Archivo de la etiqueta: Mi cuerpo

Protegido: Galerías

Este contenido está protegido por contraseña. Para verlo, por favor, introduce tu contraseña a continuación:


Pistolones


En las primeras tres fotos de esta publicación empuño una Beretta de tamaño estándar, aunque también poseo la escuadra compacta de la misma marca y es una belleza. En las tres fotos siguientes presumo un revólver de cañón largo, un Dan Wesson de 8 pulgadas.

Lo demás está de más y, además, es lo de menos.



Creatofilia


Si me quito los complejos y la ropa, ¿en dónde termina el desnudo público y total como ejercicio de autoaceptación, desinhibición y reconocimiento de mi propio físico, y comienza el exhibicionismo?




Impudicia


Dicen mis vecinas que tengo el cuerpo de un joven…

Quizá me vieron sacarlo de la cajuela del carro a media noche para meterlo a la nevera. Lo seguro es que ahora tendré que hacer lo mismo con ellas.



La bestia oligofrénica

Hoy a mediodía hice ejercicio totalmente desnudo en mi patio delantero y recordé la película Capitán Fantástico, cuando Viggo Mortensen bebe café también desnudo en un parque público y unos ancianos lo miran. «Se llama pene», les dice Mortensen; «usted también tiene uno». Yo recordaba eso, que me hacía pensar a su vez en la desnaturalización de algo tan natural como la desnudez, cuando salió de su casa el vecino que llamo la bestia oligofrénica, calculé que subiría a su carro y se iría sin verme, pero en vez de irse avanzó, me vio y cometí un segundo error: entrar a mi casa como si tuviera algo que ocultar. Entonces la bestia gritó: «¡Voy a poner mi queja en la presidencia (sic) porque no es posible que hagas esas majaderías!» Asomé por mi ventana y respondí, también gritando:

–¿Para qué me avisas? ¡Córrele! ¡Y no olvides decirles que dejas montones de basura en mi puerta, remueves la tierra del empedrado y la dejas en la banqueta, invades mi patio y echas comida por mi ventana!

La bestia se puso a gritar algo que no escuché porque yo seguía diciéndole, tratando de gritar más fuerte que él:

–¡Corre a decirles que encementaste el empedrado de la calle y construiste jardineras en la vía pública sin consultar a nadie, que tu árbol invade mi patio y deja caer duraznos podridos!

Ninguno de los dos dejaba de gritar ni nos escuchábamos y todavía me quedaba un arsenal de quejas y hasta de amenazas cuando la bestia se largó por fin. Ya no le recordé que su hija con parálisis cerebral arrastra muebles a las cuatro de la mañana, escucha el televisor a todo volumen y hace clic hasta dos horas consecutivas en un apagador, y que él poda su pasto con podadora eléctrica cuando yo intento dormir. Tampoco le recordé que mi perra Naomi perdió el ritmo alimenticio y enfermó porque presumiblemente él arrojó comida descompuesta, quién sabe cuántas veces, cuando ella vivía en el patio trasero. En fin.

Me bañé en chinga y salí a pagar el agua con ganas de toparme otra vez a la bestia para decirle que, si vuelve a dejar su montón de basura en mi puerta, la arrojaré a su patio. Cuando regresé, allí estaba su coche de nuevo, pero no nos topamos. Hice jardinería durante dos horas (con ropa deportiva y tapabocas, ni siquiera pantalón corto) y pensé que, por suerte, no se me ocurrió decirle:

–Córrele a poner tu queja en «la presidencia», pero no me avises porque me da mucho miedo, mucho miedo, mucho miedo.

Seguro que no habría entendido mi burla, pero sabiendo que me escucharía, podando el pasto con tijeras, en la barrida me puse a cantar: «Cuidadito, cuidadito, cuidaaaadito. Me vas a matar de un susto y no es justo, porque yo sufro del corazón. Cuidadito, cuidadito, cuidaaaaaadito».

Del incidente saco muchas conclusiones; entre ellas, que la imbecilidad suele ser sorprendente, no tiene límites ni remedio que no sea la muerte (tampoco estoy amenazando, consigno un hecho objetivo), y suele haber un egoísmo absoluto en la imbecilidad extrema, y absoluta deshonestidad. Al oligofrénico no le importa que sus pendejadas afecten a otros, pero hace un escándalo rabioso por nada, en este caso, porque me ejercito desnudo en mi patio, calculando que nadie me ve…

¡Qué atrasado está México y el mundo! Y Huichapan es un pueblucho muy representativo de ese atraso y de la pequeñez infrahumana. Quizá las «normas comunitarias» de Facebook están inspiradas en esta mojigatería gritona.

Acerca de «la presidencia» y la autoridad que le atribuye la insignificancia pueblerina-provinciana, mejor no digo nada.

Tengo cinco años y medio sin vacaciones y cómo extraño Zipolite. ¡Ya me urge!