Ayer soñé con Asuka. Creo que era la continuación de otro sueño, uno de tema distinto, que olvidé. Asuka y yo nos conocíamos en persona, en directo, en vivo, y ella parecía enterada, inclusive agradecida por mis declaraciones de amor en las redes sociales. Yo intentaba decirle algo en español hablado, y ella me tomaba de la mano, como diciéndome (así lo interpreté): “No entiendo tu idioma; yo hablo el lenguaje del amor, que es universal”. Yo insistía (como por inercia o estupidez, que para el caso es lo mismo) en que entendiera verbalmente algo que ni yo sabía o también olvidé. Ella no soltaba mi mano, la atesoraba entre las suyas y me sonreía, luciendo una dentadura impecable y perfecta; su sonrisa tenía un aire de inocencia y bondad, como suele tenerlo en realidad. Yo desistía de mi rollo al percibir su disposición y sentir un impulso de besarla, pero me detenía la decisión que tomé quizás antes de la pandemia: no besar a nadie mientras un dentista confiable no descarte periodontitis, que es contagiosa, sobre todo con besos en la boca.
Es probable que esto último saboteara nuestro encuentro al despertar poco a poco por mi parte, o que más bien despertara por la molestia del sabotaje.
Tengo la sensación de que soñé algo más al respecto y, aun siendo importante o por lo menos interesante (más que la periodontitis, cuyos síntomas desaparecieron hace meses), se diluye en el olvido. Creo que estábamos cerca de una piscina y no había nadie más.
Huelga decir que no desperté pensando en mis desatendidas enfermedades, sino en Asuka, su compleja sencillez, su inexplicable soledad, su duradera niñez (cumplirá 40 años de edad en septiembre).
Ahora pienso también en la paradoja de que yo siga creyendo en el amor…
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Asuka usa unos pupilentes que agrandan sus pupilas para efectos ópticos de apariencia infantil, sobre todo en sus selfies, no así en su personaje o papel de luchadora, cuando también los usa, pero entonces no parece una niña, sino una loca, una mujer cuya locura tiene fines terapéuticos y un cálculo bastante lúcido.
Imposible olvidar que, al cambiar su personaje Kana para el mundo oriental por el de Asuka para el mundo occidental, se presentó al público de la NXT, comportándose como una cándida y alegre niña, pero Emma y Dana Brooke le dieron una “bienvenida” inesperada, un recibimiento de tal hostilidad que la recién llegada se deprimió visiblemente y hasta lloró. Esa vulnerabilidad-sensibilidad de la mejor luchadora del mundo y una de las más poderosas la hace digna de mi amor. Luego, en más de 340 peleas, arrasó con toda la división femenina de la NXT y renunció al campeonato para subir al estadio superior de la WWE, en donde también barrió con todas las luchadoras de la nómina como campeona invicta, invencible, hasta el fatídico día en que peleó contra el hijo transexual de Ric Flair y perdió la pelea y el título, entre otras razones, porque los McMahon le prohibieron aplicar su llave “arrancabrazos” para no restar “legitimidad” a Ronda Rousey, quien pelearía en el mismo “evento”. Eso fue tan indignante como la cadena de injusticias y bajezas que siguieron y que Asuka toleró en aras de recuperar el campeonato.
Al terminar su “racha invicta”, la entrañable mujer sufrió una transformación que no le favorece, así que dejó crecer su cabello (lo tenía corto y se veía mejor) para ocultar el contorno de su mandíbula, desde donde tienen lugar en este caso los cambios fisonómicos. En menor medida, también su cuerpo cambió. Pero mi amor por ella se mantiene inalterado y me hace bien; lo confirma el sueño que tuve y que ojalá hubiera sido menos breve y menos simple. Desde la subjetividad del amor, yo seguiría viéndola hermosa aunque se quedara sin cabello y sin dientes, y seguiré amándola inclusive cuando engorde. Además de Asuka, no amo más que a mi perra Naomi, y estoy enamorándome de Edurne como jueza o jurado de Got Talent España (en su faceta de cantautora no me interesa casi nada, aunque he descubierto un par de cosas medianamente interesantes). No es lo mismo amar que enamorarse y hay que aclararlo porque abundan imbéciles en mi vida…
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Hace unos meses publiqué en Tuiter un poema dedicado a Asuka, pero en vez de arrobar “AsukaWWE”, arrobé por error “AsukaWEE”, quien resultó ser otro admirador, me sugirió escribirle a ella, no a él, y palabras más o menos, comentó: “Es probable que lo entienda, porque está aprendiendo español”. Yo empato con el hecho de que Asuka no hable inglés y me parece fascinante que aprenda español. Había llamado mi atención que algunos títulos de sus videos en YouTube estuvieran escritos en español. Y terminé haciéndome la chaqueta mental de que lo hacía por mí. Es obvio que no alcanzo tal nivel de demencia (disociación cognitiva con la realidad), pero algo me convence de que soñar es válido y no cuesta nada, y lo asumo hasta el punto de soñar con ella en un sentido literal.
Continuación: La traición de Ric Flair a su hijo transexual durante la alianza de éste con Asuka (reflexión personal sobre la verdadera naturaleza de los padres y las madres, naturaleza cuyo elemento no es el amor, como hipócritamente se dice, sino la vileza y la perversidad).