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El personaje

 

(La vida es una canción)

«El rojillo comemierda»
lo llamaba la reacción
por su izquierda
—la vida es una canción—
cuando comenzó el artista
comunista y anarquista
«de protesta» y marginal
con su denuncia social
y su crítica política
de la era paleolítica,
como estilan
antes de alcanzar el éxito
diletantes de su léxico
los émulos de Bob Dylan.

Comenzó como un autor
que interpretaba sus obras
con menos obras que sobras,
más ínfulas que talento
de sagaz compositor
y más contactos que mente
creadora.

Desde su exilio en París
combatió a la dictadura
del tirano capital…

La crónica periodística
de su actividad artística
siempre lo despedazó,
tentado por el tentáculo
del mundo del espectáculo
que finalmente lo asió.

Su izquierda se transformó
poco a poco en izquierdismo
y de allí hacia la derecha
como flecha
que pasó del ateísmo a la doctrina religiosa
cuando el ictus le dio un susto.

Con sus oídos de tísico,
menos talento que físico
y uno que otro valimiento,
consiguió fama y fortuna,
colándose al firmamento
bajo la luz de la luna.

Y acabó siendo aristócrata
republicano y demócrata,
rancio como la República,
su intimidad se hizo pública
—la vida es una canción.

Entre la prostitución
y la esclavitud artística,
más servidumbre que mística,
dejó de ser trovador
para ser superstar,
rockstar
del estrellato mayor,
un produto elaborado
por lógica del mercado
para consumo masivo,
todo un divo.

También cambió la guitarra
por un grupo electroacústico…

Como Judas,
traicionó su tradición
—la vida es una canción—
y a su compañera cósmica,
por fin un alma desnuda,
contrayendo matrimonio
cual sorpresivo demonio
y en secreto con su fan,
conejita de PlayBoy
retirada
para ser su fiel esposa.

El éxito comercial
resultó un raudal indómito
y, embriagándolo hasta el vómito,
desbordó hasta su moral.

Todo le ha saliendo mal:
terminó haciendo el ridículo
al vomitar frente al público,
dejando ver un testículo
carente de vello púbico.

Llegó a tener en verdad
una peligrosa tisis
por su habitual sobredosis
para paliar la neurosis
y una turbulenta crisis
física y emocional.

Biografía de película
más ficticia que real,
trasnochada y demencial,
si es verdad una partícula
tiene su propia versión
—la vida es una canción—
pero bastante ridícula,
maestro del autoengaño,
su comportamiento huraño
no es fatídico,
sino lo único verídico
en su declive y no vende
ni sorprende.

Pero entre polvos y lodos,
para sorpresa de todos,
una noticia sarcástica:
a la otrora estrella joven
le fue concedido el Nobel
cuando su autobiografía
fue considerada un día
literatura fantástica.
¡Y el fulano lo aceptó,
cómo no!
¡Venga de ahí,
qué caray!

Solitario,
su glamour octogenario
se reduce a la familia
y una que otra parafilia
sin salir de su mansión
—la vida es una canción—
como estilan
a su edad
los émulos de Bob Dylan,
engañando a la memoria
con su pretérita gloria,
más mentira que verdad.

FIN