Hady Lamarr, genio infravalorado por la humanidad
Una reflexión pesimista para ponerte de mal humor
¡Qué lejos han quedado las épocas de personas pensantes y actuantes, realizadoras de hazañas memorables, creadoras de obras inmortales que inmortalizaban también a sus autores y autoras! ¡Qué lejos han quedado los grandes hombres, las grandes mujeres, los seres gigantes que hacían revoluciones, acababan con las inercias de la humanidad en algún sentido y transformaban el mundo! En rigor, hacían más que transformar el mundo al cambiar el contenido, además de la forma.
Cuando uno se asoma por la ventana que suelen ser las redes sociales y navega por ese mar infinito de mediocridad y estupidez, superficialidad y pequeñez, difícilmente recuerda que también existieron Marx y Engels, Lenin y Trotsky, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, y que Sartre rechazó el Premio Nobel de Literatura por considerarlo un «premio burgués». También el militar y diplomático vietnamita Le Duc Tho rechazó el Premio Nobel (de la Paz en su caso) cuando le fue concedido por las mismas “razones” al genocida Henry Kissinger.
Por un momento pensé que Bob Dylan rechazaría el Premio Nobel; lo pensé durante la tardanza en responder al anuncio… Pero la grandeza del cantautor está en su obra, no en sus actos, y tampoco la refleja el Comité del Nobel con su ignorancia, su incongruencia, su pragmatismo (algo que suele ser desprecio a la ética) y su ambigüedad a conveniencia mercantil.
¡Qué lejos han quedado seres como Diego Rivera y Frida Kahlo, Picasso, Miguel Hernández, Antonio Machado, Buñuel, Kurosawa, Chaplin, Isadora Duncan o Marie Curie! La humanidad se aleja de Hypatia en la medida que los herederos de sus asesinos se acercan a Jesús de Nazaret, aunque haya nacido antes. Ahora, los monstruos del cine que no conoce límites, como Zhang Yimou, son asimilados por Hollywood y prostituidos en parte por su propia caída en tentaciones baratas. Ahora, los talentos vendibles pasan necesariamente por Got Talent, que no siempre alcanza la altura del concursante, como sucedió con The Sacred Riana en la plataforma occidental, después de su triunfo más que rotundo en las audiciones de talento asiático. El creador mismo de Got Talent exhibió su pequeñez ante Riana por miedo a la magia negra, la nigromancia y el ilusionismo de culto satánico. Revelaciones tan sorprendentes como Susan Boyle terminan edulcoradas y suavizadas por las compañías productoras, no sin antes padecer severas crisis de salud mental. Prodigios infantiles como Amira Willighagen o Grace VanderWaal pierden la gracia y el carisma natural una vez que maduran y el mercado los amolda, los aliena, mutila y aplana su personalidad única y su originalidad creadora, inclusive su frescura y su espontaneidad.
¡Qué lejos estamos ahora de genios como el de Hedy Lamarr, tan lejos o más que en la época de su existencia! Estados Unidos como país y la humanidad entera tampoco estaban preparados entonces para algo de tal envergadura. Actriz de origen austriaco, inventora durante la Segunda Guerra Mundial de lo que ahora es la comunicación inalámbrica de larga distancia, así como del actual diseño de los aviones que antes de ella eran biplanos y triplanos, terminó buscando comida en los basureros de la vía pública para alimentar a sus gatos, luego de hacerse adicta a las cirugías “estéticas” que desfiguraron su rostro. El gobierno gringo robó la propiedad intelectual de sus inventos, y ahora Joaquín Sabina canta: “Acabaré como una puta vieja, hablando con mis gatos”. En vez de rendir homenaje a quien honor merece, hace alusiones ofensivas, pero, ¿qué otra cosa podíamos esperar de un taurófilo, sionista, ideológicamente acomodaticio, drogadicto y homosexual de clóset que se dice “mujeriego”?
Qué lejos ha quedado inclusive la valoración de la genialidad, el respeto a la superioridad minoritaria por las mayorías inferiores en términos de capacidad humana, sobre todo cerebral, el reconocimiento de la condición excepcional o la calidad extraordinaria que hoy parece una isla tragada por el mar de basura que a su vez produce la humanidad en su absurdo afán de masificar las miserias con menos obras que sobras.
¡Cuán distante la visión de algo distinto! ¡Qué rápido quedó atrás, por ejemplo, la juventud revolucionaria de Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto «Ché» Guevara! ¡Y qué rápido se aleja la estela de Nelson Mandela!
En México, un país amnésico y mediocre por naturaleza y antonomasia, al morir Carlos Monsiváis en 2010 y Francisco Toledo en 2019, se acabaron las épocas de personas extraordinarias. ¡Qué lejos estaban ya los vientos de Zapata, Jaramillo, Cabañas y Genaro Vázquez, o las ideas de los hermanos Magón y sus ideales! De ahora en adelante, hasta el advenimiento de nuevas generaciones, padeceremos la época de las redes sociales, esos lugares virtuales que propician, más que ninguna otra cosa, la identificación entre masas oligofrénicas, deshonestas y cobardes, cuya oligofrenia no termina en donde comienza la deshonestidad y la cobardía, ni viceversa, porque hay simbiosis o sinalefas diluidas en sentido metafórico. Así es tratándose de México, probablemente más que ningún otro país y en la medida que podamos hablar de país, porque México es más bien un negocio y una muerte alegre de creer su propia mentira, una ilusión demagógica del autoengaño, una vergüenza y una franquicia tejana.
En todo el Tercer Mundo, la supuesta o pretendida grandeza es siempre cuantitativa, jamás cualitativa: se mide en número de ventas o visualizaciones en YouTube. Los grandes paradigmas de México y América Latina son Slim y Juan Gabriel.
Después de Bach, Beethoven, Chopin, Vivaldi, Chaikovski o Wagner, ¿hubo alguien que, por lo menos, intentara cumbres similares? Lo normal ahora es padecer inclusive narcocorridos en Aurrerá, reguetón en las calles y hasta en concursos de “talento”. ¡Qué lejos quedaron Brahms, Verdi, Schubert, Debussy, Strauss, Paganini, Liszt! De Van Gogh y Gauguin no quedan más que parodias. Después de Shakespeare y Cervantes, inclusive sus émulos pasaron a la historia. Con la muerte mental de García Márquez acabó la herencia del boom latinoamericano. ¡Qué lejos quedaron también los filósofos clásicos! Y su legado se reduce hoy, en el mejor de los casos, a citas en imágenes de texto, a lugares comunes en Facebook, Twitter, Instagram… que a su vez sustituyen a los libros y compiten con YouTube en ese despropósito. Ahora, para los antilectores que vemos concurrir en las redes sociales, una imagen de texto vale como referencia indiscutible de autoridad intelectual.
Siempre hubo genios inmensos, pero incomprendidos en su momento, como Galileo Galilei y Charles Darwin, genios asesinados por el fanatismo y la barbarie, como Hypatia y Federico García Lorca, o por la estupidez institucional, como Alan Turing, genios cuya grandeza no fue reconocida en su verdadera dimensión, sino mucho tiempo después de que murieran en la miseria y la soledad, como Wolfgang Amadeus Mozart o Edgar Allan Poe. Ahora, en el mejor de los casos, los habrá con más razón.
Por encima de las masas más o menos infrahumanas siempre hubo masas encefálicas de minorías privilegiadas en ese aspecto, pero eso ha quedado en el pasado; aquellas épocas han pasado a la historia y, de ahora en adelante, nos referiremos a ellas con nostalgia y añoranza, con pesimismo y amargura por el presente y su proyección hacia un futuro inexistente, o acaso incierto y oscuro, inclusive distópico si nos ponemos imaginativos y literarios.
En las próximas décadas no veremos ni siquiera la gestación de una generación superior a las actuales en cuanto a capacidad creadora y constructiva, ni en el terreno de los valores éticos y morales, ni en las relaciones solidarias, o para decirlo pronto, en la evolución de la especie humana en un sentido estricto, sino todo lo contrario: veremos destrucción, ingenio destructivo, ingeniería bélica, ciencia criminal, manipulación mediática, fundamentalismo político y religioso, imbecilidad en masa, ignorancia, televisión, futbol y caídas en trágicas trampas con nombres de panaceas indiscutidas como progreso y democracia. Todo lo demás, una vez olvidado, será gloria pretérita.
¡Qué tiempos aquellos! –diremos los viejos de todas las edades que suframos un ápice de conciencia y memoria del naufragio, mientras la juventud según el concepto inventado por la moda, o sea, la juventud engendrada por el mercado, seguirá pisoteando los últimos restos de su alma, con la mirada fija en una pantalla móvil.
Bob Dylan en 1965, por Jerry Schatzberg
Léase también Misantropía