Vasos comunicantes

A propósito de las dos publicaciones anteriores en este blog, una amiga me escribió: «Entre Monsiváis y Bukowski hay un abismo del tamaño de la ciudad que, para fortuna de quien te lee, llevas dentro y te desborda». Conocí a Monsiváis en persona y lo traté durante 22 años, mientras que a Bukowski, nada. He leído cinco libros de Monsiváis, algunos más de una vez, además de incontables artículos para revistas y algunos prólogos. De Bukowski, en cambio, he leído sólo un libro y también incontables poemas y textos en internet, además de haber visto dos versiones cinematográficas de su novela Factótum. Pero así como, después de muerto Monsiváis, lo he descubierto en su real dimensión y ahora lo considero uno de los cerebros más portentosos de nuestra era (quienes lo desconocen o ignoran, no merecen más que mi desprecio), me siento cada vez más identificado con Bukowski. Las salvedades son muy específicas: yo detesto las carreras de caballos, casi tanto como las corridas de toros y las peleas de gallos. Bukowski decía detestar a los perros (en realidad, por un confesado rencor hacia su padre) y yo amo a los perros, tanto como él a los gatos, que también me gustan…

En el primero de estos dos videos, Bukowski ventila su misantropía con delirante irreverencia y exhibe unos dientes entre azules y negros cuando estalla su risa, y yo siempre comento: ¡Qué personajazo! Hay otro video por ahí, en el que habla de las ventajas del alcohol y las desventajas de la marihuana. Para conocer al poeta beodo, representante del llamado «realismo sucio», además de leerlo, vale la pena escuchar enseguida la entrevista que, publicada por la revista Interview, concedió en 1987 al actor Sean Penn.


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