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El mejor cancionero del mundo

 

(Más que un homenaje a Joaquín Sabina, esta letra es mi propia versión de La canción más hermosa del mundo, en extenso… cántese con la música de esa canción y valórese la diferencia)

* * *

Yo tenía una guía nocturna en la ruta del viento,
me dejaba llevar desde un bar hasta el último aliento
por impulsos y estímulos ebrios en pos del camino,
o escanciaba las noches de insomnio con música y vino.

Y pasaba de la soledad entre cuatro paredes
al abismo de la depresión sin cordones ni redes;
mi activismo dio frutos que muchos echaron por tierra:
campamentos civiles de paz en la zona de guerra.

Caminé hasta la boca del lobo en el norte de Chiapas
y bajé a la frontera del sur, corrigiendo los mapas,
guardias blancas, paramilitares, salté sus asaltos,
recorrí las cañadas a pie de la selva y Los Altos.

Tuve que atravesar la ciudad en la búsqueda intensa
de un refugio de roja humedad que valiera la ofensa,
y escalar la escarpada pendiente del monte Calvario,
pesadilla, castigo sin madre, torturas a diario.

Una década y más, atrapado en la gélida muerte,
y una vida lidiando con todo y con pésima suerte;
siempre supe que la primavera duraba un segundo
y hoy quisiera escribir el mejor cancionero del mundo,
hoy quisiera escribir el mejor…

* * *

Conocí a Monsiváis, al buen Gilly, a Rosario y su estampa,
a don Félix Cerdán, a Benita Galeana y al Campa,
regalía de charlas cercanas, lejanas y amenas
entrevistas, bebimos café, coincidieron las venas.

Con mi eterno retorno a Macondo en la saga de Gabo
y al Comala de Rulfo, me libro de ser un esclavo,
con Machado y Hernández, la trágica pluma de Lorca,
Patxi Andión escribió que su pueblo cantando se ahorca.

Del amor a la envidia y el odio, querido Bob Dylan,
la verdad es que no es para tanto el fervor que destilan
por Sabina sus fans, yo me quedo con Aute y aplaudo
que trasciendan al paso del tiempo más pródigo y raudo:

Fleetwood Mac y Pat Benatar, Báez y Chapman, celebro
que no vaya con Dios Madredeus, seguirá en mi cerebro
Freddie Mercury (Queen) con McCartney y Lennon (The Beatles),
Aznavour, Silvio y toda la trova cubana, big littles.

Hoy quisiera escribir de una vez
la belleza de un verso final, musical y profundo,
la tristeza que me haga llorar junto algún vagabundo,
la emoción puesta en una canción, pide al tiempo que vuelva
el vaivén de las olas del mar, el rumor de la selva…
hoy quisiera escribir el mejor cancionero del mundo.

* * *

Yo tenía una gran obsesión con los simios de Boulle,
aunque hablaran inglés o francés en un mundo calpul,
y tenía una gran colección de historietas y cromos
que vendieron por kilo en su casa los duendes y gnomos.

Yo quería ser historietista y narrar con dibujos
las hazañas de Trotsky, una historia de brujas y brujos,
con vampiros de toda ralea, una fábula oscura,
que las horas trocaran por arte mi sana ruptura.

Tengo ahora sumando a granel chocolates amargos,
no soporto el fanático extremo ni extremos letargos,
ya no fumo ni bebo y no asisto a las fiestas del pueblo,
me repliego y habita mi cuerpo el vacío que amueblo.

Tengo en cajas mis libros y discos de negro acetato,
mi arsenal, gabinete de réplicas, otro arrebato,
mis diplomas, llegué a cinta púrpura en blanca desidia
de adherir el dragón al karate-gi, cómo fastidia.

En cajones acopio millares de copias piratas
de películas y otras legales a cambio de ratas,
visioné dos al día por años que ahora confundo,
y quisiera escribir el mejor cancionero del mundo,
hoy quisiera escribir el mejor…

* * *

Tuve a Marx, a Serrat, a Bruce Lee en una mente obsesiva,
Charlton Heston por Ben-Hur y el mundo primate de arriba,
la película Julia, de Zinnemann, Redgrave y Fonda,
Pentimento, de Hellman, su fuente no menos redonda.

La mejor actuación de Jane Fonda no es Lillian en Julia,
sino Gloria ilusoria en el baile de ruina y abulia,
ser maestra de improvisación tan genial que resuelve
ser la diosa del cine y la vida jovial y rebelde.

Tuve y tengo afición a Polanski, Fellini, Yimou,
Kurosawa, Coppola, Blade Runner y Mulholland Drive,
Luis Buñuel, Alejandro Galindo y Emilio Fernández,
Gavaldón que llamaban «El Ogro», sus obras más grandes.

A Tin Tan, los hermanos Soler del que nunca fue joven,
«el amigo» Armendáriz, Infante, que no te lo roben,
el «misántropo» Córdova, Stella de la Soledad,
su rebozo, familia de tantas, la pura verdad…

No he podido escribir de una vez
un vergel de lenguaje florido en terreno fecundo,
ni la declaración de una guerra con odio rotundo,
melodramas que mojen de lágrimas viejas butacas,
la provincia de México en épocas de vacas flacas…
no he podido escribir el mejor cancionero del mundo.

FIN

 



Casi un soneto

 

Desenvuelta, instintiva redacción
de unos versos con música del viento,
compuesta para vítores de aliento
masivo al terminar cada función.

El arreglo floral de una canción,
los caireles barrocos del poema,
la cadencia marina que lo rema
con la rima de su navegación,

como un pequeño bote a la deriva
del tiempo musical en perspectiva,
rumores del vaivén y su estación,

desde la mente acuática del genio
que aladina su ingenio primigenio
y el aplauso al final de la función.

* * *

Los peces de los sueños y el silencio
que respira la bóveda celeste,
naufragio de la noche, viento agreste,
bucean sin dormir y diferencio
cada estación del año y las del tren;

el invierno turnó a la primavera
su anticipo al verano en la riviera
y el otoño despierta en el andén.

FIN

 


Divertimento

Híbrido extraviado

(Es válido tomar algunos versos prestados, siempre que sea yo quien lo haga)

Que perdonen los muertos de mi felicidad
a tu viejo gobierno de difuntos y flores
por el pasado acuático
de tiempos líquidos
porque no hay más futuro
que el presente

Pero entiendo
que la vida comienza a cada instante
que si fuera feliz en este mundo
miserable
y este pinche país de pacotilla
y esta mísera vida
yo sería gigante

Y comprendo
que la correspondencia no es espejo
que hasta la gente dulce
tiene días amargos
que si todo está mal
no es que sea tamal
y si todo es tamal
entonces no es elote
pero puedes morder
el pie de tu bebé
tal como hace Naomi
con el mío

Y supe que el amor tiene ojos verdes
que no hay que confundir valor y precio
que Serrat nunca supo
escribir un soneto
pero yo sí

—Por eso ya me voy

—¡Aplaudan aplaudan
no dejen de aplaudir
que el pinche gobierno
se tiene que morir!

—Por eso ya me voy
—Se tiene que morir
—Por eso ya me voy
—Se tiene que morir

* * *

Tengo un contacto corrupto en Bellas Artes y voy a usarlo para dar un recital con:

¡Lo mejor que nadie ha escrito jamás!

Por ahora por ahora
no quiero más coca cola
prefiero desayunar
mi granola mi granola

No estoy bien ni mal conmigo
si lo agarro de la cola
vaya tío
que eso mola que eso mola

A mis soledades voy
Y les digo hola hola
de mis soledades vengo
sin pistola sin pistola

* * *

Maquiavela

Que las velas del barco
nunca se apaguen
las novelas de piratas
no son velas
son no velas
tú no las velas
ni desvelas
si acaso las develas
con los velos
que son esposos
de las velas
no de cera
sino del velamen
de las caravelas
que tienen caras de velas
te lo digo de velas
¿de velas no lo entiendes?
¡qué tont@ eles!

* * *

Rimas infantiles

Yo conozco un gato
con cara de perro
que después de un rato
parece becerro
con cuello de pato
y en él un cencerro

* * *

Vuelta de tuerca

La negra noche
prendió su luna
sobre las aguas
de una laguna
y en las piraguas
puso al fantoche
y un huitlacoche
bajo la cuna

* * *

Musical

Quiero escribir un blues
que rime con tu luz
y con tus secreciones
de pus

* * *

Convivencia

Los mosquitos y yo
tenemos un trato
si ellos no me molestan
yo no los mato

* * *

Carta a Naomi

Te quiero porque me quieres
y porque quiero quererte
pero si no comes cómo
¿cómo le vamos hacer?
Yo sí como como como
pero tú como que no

* * *

Adulto al revés

Me dijeron que en el reino
del revés
un ladrón es magistrado
y otro es juez
que ganó las elecciones
el que obtuvo menos votos
que no se hagan ilusiones
los descocidos y rotos
la Profeco atiende quejas
de Telmex y Banamex
en contra de los usuarios
PGR y mercenarios
defienden de las ovejas
al lobo y al roboflex
los enanos hacen guerra
cada vez
que los gringos dices yes
a los hijos de su perra
les ordenan pecho tierra
y disparan con los pies

* * *

Lúdicos

I

Tu cara me lo dice
me habla de su deseo
de un caramelo

tu caramelo dice
me habla de su deseo
de tener otra cara
y detener el tiempo

II

Estaba llena
la botella
esta ballena
la llenaba

* * *

Alegría

Una flor negra
de tallo negro
con hojas negras
nace de la tierra negra
contra el viento negro
durante la noche negra
respirando el aire negro
del negro mar
hasta que se alegra
de ser negra
y yo también me alegro
de ser negro
como el pan

* * *

Tuerca terca

Quiero hacer un sirimiri
con tus lágrimas de cocodrilo
y origami
con tu papel de mártir
serpentinas y confeti
con tu mundo de papel
y un papalote
con tu culo

(Perdón, va de nuez)

Hoy haremos origami
con tu papel de mártir
hoyaremos tu martirologio
y hollaremos tu patética
victimización
luego te desollaremos

FIN


Una mujer muy rara

Menuda y cuarentona, tiene la cabeza rapada, viste de negro con un alzacuello de sacerdote (sacerdotisa en su caso, aunque El Vaticano desconoce la ordenación de mujeres y excomulga ipso facto a quien cometa semejante osadía), lleva un crucifijo de metal colgando en el pecho, pantalón de piel, negro también, y los pies descalzos; esto último parece propio de una persona demente y quizás es precisamente la intención; tiene un pequeño ecualizador en la cintura, desde donde modula el volumen de su voz a través del micrófono y quizás el de los músicos que la acompañan. «Buenas noches, muchas gracias por venir», saluda, y el público responde con una ovación. Sin más, ella comienza a cantar:

Yo quería cambiar el mundo y no podía ni siquiera cambiarme los calzones […]

Ahora me dices que mi vida se basa en una mentira. ¿De casualidad te dije que oriné en tu café? […]

No sé qué esperar del mundo, realmente no sé qué esperar del mundo, no sé qué espera el mundo de mí, nadie tiene ningún derecho a esperar de mí nada en absoluto […]

¡Eres un debilucho cobarde y un patético fraude!

Por el cuello y las muñecas se asoman sus tatuajes religiosos y, más adelante, se arremanga y deja a la vista sus antebrazos tatuados; si alguien no la conociera pensaría que es una fanática, pero quienes la conocemos perdonamos eso y más. Yo la amo y he visto en Tuiter que no soy el único. Es probable que haya eliminado su cuenta personal en Facebook, lo cual sería una lástima porque nos mantenía cotidianamente actualizados acerca de su existencia; allí escribió ella misma:

—Quienes me aman me llaman Magda Davitt, ya no Sinéad O’Connor, que es el pasado y quiero dejarlo atrás. Quienes me aman, entienden eso. Quienes no dejan de llamarme Sinéad O’Connor prefieren tratar con muertos.

Por cortesía de YouTube, uno puede ver y escuchar el concierto que ella dio en 1988 a los 22 años de edad, una maravilla en todos los aspectos. Comienza con Feel So Different, una de sus mejores canciones y de las más representativas, que personalmente me resulta obsesionante, sobre todo por su interpretación allí, una interpretación llena de mímica y lenguaje corporal de sutil expresividad; el arreglo es cautivante y cambia de armonía justamente a la mitad; el diseño de la iluminación es una obra maestra, dicho sea sin temor a exagerar, y tan sorprendente como la compositora y cantante que uno podría imaginar (por error del desconocimiento) siempre melancólica, pero es un torbellino de vitalidad y energía juvenil, que proyecta originalidad tanto en su obra como en toda su personalidad. La balada es cantada con lentes y gabardina, y movimientos lánguidos, pero en la segunda canción, su actitud parece preguntar: ¿Cuál melancolía? Y asegurar: ¡La juventud se impone! En la tercera canción se quita la gabardina mientras canta y emociona al gallinero. Su vestido vaporoso es de viuda negra, casi al estilo de Morticia Addams o Lily Munster y, para cantar la pieza que más fama le ha dado, gracias al «genio disperso» de Prince, se quita el vestido sin que nadie la vea y reaparece con un cubretodo negro y entallado; si la ves con cuidado te das cuenta que no lleva ropa interior, pero su cuerpo incipiente no es muy incitante; su estriptis gradual, más que una exhibición, es expresión de su actitud ante la vida y ante el mundo: está en la cima del éxito y hace lo que se le antoja; sus primeras canciones, aun antes del primer álbum, llegaron al número uno de popularidad en Irlanda y Gran Bretaña, y allí se mantuvieron durante semanas y meses sin competencia preocupante; su primer álbum The Lion and the Cobra (1987) vendió siete millones y medio de copias, y ella (con una congruencia nueva en el mundo del espectáculo) se dio el lujo de rechazar el Grammy, aun cuando el que se le otorgaba, más bien se le ofrecía, inauguraba con ella la categoría de música alternativa. «El Grammy premia el éxito comercial, aunque dicho éxito no se deba necesariamente a la calidad artística; a mí no me interesa un premio cuantitativo», declaró en su momento.

Year of the Horse, se llamó aquella maravilla de concierto; el genial diseño de la iluminación permite apreciar el también maravilloso rostro de la diva entre sombras con un alto contraste que hace de la imagen algo estéticamente fascinante: la cabeza rapada, los inmensos ojos, la nariz puntiaguda, los labios delgados, y ella cantando sin pensar ni por un segundo en su aspecto físico. Ella, que homenajeó a Marilyn Monroe con una canción, es la antítesis de Marilyn Monroe. Y el concierto en general deja una sensación muy duradera, casi obsesionante: mi admiración se deja sorprender positivamente y crece más allá de los límites racionales.

Por cortesía de YouTube, el siguiente concierto de la misma compositora y cantante resulta más bien contrastante; de hecho, ya no es la misma persona, pues su transformación es profunda y notoria, y los prejuicios son muy fuertes y muy grandes (mal de familia paterna en mi caso). Un cuarto de siglo después, cuando la imperfecta belleza de quien fuera el icono más original en la historia de la música pop es gloria pretérita, verla con su indumentaria sacerdotal y ese crucifijo en el pecho, sus horrendos tatuajes asomando por las muñecas y el cuello, sus pies descalzos como de jipi que no respeta las formas, una producción muy modesta en comparación con la parafernalia del concierto que la consagraba… en fin; todo eso me hizo decir: no, gracias, me quedo con la diosa en su apogeo, y el público en su apoteosis, pero quién sabe cómo y por qué dejé pasar la primera canción y, no obstante que se trata de un divertimento comercial (si tuviera una versión en español, podría cantarla también Lupita D’Alessio), me gustó por la música y porque esa letra medio vulgar es característica de la franqueza y el sentido del humor que Magda Davitt se permite inclusive en días de crisis demoledora: «Ven a montarme, jefe. La última vez que un hombre tocó mi cuerpo fue hace dos años cuando el médico me extirpó la matriz».

Y aunque la transformación de Sinéad O’Connor, ahora Magda Davitt, incluye su voz (más de 30 años fumando acaba por quebrar la garganta, entre otras cosas), algo tienen todavía sus interpretaciones que imprimen un sello muy personal, se hacen parte de la canción como tal y se quedan en la mente y la sensibilidad como una fijación. Yo no conocía La reina de Dinamarca, y además de gustarme, como ya dije, me sorprendió y me puso de buen humor. La siguiente canción del concierto (4th & Vine), sin cháchara de por medio, ni siquiera una mínima presentación, también es de su época madura, por decirlo así, de esta década; habla de la proyección alegre de un matrimonio y, cantada en vivo, me gusta más que en el video «oficial».

Todas las canciones de ese concierto son geniales, incluida la interpretación y el arreglo, y ahora no dejo de escucharlas una y otra vez; en particular, me fascina Harbour: «Ella es un puerto / y no tiene puerto», dicen los dos primeros versos, y mi obsesión me hace caer en la cuenta de lo que tienen en común los primeros versos de algunas letras: son poesía si entendemos la poesía como un lenguaje de símbolos. Otra canción que también se llama Harbour y es fácil confundir si no sabes inglés, comienza con un verso por demás interesante: «La calle no tiene alivio». Voice of My Doctor, quizá pasaría desapercibida como una canción genial si no fuera por la catarsis casi explosiva; escucharla es una experiencia; escucharla y ver a la cantante hacer la mímica de un regaño con los ojos cerrados es otra experiencia. La última canción del video rompe con todo lo anterior y no me gusta.

En suma y en serio, me pregunto si alguien conoce a la compositora y cantante más allá de sus icónicos inicios y no la ama como yo. Sospecho que, así como el mundo está infestado de imbéciles y abunda la incomprensión y la mala leche (hay que leer la biografía de Wikipedia y la campaña difamatoria del diario español El País para saber hasta dónde suele llegar la vileza en aras de la identificación masiva y el consiguiente lucro), el extraordinario talento de Magda Davitt siempre será menos conocido que las controversias y los escándalos con efectos multiplicadores en la órbita mediática. Si uno busca en internet a la creadora encuentra chismes de fricciones entre las putas de moda y «la calva que habla con Dios», nada sobre la calidad letrística-poética y musical de quien fusiona como nadie la composición con su interpretación en vivo.

Una última observación: cuando Sinéad O’Connor hizo un retiro espiritual y reapareció gorda, fea y peluda, un ademán de su mano izquierda sustituyó para siempre a la expresividad corporal de la mímica y el lánguido baile de Feel So Different. En su concierto Ancienne Belgique, un cuarto de siglo después, además del ademán, la cantante mueve la cabeza de tal modo que uno difícilmente sabe si lo hace para dar un efecto sonoro o es un tic nervioso. Con los prejuicios que tuve al principio, fue inevitable asociar ese movimiento con el hecho de que la mujer vive ahora empastillada por los siquiatras, y la siquiatría es la «ciencia» de la destrucción del cerebro como negocio de la industria farmacéutica. Más que problemas mentales, que sin duda los tiene, algo en el cerebro de esta brillante, sensible, valiente y honesta mujer, está fallando, y la siquiatría, más que solución, es la sustitución de un problema por otro.

Personalmente, me duele más de lo que puedo expresar el deterioro de Magda Davitt porque, al asomarme a su mundo y hacerlo mío, descubro que se trata del alma más grande y más hermosa de nuestra época, pero como dicen The Beatles en algún lado, nadie quiere a quien está para el arrastre.





Gracias por todo

Putas tristes

Putas tristes

Siempre me sueño joven, esta vez apenas entrado en la adolescencia. Ella quizás una década mayor, o década y media, parecía tener prisa de sacar el máximo provecho posible, con exhibicionismo y un comportamiento incitante, a la sensualidad de su cuerpo; llevaba un diminuto vestido negro, cuya minifalda era de tiras rematadas por nudos pequeños. El recuerdo comienza en el momento que subíamos las escaleras, ella delante de mí; llegábamos al primer piso y ella volteaba sonriente y luminosa para confirmar que yo la seguía. Una vez arriba, caminando a media luz por un pasillo alfombrado como en hotel de lujo, ella se levantaba la falda por los costados, en una exaltación de su alegría y su entusiasmo, para mostrar desnudas las nalgas y las caderas. Creo que llevaba una tanga negra. Yo era su único público, pero lo hacía como si preparara su disposición a ser vista en la calle. Ignoro cómo podía levantar las delgadas tiras de tela con un sólo movimiento, pero Freud me decía que no existía tal posibilidad, sino deseo inconsciente por desentrañar. Su cuerpo en general y su trasero en particular eran más bien incipientes y demasiado blandos, como si nunca hiciera ejercicio, algo que también fue común en mis sueños eróticos de la infancia real.

(A riesgo de caer en la dispersión, me permito este paréntesis para relacionar un «bailable» de la escuela primaria: una niña de ocho años, según mis cálculos, vestía como bailarina hawaiana, y yo, detrás de ella, preparado para la danza de los machetes, arrancaba de una en una todas las tiras de su falda que me permitían el tiempo, la cercanía, la discreción y la irresistible fragilidad, antes de que su turno de salir a escena interrumpiera mi travesura y la continuara en un sueño hasta dejar desnuda esa parte del cuerpo bajo el delgado cordel del que pendían las tiras de papel estraza).

En el sueño reciente, la planta alta era un pasillo rojo con puertas a los lados. No recuerdo el color de las puertas, quizá porque estaban abiertas, pero su marco era amarillo. Pequeñas lámparas de pared, también amarillas, iluminaban con luz «cálida» esa atmósfera onírica de película de Lynch. En cada puerta, una puta más joven y físicamente más grande que mi guía fatal esperaba de pie, apoyando el hombro en el marco (pose muy del talón), pero al ver el arribo de la mujer menuda y de pelo negro, con actitudes y comportamientos desatados y desbordantes, se le acercaron, llevándola sutilmente hacia uno de los cuartos.

—La cosa no es conmigo, sino con él —dijo ella, señalándome.

Yo me quedaría con las putas para que me hicieran hombre mientras ella se iba de puta con los hombres que ya estaban hechos («cuando estés listo para mí, regreso por ti»), así que desistieron de hacerla entrar al cuarto más próximo, pero una deslizó el dedo más largo de su mano derecha por las orillas del vestido negro, mientras otra desplazaba una mano acariciante por los hombros y los brazos, lamiendo los dedos de su otra mano. La mujer que segundos antes planeaba provocar atracción masculina con recíproca y complementaria urgencia, contenía sus impulsos por un instante dubitativo de curiosidad, dejándose tocar, hasta que una de las putas acercó su boca para lamer los labios de ella con la punta de la lengua, y la otra introdujo los dedos húmedos por la entrepierna, abriéndose paso entre las delgadas tiras de tela. La mujer de ímpetu rebosante me olvidó por completo, al menos en paciencia, y correspondió a las delicias en ese voluptuoso intercambio de lascivia, saliva y otros fluidos.

Entendí entonces que las putas nunca me vieron porque nunca estuve allí, sino del otro lado del espejo en una cámara de Geselle, como exterior del Aleph o reminiscencia metafórica de mi despertar erótico en sueños precoces.

***

abba

No fueron esas putas nalgonas de anchos muslos y torsos robustos las que abrieron a la luz de la luna y el sol de la primavera la flor de mis sentidos, sino las cantantes del grupo Abba cuando se presentaron por primera vez en minifaldas abiertas por los costados y su imagen nutrió de contenido mis sueños eróticos, mis deseos adelantados al despertar sexual, anticipos del placer que hace confundir su amabilidad con el amor cuando en realidad no tiene relación alguna. Desperté de aquellos sueños para zambullirme con audacia suicida y hambre caníbal en los muslos de Anni-Frid y saltar a los de Agnetha, escuchando sus voces melodiosas en música de un sonido que, sin decírmelo, embellecía la presencia física del espléndido par, aumentaba la belleza y la feminidad de sus rostros y sus cuerpos espigados, prácticamente idénticos. (Hay que agradecer a sus maridos que permanecieran siempre en segundo plano y parecieran homosexuales.)

La presentación de las vocalistas en minifaldas fue, para mí, una lección inolvidable de anatomía femenina; sus piernas esbeltas en la misma proporción que el resto de sus cuerpos (estereotipo de perfección que pasa de moda para dar paso al raquitismo anoréxico – bulímico – esquelético de la Top Model actual) tenían más volumen del imaginable bajo una falda larga o un pantalón holgado; sus muslos ensanchaban hacia lo alto con sorprendente munificencia y apetitosa liberalidad, hasta un centímetro antes de las ingles, donde terminaba la falda, cuanto más corta más larga su generosidad. La engañosa economía de tela no reducía su función ornamental a la de un cinturón ancho bajo la cintura, como visten las putas de La Merced, sino que se dejaba caer desde mucho más arriba, de modo que la falda no era propiamente corta, pero dejaba las piernas totalmente a la vista, inclusive un calzón que tampoco era tal ni pantimedia o alguna otra prenda de lencería, sino pantalón de tamaño suficiente para cubrir nada más las zonas íntimas y evitar así una mirada indiscreta de la cámara o la irrupción mojigata de la censura.

Ambas de busto normal, por no decir pequeño, más para un gusto universal desde su origen sueco que para la preferencia gringa por las tetas grandes, así sean de silicona, y las piernas flacas de puro hueso —estética de pésimo gusto que universalizan los cánones de la industria del espectáculo—, la personalidad que Agnetha y Anni-Frid confirieron al cuarteto musical puede resumirse hoy en una palabra: sensualidad.

El rostro de Anni-Frid (Frida), unas veces pelirroja, otras de cabello castaño, tenía facciones similares a las de Jacqueline Bisset, mientras el de Agnetha, enmarcado siempre por una melena larga y rubia, guardaba similitudes con el de Jane Fonda. Anni-Frid tenía también un aire de mujer madura-interesante-atractiva-guapa, no bonita, que hacía imaginar veladas acogedoras con charlas acompañadas de vino tinto al calor del hogar con música suya de fondo y besos interminables en el sofá. Con el tiempo, sin embargo, no menos atractiva y cautivante, la imagen de Agnetha en su juventud fue ganándose mi gusto, mi cariño y un lugar más duradero en la memoria.

Yo tenía nueve años de edad cuando Abba saltó a la fama con un sonido agradable a pesar de las letras cursis y las coreografías fresas, correspondencia de la que podía salvarse cualquiera que no supiera inglés mientras ellas no cantaran en español y yo perdiera entonces la tolerancia. Dos o tres años después de que saltaran a la fama, yo asalté su cama y lo hago de nuevo cuatro décadas más tarde cuando el tiempo, el ánimo y YouTube me lo permiten.

Más que la canción Fernando y el hermoso tono de su arreglo andino con redobles de tambor, más que Andante, andante, o The Winner Takes It All, o Mama mia, o Gimme Gimme Gimme, más que todas las canciones de aquella época inmortal (con excepción de Chiquitita y otras cursilerías por el estilo), gracias por la belleza para los sentidos, la belleza en todos los sentidos, Agnetha y Frida. La sensibilidad no está peleada con las hormonas.

¡Eh bien, dames, à votre santé!


De la misma serie: Eros ideológico


Eros ideológico

Doris Finsecker

Maureen Teefy

Yo estaba sentado en un sillón de piel a media luz y abrazaba el respaldo a mi derecha, cuando llegó por detrás Doris Finsecker con su característica inocencia, se detuvo al ver mi mano y la tocó delicadamente. «¿Está viva?» —preguntó. A punto de responder algo obvio, sentí que sus dos manos abrigaban la mía y se acariciaba con ella la cara. «¡Está viva!» —exclamó al sentir el intercambio de calor. «Es mía», le dije, pero la tímida y pálida estudiante de artes escénicas siguió acariciando su rostro con los ojos cerrados. Ese comportamiento haría imaginar más bien a Nell (Jodie Foster), pero era Doris, sin duda, el más cautivante de los personajes creados por el guionista Christopher Gore y el director Alan Parker en 1980. Al final, fue Maureen Teefy quien dio vida y esencia con su personalidad a la memorable adolescente de ingenuidad entrañable, núbil de lánguida belleza, en la película Fama… Teefy tenía 26 años de edad cuando encarnó ese papel, pero logró transmitir la vulnerabilidad propia de una muchacha sin contacto con el mundo, lo que propiciaba imaginarla virgen tanto en el aspecto sexual y genital como en todos los demás.

Doris es «mariliendre», pero yo soy hetero, así que la continuación del sueño es erótica-pornográfica. No recuerdo la transición o el trámite de continuidad ante su cuerpo desnudo y de espaldas, ambos de pie, y ella más pequeña y más joven que en los minutos previos; su piel tenía un tono azul claro, quizá por la iluminación de neón, y la más excitante suavidad. Ahora mi mano izquierda era la protagonista de la exploración erógena; las yemas de los dedos confirmaban la virginidad intuida y su respuesta: una palpitante respiración de la humedad en aumento… La otra mano introdujo un dedo en el pezón derecho y, como si mi otro yo dijera «eso no se hace, majadero», lo saqué sorprendido al sentir que, detrás de mi dedo, salía también el pezón. ¡Plup! Ella no hacía más que atender con pasiva sensitividad la guía intuitiva de mi actividad. Sus manos encima de las mías como caricias sobrepuestas, los ojos cerrados, la respiración anhelante, los desiguales gemidos con uno que otro sobresalto, y yo reprimiendo nada más el impulso de morder su cuello.

Una pareja de estudiantes pasó juntó a nosotros y se detuvo. «¿Te excita verlos?» —preguntó él a su novia. «No sé», respondió ella, viéndonos con expectación y curiosidad morbosa.

Suzi Quatro

Suzi Quatro

Algo causó una ruptura, quizás un ruido en la calle, un tlacuache detrás de mi pared o Naomi diciéndome que necesitaba salir al patio. Lo seguro es que un abrazo a mis espaldas me alteró, acaso por el miedo inconsciente al mito andrógino. «A mí no me gusta que me abracen por detrás», dijo una voz de mujer tres años mayor que Doris, pero físicamente más pequeña. Con la mano derecha, que no estaba mojada, toqué su cadera y sentí que vestía un pantalón de piel, y la continuidad del instinto me dijo que el pantalón era negro y enfundaba unas botas de tacón muy alto, que la mujer medía un metro y medio, y era Suzi Quatro.

—¿Nunca te has puesto falda? —le pregunté.

—Cuando me presentaba con mis hermanas —respondió—, lo hacíamos en minifalda, y yo tenía las mejores piernas. Busca una foto de la banda y verás que además tenía el cabello negro para contrastar con las melenas rubias.

—Yo tenía quince años y te amé —le dije.

—¿En 1980? Ya había pasado mi época de gloria… También tenías quince años cuando viste a Doris por primera vez.

Giré hacia la púber desnuda y azulada, cuyas zonas dormidas habían despertado en mis manos como hielo al calor del fuego, pero ya no estaba conmigo. Ni rastro de ella más allá de la humedad que menguaba en mis dedos y el olor disipado en la memoria.

—¿Ves lo que ocasionas? ¡Se ha ido!

—Esa no era Doris, viruela pervertido. ¡También tenía quince años! ¿Te importaría saber que ahora estamos sesentonas?

—¡Claro que me importa! Por eso las sueño veinteañeras.

—Y por eso estás solo, porque son mujeres idealizadas las que te interesan, no concibes deterioro ni lo toleras. Deberías tolerar nuestra imperfección en justa correspondencia. Tú eres más imperfecto que nosotras y, así como no hay luces sin sombras, tampoco hay virtudes sin defectos.

Confieso que te amé

Confieso que te amé

—Yo tolero el hecho de que tú y tus hermanas animaran a las tropas del país que te ignoró para que invadieran otro país y lo destruyeran. ¡Bravo por imprimir al glam rock un sello imperialista! De no ser por eso, estarías en el mismo salón que Rosa Luxemburgo, Isadora Duncan y Jane Fonda, entre otras mujeres revolucionarias. No lo estás, pero admiro tu fuerza, tu carisma, tan menudo tu cuerpo y tan poderosa y explosiva tu presencia, eres como una bala…

—Las balas matan y yo doy vida, contagio energía y vitalidad…

—A los soldados que acribillan civiles en las pobres aldeas de un pueblo heroico.

—También a ti que no eres soldado y al público en general que superó por millones de personas a nuestro ejército les alegré un poco la vida. Además, nuestra intervención en Vietnam fue hace mucho, inclusive antes de la década que admiras.

—Fue antes, pero yo lo supe después.

—Jane Fonda se arrepintió de su visita a Hanoi y hoy reniega de su amistad con el Viet Cong. Si yo me arrepintiera de haber animado musicalmente una invasión genocida, tampoco me darías el lugar que le das a ella.

—Sí te lo daría porque, mientras cantautores como Serrat traicionan su propia tradición, dando conciertos en Israel que alientan su barbarie terrorista en Palestina, Jane Fonda visita Tel Aviv en apoyo a las Mujeres de Negro y se apersona en manifestaciones de protesta pública frente a la casa del presidente en turno.

—Bien por ella, pero tú eras más sabio y más sano a los quince años, cuando amabas a una mujer por sus cosas buenas, en vez de odiarla por sus cosas malas, como ahora.

—No te odio, pero tampoco te amo. Te amaría si no me hubieras decepcionado.

—Ni hablar. Te dejo entonces… If You Can’t Give Me Love.