Estado del tiempo

Al frío invernal que padecí en Huichapan siguieron los vientos huracanados y luego la primavera, pero esta última no duró mucho, pues la interrumpieron a mediados de abril los días grises con lluvia. Hoy tenemos una tormenta con relámpagos, una más, que ojalá hubiera caído encima de la feria del Calvario. Al terminar Semana Santa, por costumbre y tradición, hay una feria que llaman «la fiesta del pueblo» y es una pesadilla de ruido que llega a diez kilómetros de distancia y quizá más lejos. En la madrugada, cuando ya no hay canciones a todo volumen y simultáneas, además de un locutor, animador, «maestro de ceremonias» o lo que sea, gritando una demagogia de nacionalismo fanático y haciendo chistes machistas, ocurre un ataque de petardos y campanazos, también simultáneos; podrían ser algo así como cien de los más furiosos petardos y 50 campanazos. El templo en donde perpetran este ataque está demasiado cerca de mi casa, en el mismo barrio, igual que el Lienzo Charro y un salón de fiestas, lugares al servicio del pandemonio que llaman feria, junto con la calle que llaman avenida (quizá porque tiene banquetas) y el adoquinado entre ambos espacios cerrados. La feria del Calvario es algo nuevo, me parece, y este año coincide con las campañas electorales, que también son contaminación sonora y de todo tipo. Cuando escucho la grabación con altavoz que pasa en carro, diciendo soy el candidato de tu partido y soy honesto y orgullosamente mexicano y orgullosamente huichapeño y tengo preparación escolar, vota por mí, el cielo se oscurece y oscurece el día, las nubes grises ocultan el sol y el aire se enfría. Cuando los candidatos o sus operadores (choferes de automotores con altavoces) rebasan el límite de mi tolerancia, entonces llueve…

Ayer, en el camino a pie rumbo al supermercado, me rebasó una camioneta blanca y su grabación a los cuatro vientos, gritando a todo pulmón por si el altavoz no transmitiera el entusiasmo: «¡Soy candidato del PRI, el mejor partido, ya lo conoces, el de las mayorías, que se preocupa por ti, que te escucha, el que mejoró tu barrio! Este 5 de junio, ¡vota por mí!» Al regresar en taxi, el taxista me hizo plática sobre las variaciones climáticas y, a punto de llegar, dijo:

–Lo que sea es bueno, todo es bien recibido, con optimismo.

–No sé que tenga de bueno el cambio climático, el calentamiento global, el efecto invernadero… –comenté.

–Todo es voluntad de Dios –dijo el taxista.

–No sé qué madres tenga que ver Dios con las montañas de unicel que consume Huichapan. ¿El cáncer como castigo? Si en la bodega de Aurrerá no les alcanza la inteligencia para tener bolsas grandes y, cuando se me olvida llevar mis propias bolsas, tengo que llevarme todo hasta en 20 bolsitas, ¿es voluntad de Dios? Pues voy a buscar su dirección en la sección amarilla para reclamarle por tanta estupidez.

El taxista guardó silencio y, por un momento, supuse que pensaría en lo que yo acababa de decir, pero en cuanto bajé del carro y le pagué, antes de sacar mis 20 bolsas de la cajuela, percibí que sufría un trastorno sicológico de huichapeño acomplejado y submental, y no movió un dedo para ayudarme con las bolsas.

–Con estas pinches bolsitas, los pendejos de Aurrerá gastan más, contaminan más y me hacen perder más tiempo, además del que pierden ellos a lo pendejo –rezongué mientras bajaba el «mandado» y lo ponía junto a mi reja.

El taxista no dijo nada porque pensar cosas como esas es algo muy lejano a sus posibilidades y muy ajeno a sus intereses. Los taxistas de aquí practican un deporte que consiste en hacer el menor esfuerzo posible, aunque no sirva para nada.

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