mi cerebro
Freddie Mercury (Queen) con McCartney y Lennon (The Beatles),
Aznavour, Silvio y toda la trova cubana, big littles.

Hoy quisiera escribir de una vez
la belleza de un verso final, musical y profundo,
la tristeza que me haga llorar junto algún vagabundo,
la emoción puesta en una canción, pide al tiempo que vuelva
el vaivén de las olas del mar, el rumor de la selva…
hoy quisiera escribir el mejor cancionero del mundo.

* * *

Yo tenía una gran obsesión con los simios de Boulle,
aunque hablaran inglés o francés en un mundo calpul,
y tenía una gran colección de historietas y cromos
que vendieron por kilo en su casa los duendes y gnomos.

Yo quería ser historietista y narrar con dibujos
las hazañas de Trotsky, una historia de brujas y brujos,
con vampiros de toda ralea, una fábula oscura,
que las horas trocaran por arte mi sana ruptura.

Tengo ahora sumando a granel chocolates amargos,
no soporto el fanático extremo ni extremos letargos,
ya no fumo ni bebo y no asisto a las fiestas del pueblo,
me repliego y habita mi cuerpo el vacío que amueblo.

Tengo en cajas mis libros y discos de negro acetato,
mi arsenal, gabinete de réplicas, otro arrebato,
mis diplomas, llegué a cinta púrpura en blanca desidia
de adherir el dragón al karate-gi, cómo fastidia.

En cajones acopio millares de copias piratas
de películas y otras legales a cambio de ratas,
visioné dos al día por años que ahora confundo,
y quisiera escribir el mejor cancionero del mundo,
hoy quisiera escribir el mejor…

* * *

Tuve a Marx, a Serrat, a Bruce Lee en una mente obsesiva,
Charlton Heston por Ben-Hur y el mundo primate de arriba,
la película Julia, de Zinnemann, Redgrave y Fonda,
Pentimento, de Hellman, su fuente no menos redonda.

La mejor actuación de Jane Fonda no es Lillian en Julia,
sino Gloria ilusoria en el baile de ruina y abulia,
ser maestra de improvisación tan genial que resuelve
ser la diosa del cine y la vida jovial y rebelde.

Tuve y tengo afición a Polanski, Fellini, Yimou,
Kurosawa, Coppola, Blade Runner y Mulholland Drive,
Luis Buñuel, Alejandro Galindo y Emilio Fernández,
Gavaldón que llamaban «El Ogro», sus obras más grandes.

A Tin Tan, los hermanos Soler del que nunca fue joven,
«el amigo» Armendáriz, Infante, que no te lo roben,
el «misántropo» Córdova, Stella de la Soledad,
su rebozo, familia de tantas, la pura verdad…

No he podido escribir de una vez
un vergel de lenguaje florido en terreno fecundo,
ni la declaración de una guerra con odio rotundo,
melodramas que mojen de lágrimas viejas butacas,
la provincia de México en épocas de vacas flacas…
no he podido escribir el mejor cancionero del mundo.

FIN

 



Repulsiones

 

Los imbéciles con ínfulas
de filósofos y sabios
me hacen optar por las nínfulas
y el mutismo de sus labios.

La religión me repugna,
llámese como se llame,
vivo en eviterna pugna
con su carácter infame.

Y en la masa rebañega
suelen ser más bien mamones
los pendejos que navegan
con bandera de chingones.

Deplorables hasta el queque,
las costumbres que deploro,
cuando el mundo las defeque,
se irán por el inodoro.

La humanidad que pervierte
su involución sin decoro:
la turba que se divierte
con la tortura de un toro.

Anodinia que se agrava,
salvo que duela una carie,
la llamada fiesta brava,
más que bravura, es barbarie.

Todo maltrato bestial,
desde peleas de gallos
hasta usanza de caballos
por el tirano animal,

no menos irracional
en su animal tiranía
y el “deporte” nacional
mal llamado charrería.

Imbecilidad ingente
de la gente que no es gente
ni es humana,
sino gentuza infrahumana.

Burros, marranos y bueyes
son víctimas de sus leyes,
estén escritas o no;
maltrato por todos lados
con pájaros enjaulados,
perros, gatos y hasta yo.

Aunque me avergüenza México,
la ignorancia de su léxico,
su vulgar idiosincrasia,
su mediocridad sin gracia,
su pasión por el futbol,
lo que me transmita y vibre,
prefiero su lucha libre,
tan “nacional” como un gol.

Entre lo más prescindible
de la estupidez humana
pienso en la televisión
y el arte de lo imposible,
como abrir otra ventana
y hacer la revolución.

FIN

 


Casi un soneto

 

Desenvuelta, instintiva redacción
de unos versos con música del viento,
compuesta para vítores de aliento
masivo al terminar cada función.

El arreglo floral de una canción,
los caireles barrocos del poema,
la cadencia marina que lo rema
con la rima de su navegación,

como un pequeño bote a la deriva
del tiempo musical en perspectiva,
rumores del vaivén y su estación,

desde la mente acuática del genio
que aladina su ingenio primigenio
y el aplauso al final de la función.

* * *

Los peces de los sueños y el silencio
que respira la bóveda celeste,
naufragio de la noche, viento agreste,
bucean sin dormir y diferencio
cada estación del año y las del tren;

el invierno turnó a la primavera
su anticipo al verano en la riviera
y el otoño despierta en el andén.

FIN

 


Síndrome de abstinencia

 

Un gorila uniformado
que se arranca el uniforme
y un pelafustán deforme
que defeca en el estrado.

Un colorido aguacero
que se cuela entre las tejas
y una piedra con sombrero,
pelo blanco y blancas cejas.

Un castillo en el espacio
de una galaxia lejana
y un acuático palacio
dentro de una palangana.

Una vecina mutante
con perros en miniatura
y una cabeza gigante
sin cerebro por natura.

Un paquidermo con alas
en su viaje sin escalas
al país de los secuestros
y un pasajero miedoso
cada vez más lacrimoso
mientras reza padres nuestros.

* * *

Son escenas en la mente
del que deja de beber
y es entonces un demente
que nunca mira por ver

el síndrome de abstinencia,
la demencia del abstemio
ni sociable ni bohemio,
sino en brutal penitencia.

Más quimeras demenciales
concurren en su delirio,
pesadillas potenciales,
perpetuación del martirio.

* * *

Un payaso que no deja
de llorar como la lluvia
y una prostituta rubia
que le ha mordido una oreja.

Un político borracho
que se considera indemne
por cantar al populacho
durante sesión solemne.

Una víbora con patas
que no quiere caminar
y un millón de garrapatas
que desangran su pinar.

Un dinosaurio sin ojos
y con collar de mascota
que se rasca por los piojos
y juega con su pelota.

Un Santa Clos marihuano
sin regalos ni disfraz,
que parece un rey peruano,
rey inca… pero inca-paz
(incapaz de ser tehuano).

* * *

Más escenas demenciales
concurren en el delirio
del que deja de beber,
todas quimeras mentales,
perpetuación del martirio
que nunca mira por ver

el síndrome de abstinencia,
la demencia del abstemio,
cerebral incontinencia
sin estímulo ni premio.

FIN

 


El escritor de ripios

 

El escritor de ripios
nunca se rinde,
no vende sus principios
ni vuelve al kínder.

Se retuerce la lengua
con alegría
para que todo tenga
cacofonía.

Le obsesiona la forma,
no el contenido,
con nada se conforma
si no hay sonido.

* * *

Minuto en ceros,
dicen al mundo
los minuteros
meditabundos
que los primeros
no son segundos.

Minuto en pos
del uno al dos,
termina el luto,
nace la aurora,
cada minuto
muere una hora.

Pasan los coches
por anchas vías,
todas las noches
duermen los días.

* * *

Con métrica mediante
cuadran los versos,
la rima consonante,
lados anversos.

No requiere de musas
la gaya ciencia,
bastan rimas profusas
con elocuencia.

Metáforas aparte,
símbolos menos,
el ripioso comparte
ripios amenos.

* * *

Todos los lunes
quedan impunes
cuando los martes
unen sus partes,

pero los miércoles
con sus estiércoles
dan a los jueves
ochos y nueves,

mas nunca un diez
porque los viernes
suenan en ciernes
pasos de pies.

Sábados libres
de altos calibres
por los domingos
y sus flamingos.

* * *

El escritor de ripios
no es un poeta,
confunde participios
con la cubeta.

No escapa del cliché
si ajusta el texto
dentro de su corsé
y algún contexto.

No importa lo que diga
si es musical
y una labor de hormiga
le pone sal.

* * *

Vamos al grano:
la primavera,
como el verano,
quiere a cualquiera
y, aunque no quiera,
¡muerte al tirano!

A su retoño
pena de baño
que le haga daño
como el otoño
viejo y gazmoño
que dura un año.

Y en el invierno
de turno helado
salto al infierno
del otro lado.

* * *

Así pasa las horas
que suman días
y semanas sonoras
sin melodías.

Así pasa los meses
que suman años,
multiplicando a veces
costos y daños.

Así atraca el autor
de puerto en puerto,
ripioso descriptor
de tiempo muerto.

* * *

Las flores rojas
pierden a diario
las blancas hojas
del calendario.

Las hojas verdes
nunca se pierden,
una vez muertas
se tornan pardas,
si las despiertas
hacen que ardas.

Vuela Cupido,
rueda la noria,
no me despido,
si la memoria
vence al olvido
gana la Historia.

FIN

 


Los dueños de la casa

 

Quieren «hacer las paces»
en la lucha de clases,
que nos asimilemos
al sistema social,
que arrojemos los remos
al agua y nos dejemos
llevar por la corriente,
que todo criminal
archive su expediente
como punto final.

Quieren que te acostumbres
a ver siempre sus cumbres
desde abajo y de lejos,
con tu clase al nivel
de las alcantarillas,
la clase de pendejos
que acuñan en troquel
y vive de rodillas.

Quieren que te adocenes
con rutinas perennes
de la mediocridad,
para que te conformes
y te creas a gusto
con el reparto injusto
de la desigualdad,
las fortunas enormes
y los falsos informes
de vuestra majestad.

Quieren que siempre pierdas,
que vivas de sus mierdas,
miasmas y porquerías,
si acaso eso es vivir
y no es más bien morir
todos los pinches días
y sus noches tardías
como un triste faquir.

Los dueños de la casa
quieren que seas masa,
pero no cerebral,
sino turba en el radio
más allá del estadio
y el fanático umbral
en torno del futbol,
masa consumidora
de la televisora
que transmita su gol.

Quieren que te acostumbres
a confundir herrumbres
con diamantes en bruto,
como si fueras tú
su bruto y diminuto
minero más herrero
que por miedo y dinero
los trata de tabú.

Quieren que te declares
un esclavo contento
como tus similares,
que influyas en tus pares,
en su discernimiento,
contagiando la risa,
tu alegre menoscabo
y el agradecimiento
con actitud sumisa
por el trabajo esclavo.

Quieren aborregarte,
que vuelvas al rebaño,
que sigas al pastor,
castrarte parte a parte,
que aceptes el regaño
luego de trasquilarte,
que bajes un peldaño,
ganar con tu sudor.

Quieren que te resignes
al dominio de insignes
figuras en tu vida,
seres que no conoces
ni siquiera por voces
dentro de su guarida,
pero deciden todo,
vida y muerte del mundo
que ordenan a su modo
y en secreto profundo.

Quieren que te acostumbres
a ver siempre sus cumbres
desde abajo y de lejos,
con las alcantarillas
al nivel de tu clase,
la clase de pendejos
que vive de rodillas,
si acaso vive y hace.

Quieren que te persignes
en vez de que te indignes
y optes por rebelarte
contra la inequidad
y erijas en baluarte,
bandera y estandarte
la propia dignidad,
pues la guerra es un arte,
podrías enterarte
y hacerlo realidad.

FIN

 


Canto inconcluso

 

I

San Cristóbal de Las Casas
en tiempos de Bernabé,
cuando, al calor de las brasas
y una tasa de café,
platicábamos la vida,
la vivíamos allí,
como un cometa suicida
que renace colibrí.

Los Altos fríos de Chiapas,
viejo valle de Jovel,
donde las mentes más guapas
son almas de piel a piel
que abrazan la soledad
y le dan calor humano,
tienden y extienden la mano
a la sensibilidad.

Un levantamiento armado
me llevó hasta las entrañas
y el dédalo marginal
de la ciudad lado a lado
con sus múltiples calañas,
su legado colonial.

Sus años de paranoia,
sus «auténticos coletos»,
auto denominación
también auténtica joya
por la falta de respetos
y la discriminación
de los nietos y bisnietos,
los racistas y xenófobos,
los misóginos y homófobos
ladinos-mestizos-prietos.

La Venecia mexicana,
Coyoacán en el exilio
con su memorable idilio
de la noche a la mañana
que acudí presto al auxilio
de mi amiga la chicana.

En el barrio del Cerrillo
pisé La Cola del Diablo
con hamaca en el pasillo,
Pablo sabrá de qué hablo,
la cocina con su hornillo
y un patio trasero establo.

La ciudad cosmopolita
nunca perdió una batalla;
todo se llamaba Maya,
desde la noche infinita,
su ruta de bar en bar,
hasta una que dio la talla
y antes de la última cita,
sin excepción a la norma,
fue mi amiga en tiempo y forma,
sustantivo y singular.

La llamada Ruta Maya,
para morir en la raya,
comenzaba en Galerías,
no te rías ni sonrías,
pasaba por Madre Tierra,
procedente de Inglaterra,
dos o tres opciones más,
alguna escala quizás,

y terminaba en el hórrido
Las Velas «Escuincles Bar»,
un lugar bastante sórdido
y el de mayor desprestigio,
del que no queda vestigio,
salvo acaso en ultramar.

La división de los gremios
en respectivos hoteles
(nosotros somos bohemios
y dormimos en burdeles):

periodistas, Casa Vieja,
maridaje de conseja,
Ciudad Real, militares,
matrimonio y sus altares,
y en medio la policía;
se decía
que el museo Na Bolom
era cuartel de la CIA;

en Diego de Mazariegos
primera sala de prensa
y en una ciudad de ciegos
el tuerto es la recompensa.

Avendaño y Villafuerte
con su periódico El Tiempo,
respetable y digno ejemplo
de lucha contra la muerte.

San Cristóbal de Las Casas
en tiempos de Bernabé,
cuando, al pie de sus terrazas,
con la esperanza de pie,
contemplábamos la historia
y el insistente periglo,
hoy despierta en la memoria
después de un cuarto de siglo.

II

Tejados y chimeneas
de sus casas centenarias,
por donde suben y bajan
las calles y callejuelas
empedradas,
los barrios de callejones
con gatos y escalinatas.

Plaza de Santo Domingo,
la comunidad chamula
de familias protestantes,
expulsada de Chamula,
vende allí su artesanía,
y en convento dominico,
museo de ámbar y jade.

El mirador del Cerrito:
la iglesia de Guadalupe.

En las calles,
niños tzotziles que venden
tzotziles en miniatura,
también periódico y chicles.

En la curia diocesana,
sus conferencias de prensa,
«FrayBa Derechos Humanos».

Tatic Samuel Ruiz García,
trascendental personaje
de San Cristóbal en tiempos
de Bernabé y sus andanzas
por territorios que abarca
la diócesis respectiva
y «la zona de conflicto»,
coincidentes.

El duende Javier Molina,
su espíritu chocarrero,
Pancho Álvarez y familia
más entrañable que trágica,
bonito par de borrachos…

Cazagringas, jipitecos,
artzánganos y drogas,
anzuelo para mujeres
que buscan «amores» fuertes.

(Continuará…)

 


Mi vecina casquivana

 

Vuelve arrastrando los pasos
con la noche a sus espaldas,
vencida por los fracasos
de sus minúsculas faldas.

Vuelve con la noche a cuestas
y la moral por los suelos
cuando pierde las apuestas,
los altos y bajos vuelos.

Son cada vez más frustrantes:
algo falta en asaz horas
de miradas incitantes
y posturas seductoras.

Durante largas jornadas
fuma, como si fumar
atrajera las miradas
masculinas en un bar.

Fuma, como si creyera
que fumar es elegancia,
disposición a la espera
con un toque de arrogancia.

Los estragos que acumula
por asaz noches de tragos
no le quitan lo gandula;
vive acumulando estragos.

Cada vez más maquillaje,
cada vez menos silueta
de guitarra en un ropaje
que implora ejercicio y dieta.

La brevedad de sus prendas
suele ser proporcional
a lo que duran las riendas
de una relación carnal.

Vuelve arrastrando los pasos,
vencida por los fracasos,
y al entrar por la ventana
la luz del sol matinal,
mi vecina casquivana
sufre un paro emocional.

En la soledad del piso
donde revive al cadáver,
un Homo sapiens remiso
se transforma en Homo faber.

Los demás del edificio
la llaman aventurera,
vieja flor del precipicio,
sola por dentro y por fuera.

Y hablan de libertinaje,
moralidad y decencia,
con el típico lenguaje
de los juicios en ausencia:

¡A esa puta que no cobra
le gusta la mala vida,
no le provoca zozobra
su callejón sin salida!

De samaritana tiene
huéspedes ocasionales
que hacen pedazos la higiene
por estímulos bestiales.

Huéspedes de pisa y corre
que siempre le roban algo,
terminado el despiporre
«que no se lo salta un galgo».

Si buscas desde que naces
amor y felicidad,
en los encuentros fugaces
encuentras fugacidad.

Vencida por los fracasos,
vuelve arrastrando los pasos;
de la noche a la mañana
se agolpa el tiempo en su edad;
mi vecina casquivana
padece de soledad.

Con el alma demacrada
y el cuerpo en franco declive,
la vida tiende a ser nada,
si acaso la nada vive.

Su promiscuidad conlleva
desvelo, alcohol y cigarro,
como inmadurez longeva
que se revuelca en el barro.

De la salud al olvido,
la degradación incluye
que todo pierda sentido
mientras ella se destruye.

En el mejor de los casos,
nunca pasa de un romance,
como quien corre a los brazos
de los hombres a su alcance.

Pasa del coche al verano,
del verano al adulterio
y de la búsqueda en vano
a la perdición en serio.

Duele más el desengaño
si coinciden con su herida
la primavera del año
y el otoño de la vida.

El invierno tiene atajos
al infierno temporal
de los instintos más bajos
si lo humano es animal.

Vuelve arrastrando los pasos
y el peso de los fracasos
esa que llaman fulana
y es una tal para cual,
mi vecina casquivana,
que alguna vez fue fatal.

FIN

 


El señor de las mentiras

 

Ese por el que suspiras
dice más de cien mentiras:
su heterosexualidad
es la más grande de todas
y ha trascendido las modas,
pues no cambia con la edad.

Los hombres más mujeriegos
suelen ser homosexuales,
desde los antiguos griegos
hasta los gringos actuales,
que dicen: «lo niego todo»
cuando tienen doble vida,
reconocen a su modo
la de las noches perdidas.

Y la del pirata cojo,
vaya mentira más grande
del que se decía rojo;
merece que lo demande
por fraude y difamación,
si es que veneras y admiras
al señor de las mentiras,
una por cada canción.

La de purísima y oro,
cómo asesinar a un toro
con «artística» tortura
durante la dictadura
que también es muy «artística»,
mientras vivo en Inglaterra;
la madre patria me aterra
con su praxis apriorística.

Se parece a la de Borges
tu ambigüedad religiosa,
pero con lo que te forjes
podrás decir cualquier cosa,
como a tus cuarenta y diez
que parecerán cincuenta,
y ni quién se dará cuenta
del ocurrente revés.

—Yo quiero ser una chica—
dirá el «genial» impostor,
mas no una chica Almodóvar,
sino la que multiplica
su belleza y esplendor
por un dólar.

En los diecinueve días
con sus respectivas noches
que suman esas quinientas
de otras tantas melodías,
los fanáticos fantoches
las caminarán a tientas.

Y contra todo pronóstico,
pero sintiéndolo mucho
por el reciente diagnóstico,
le dirá la trucha al trucho:
no eres lo que has pregonado,
ni tan joven ni tan viejo,
nomás un pobre pendejo,
pero sobrevalorado.

Y el bodrio de Leningrado,
un himno a la falsedad;
hay que ver hasta qué grado
puede la mendacidad
adulterar a su antojo
la sustancia de un filón;
el que se decía rojo,
ni siquiera «de salón».

De rojo tiene un carajo,
de mujeriego, la farsa,
de compositor, muy poco:
se adorna con el trabajo
de sus cuates y comparsas,
él con faldas y a lo loco.

Alguien pegó a sus espaldas
un pedazo de papel
con Dieguitos y Mafaldas
dibujados en tropel.

Qué suerte tienes, cochino:
tú cincuenta y ella veinte;
de vez en cuando el camino
le viene bien al que miente.

Implacable veredicto
del mi juicio impopular:
alcohólico y drogadicto
que no deja de fumar,
si boicotea el boicot
cultural contra Israel,
hay que inventar un argot
con sus letras de oropel.

Más farsante y derechista
que anarquista y comunista
renegado,
nunca estuvo en Leningrado
ni es autor de la canción
que no compuso jamás;
la más hermosa del mundo
dormirá un sueño profundo
para despertar quizás
cuando acabe la función.

Miente al cantar cuanto canta
su decrépita garganta,
las arrugas de su voz
y la voz de la vejez;
miente lo que no ha vivido
ni donde habita el olvido
y que nos dieron las diez
a ninguno de los dos.

Aunque muchos y muy grandes,
algo así como Los Andes,
sus errores de sintaxis
por escribir en los taxis
o en el caos de las drogas,
es posible perdonarlos
por sus lágrimas de mármol
si al final te desahogas.

Le perdono la gramática,
pero no la misoginia
ni el sionismo ni la plática
de una identidad errática,
su anodinia,
que no le duela una carie
para vivir la ignominia
con gusto por la barbarie.

Miente cuanto canta, miente
como todos los boleros,
un pacto entre caballeros
y hasta su propia simiente.

Pongamos que hablo de un padre
que se burla de sus hijas
con ausencia que le cuadre
debajo de las cobijas,
encima de un escenario
y uno que otro comentario,
como si fuera una gracia
la falacia,
la falta de voluntad
autocrítica
y esa falsa identidad
ideológica y política.

La sexualidad de clóset
en el clóset está bien,
aunque sea de cristal;
maintenant changer de crochet
y haz bien sin mirar a quién,
pues aquí llegó el final.

FIN


Canciones aludidas o parafraseadas

  1. Más de cien mentiras
  2. Lo niego todo (título y un verso)
  3. La canción de las noches perdidas (título y un verso)
  4. La del pirata cojo
  5. De purísima y oro
  6. A mis cuarenta y diez
  7. Yo quiero ser una chica Almodóvar (título y un verso)
  8. 19 días y 500 noches
  9. Contra todo pronóstico
  10. Sintiéndolo mucho (título y un dicho)
  11. Tan joven y tan viejo
  12. Leningrado (título 2 veces)
  13. Dieguitos y Mafaldas
  14. La canción más hermosa del mundo
  15. Donde habita el olvido
  16. Y nos dieron las diez
  17. Lágrimas de mármol
  18. Pacto entre caballeros
  19. Pongamos que hablo de Madrid

Versos aludidos o parafraseados

  1. Ni rojo de salón: Lo niego todo
  2. Miente como mienten todos los boleros (homenaje a Tom Waits): La canción de las noches perdidas
  3. Con faldas y a lo loco : Yo quiero ser una chica Almodóvar
  4. Qué suerte tienes, cochino: Tío Alberto (excepción serratiana, por razones obvias)

Dicho robado

  1. Le dijo la trucha al trucho (verso eliminado, según anécdota falsa): Sintiéndolo mucho